Rainer María Rilke fue (es) un escritor de escritores: un poeta y un estilista tan elevado y tan fino que su nombre casi siempre significa una especie de guiño masónico entre los mejores lectores pero sobre todo entre quienes sueñan y ambicionan con la posibilidad de dedicar su vida a la escritura, ese destino febril y abrasador que él mismo le aconsejó a un joven poeta que mejor no emprendiera salvo que en él se le fuera el alma entera, todo su ser.

Nació en Praga en 1875, en la misma ciudad y ocho años antes que Franz Kafka, con el que apenas se vio una sola vez en la vida y en Alemania. Y aunque es muy probable que ambos hablaran también checo, Kafka sin duda sí, aunque con tantas vacilaciones como le pasaba con todas las cosas de su vida, su lengua, la lengua de ambos, fue el alemán: el idioma del imperio bajo el cual nacieron, el imperio de la monarquía doble de Austria y Hungría.

Hay una especie de obsesión editorial y cultural con respecto a ese mundo decadente y crepuscular de los días finales, que duraron años, del Imperio Austrohúngaro, como si el águila de dos cabezas, su símbolo milenario, emprendiera el vuelo final siguiendo casi la línea del río Danubio, que así se llamó también esa monarquía: la Monarquía del Danubio, o como la bautizó Robert Musil, “Kakania”, por las dos iniciales alemanas de su poder celestial: K y K.

Parecería como si en ese mundo, el ‘mundo de ayer’ del que hablaba Stefan Zweig, todos fueran unos genios: Mahler, Altenberg, Kraus, Einstein, en fin: era más bien la mediocridad del genio, si cabe la expresión, porque entre tantas cabezas brillantes lo que se formó fue una especie de medianía luminosa y absurda, al punto de que uno de sus miembros más jóvenes, Johannes Urzidil, dijo alguna vez que allí lo que tenía verdadero mérito era ser un idiota.

Todos tenían además una vida de novela, pero Rilke más que todos: su mamá lo odió desde el principio porque ya había perdido, hacía un par de años, a su primogénita, razón por la cual obligó a René, como lo llamaba, a vestirse como niña durante seis o siete años. Hay fotos de Rilke así, con medias de encaje y botas de charol, el pelo largo con bucles y capul y lo peor, o al menos es lo que se le ve en su cara sin consuelo: un vestidito azul y blanco de muñeca.

Quizás por eso su papá, que había dejado el hogar, lo obligó a hacer la escuela militar, ya no en Praga sino en St. Pölten, en Austria. Esa era la ventaja de ese imperio cosmopolita y plurilingüe, ese enjambre de pueblos y naciones que muy pronto iban a estallar en mil pedazos pero cuyos ciudadanos podían moverse por todas partes y gozar de ese esplendor literario que ya alumbraba en las tabernas, los cafés, los parques y hasta en los cementerios.

Pero Rilke quería ser solo un poeta y como era enigmático y culto, y enfermizo, lo codiciaban casi todas las mujeres; una de ellas, la escritora Lou Andreas Salomé, quien vivía en un trío amoroso con Friedrich Nietzsche y Paul Ree, se fugó con él a Rusia y le presentó a Tolstoi. Ya ahí había empezado Rilke su carrera literaria y su voz llegó a ser una de las más bellas y profundas de aquel tiempo, un verdadero tesoro.

Un joven poeta, Franz Xaver Kappus, le escribió un día una carta pidiéndole consejos para atizar la hoguera de su vocación. Rilke le respondió con uno de los testimonios espirituales más sabios y hermosos que se conozcan, no solo para la literatura sino para la vida toda; esa misma vida de la que él, en un poema, dijo una frase lapidaria y muy cierta: “No tienes que entender la vida, entonces será como una fiesta...”.

A Kappus le dijo en una de sus cartas: “Jamás pida consejos ni comprensión”. Y le dio un consejo aún mejor: “Si cree que puede vivir sin escribir, no escriba”.

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QOSHE - El mejor consejo - Juan Esteban Constaín
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El mejor consejo

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28.03.2024
Rainer María Rilke fue (es) un escritor de escritores: un poeta y un estilista tan elevado y tan fino que su nombre casi siempre significa una especie de guiño masónico entre los mejores lectores pero sobre todo entre quienes sueñan y ambicionan con la posibilidad de dedicar su vida a la escritura, ese destino febril y abrasador que él mismo le aconsejó a un joven poeta que mejor no emprendiera salvo que en él se le fuera el alma entera, todo su ser.

Nació en Praga en 1875, en la misma ciudad y ocho años antes que Franz Kafka, con el que apenas se vio una sola vez en la vida y en Alemania. Y aunque es muy probable que ambos hablaran también checo, Kafka sin duda sí, aunque con tantas vacilaciones como le pasaba con todas las cosas de su vida, su lengua, la lengua de ambos, fue el alemán: el idioma del imperio bajo el cual nacieron, el imperio de la monarquía doble de Austria y Hungría.

Hay una especie de obsesión editorial y........

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