Por estos días desbocados y frenéticos de fin de año, tan desbocados y tan frenéticos que parecen más bien los del fin de los tiempos, es muy común que a los escritores nos pregunten qué fue lo mejor que leímos, qué libros nos deslumbraron y nos acompañaron durante estos doce meses que, vistos así como un orden retrospectivo y una sucesión racional y coherente, son la oportunidad perfecta para hacer un balance y compartir nuestras revelaciones.

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En varias listas en las que me consultaron dije la verdad y es que el mejor libro que leí este año es también el único que leí en serio, salvo coqueteos con otras cosas que me interesaban y que hojeé y acaricié y apenas abrí y cerré allí donde estaba lo que iba buscando, todo libro es una invitación y una promesa: un talismán que frotamos y hacemos brillar, un oráculo a cuyas puertas llegamos y muchas veces no logramos entrar.

Creo que ya lo había dicho aquí otra vez, como todo, pero me ha pasado con los años que cada vez leo menos y me quedo más tiempo en el libro que me atrape y me seduzca, lo dosifico, lo postergo, lo administro con delectación morosa para que no se me vaya a acabar. A diferencia de lo que sentía antes que era una voracidad sin freno ni medida, ahora la lectura se me ha vuelto un placer lento y minucioso, casi esquivo y rezagado.

Por eso, al hacer la cuenta de mis lecturas de este año, y salvo relecturas e incursiones furtivas en cosas maravillosas que sin duda aspiro a visitar luego y quedarme en ellas por largo tiempo, lo más largo mejor, me di cuenta de que lo único que leí desde enero hasta hoy, y no lo he terminado, por suerte, es un libro prodigioso de Navid Kermani que se llama Incrédulo asombro. Me lo regaló mi amigo Rodrigo Zuleta y desde entonces no he parado.

Kermani es quizás el mejor escritor que hay hoy en Europa, y las cosas de él que había leído antes me fascinaron todas.

Como no es un libro largo me cuesta mucho no avanzar, porque además está escrito con una gracia y una maestría que hacen que uno siga aferrado al texto en cada uno de sus ensayos luminosos. Mi táctica es buscar toda cosa de la que habla Kermani, ahondar en ella hasta sus últimas consecuencias y bifurcaciones; mi estrategia es leer con lentitud y cuidado, disfrutando de las frases y las ideas que reverberan en cada párrafo.

Porque además es un libro profundo y sencillo, como suelen serlo los mejores, de una belleza discreta y elemental. No me extraña: Kermani es quizás el mejor escritor que hay hoy en Europa, y las cosas de él que había leído antes me fascinaron todas, desde su alucinante novela Tu nombre hasta una recopilación de ensayos que se llama Entre el Corán y Kafka, un paseo soberbio y brillante por la historia y la literatura de Oriente y Occidente.

Pero en Incrédulo asombro la voz de Kermani tiene ya el tono de la absoluta y sobrecogedora perfección, de lo sublime. Alemán y musulmán de origen iraní, cada capítulo de su libro es el relato de un encuentro suyo con una obra maestra del arte cristiano. Podría ser una especie de historia del arte, y lo es, pero es mucho más que eso, porque también es un diario de viaje en el que el autor flaquea en su fe parado ante cada uno de esos cuadros portentosos.

Y es una historia del cristianismo y del islam, de la teología y el escepticismo, de la fe y la razón, de la belleza y el error. Su tono, sin embargo, no es el de la cátedra aleccionadora y aplastante, que podría serlo por la erudición sin fisuras que Kermani prodiga a manos llenas, sino el de la confesión y el secreto, la duda que el autor comparte con sus lectores como si se tratara de una conversación una tarde cualquiera, mientras cae el sol, en un café.

Pocos libros me han dejado una sensación así de dicha y maravilla, por eso lo comparto hoy como un regalo: quienes lo lean me lo van a agradecer. Incrédulo asombro, feliz Navidad.

JUAN ESTEBAN CONSTAÍNwww.juanestebanconstain.com

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Incrédulo asombro

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21.12.2023

Por estos días desbocados y frenéticos de fin de año, tan desbocados y tan frenéticos que parecen más bien los del fin de los tiempos, es muy común que a los escritores nos pregunten qué fue lo mejor que leímos, qué libros nos deslumbraron y nos acompañaron durante estos doce meses que, vistos así como un orden retrospectivo y una sucesión racional y coherente, son la oportunidad perfecta para hacer un balance y compartir nuestras revelaciones.

(También le puede interesar: El más grande)

En varias listas en las que me consultaron dije la verdad y es que el mejor libro que leí este año es también el único que leí en serio, salvo coqueteos con otras cosas que me interesaban y que hojeé y acaricié y apenas abrí y cerré allí donde estaba lo que iba buscando, todo libro es una invitación y una promesa: un talismán que frotamos y hacemos brillar, un oráculo a cuyas puertas llegamos y muchas veces no logramos entrar.

Creo que ya lo había dicho aquí otra vez, como todo, pero me ha pasado........

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