Harold Laski, que fue un socialista polémico y brillante, un agudo observador del poder y un magnífico historiador de las ideas, escribió en 1943 un libro sobre las revoluciones que estaban ocurriendo en el mundo, entre ellas quizás la más importante de todas por su impacto y su influencia intelectual y política en Europa: la revolución bolchevique en Rusia, la famosa ‘revolución de octubre’ que en realidad fue en noviembre.

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Lo cierto es que Laski seguía creyendo en los ideales de esa revolución, en sus principios teóricos e igualitarios, pero después de pasarse media vida defendiendo sus métodos oprobiosos, su ruinosa y sangrienta realidad hecha de purgas y represión, había llegado el momento de reconocer y aceptar, al menos en su caso, que nada en absoluto, ni siquiera la posibilidad de traer el Paraíso a la Tierra, justificaba semejante horror.

El dilema que se le planteaba a Laski fue el de muchos de los ‘compañeros de viaje’ en Occidente de la revolución rusa: mentes ingenuas y bienintencionadas que vieron en ella la última oportunidad de redención de la clase trabajadora; el cumplimiento de ese destino liberador que Marx y Engels habían profetizado para la humanidad, como si la historia estuviera escrita desde antes y para siempre y caminara de manera ineluctable hacia el socialismo.

Muchos de los defensores y promotores en Europa de la revolución rusa se negaban a aceptar su deriva represiva y totalitaria, dogmática y fanática a más no poder, hasta quedar convertida en una religión jerárquica e implacable; muchos otros la justificaban y minimizaban en nombre de sus promesas e ilusiones: con tal de que algún día llegara la utopía, había que tolerar el horror y ver hacia otro lado mientras ocurría. Era un sacrificio, un mal menor.

Si la revolución era una coartada para perpetuar y ahondar un sistema de privilegios y envilecimiento, si era un discurso exculpatorio del crimen y la codicia, había que denunciarlo.

También había un gran miedo en quienes empezaban a desencantarse del ‘modelo soviético’, aun de manera tímida, porque ya se sabía lo que pasaba allá adentro con quienes lo criticaban de buena fe: el castigo eran siempre la infamación y la censura, la purga feroz, la defenestración con un perverso argumento moral que se volvió inapelable, y es que el que estuviera en contra de la revolución estaba en contra del pueblo y de la justicia social.

Y había otra justificación que fue la que alejó a muchos de sus viejos defensores de la revolución rusa: la idea de que lo que había antes era peor y el régimen zarista no era menos corrupto ni menos represivo ni menos brutal en sus métodos y en sus procedimientos. “No se quejen, no molesten que ellos también lo hacían antes”, parecía ser la consigna de los áulicos del nuevo orden, hasta la víspera agitadores profesionales del escándalo y la indignación.

Sí, decía Laski: eso era así. Pero había una diferencia moral enorme y es que la revolución se había hecho justo contra esas prácticas y esas tradiciones, esos hábitos perversos. La frase exacta de Laski es apabullante: “La revolución se hizo contra lo injustificable, no para justificarlo”. Por eso el gran deber de quienes compartían sus principios e ideales no era bajar la cabeza y aplaudir con frenesí y abyección todo lo que hicieran los tiranos.

No: el deber de los revolucionarios verdaderos era honrar el propósito que los había impulsado; aceptar su compromiso moral e irrevocable, sin duda mucho más exigente porque quienes habían prometido el cambio eran ellos, no los dueños del poder tradicional. Si la revolución era una coartada para perpetuar y ahondar un sistema de privilegios y envilecimiento, si era un discurso exculpatorio del crimen y la codicia, había que denunciarlo y repudiarlo.

Muy pronto Laski prefirió callar, tragarse sus críticas. Le pudo más la solidaridad ideológica, pero cada día son más vigentes sus palabras.

JUAN ESTEBAN CONSTAÍN
www.juanestebanconstain.com

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Justificar lo injustificable

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15.02.2024

Harold Laski, que fue un socialista polémico y brillante, un agudo observador del poder y un magnífico historiador de las ideas, escribió en 1943 un libro sobre las revoluciones que estaban ocurriendo en el mundo, entre ellas quizás la más importante de todas por su impacto y su influencia intelectual y política en Europa: la revolución bolchevique en Rusia, la famosa ‘revolución de octubre’ que en realidad fue en noviembre.

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Lo cierto es que Laski seguía creyendo en los ideales de esa revolución, en sus principios teóricos e igualitarios, pero después de pasarse media vida defendiendo sus métodos oprobiosos, su ruinosa y sangrienta realidad hecha de purgas y represión, había llegado el momento de reconocer y aceptar, al menos en su caso, que nada en absoluto, ni siquiera la posibilidad de traer el Paraíso a la Tierra, justificaba semejante horror.

El dilema que se le planteaba a Laski fue el de muchos de los ‘compañeros de viaje’ en Occidente de la........

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