La semana pasada hablé aquí de mis expectativas con la película sobre Napoleón Bonaparte que acaba de estrenar Ridley Scott, la cual vi ayer con emoción e interés muy sinceros, incluso con unas ganas locas de que me encantara, pero tengo que decir que muchos de los críticos estaban en lo cierto porque la película no es buena. Tampoco es pésima, ni más faltaba, y logra algunos momentos memorables.

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Me alegra, eso sí, que el protagonista, Joaquin Phoenix, no se vaya a ganar esta vez ningún premio, aunque nunca se sabe e igual mañana lo vemos de nuevo en los Óscar con su mirada al infinito y su nudo en la garganta, su monserga trémula y aleccionadora para recordarle a la especie humana todas sus miserias y sus deudas, lo terrible que es este mundo al que hay que fustigar sin piedad mientras llega el fin.

¿Por qué no me pareció buena la película? Repito, en voz baja, lo que dije aquí hace ocho días: o uno hace un relato ordenado y minucioso de esa vida sin igual que fue la de Napoleón (“qué novela mi vida”, dijo él mismo), o se lanza de lleno a la ficción y profana sin reparos la verdad histórica y la viola pero le hace maravillosas criaturas, que era lo que Dumas confesaba hacer cuando le increpaban su manera de distorsionar el pasado.

Lo que no puede ser, y menos con semejantes actores y semejante presupuesto, y semejante director, es que el guion sea una sucesión errática de batallas y episodios mal hilados de la vida del emperador. Esa narración así, ese rompecabezas con las fichas incompletas, carece de encanto y de ilusión. No puede ser, mejor dicho, que uno no haga de Napoleón Bonaparte un personaje complejo y arrollador.

El problema es que es una narración sin fuerza ni sustancia: una historia en la que no hay trama, que en el sentido literal de la palabra es el hilo conductor.

Es más: un ejercicio narrativo que siempre funciona, un experimento casi infalible que uno puede recomendar en talleres de escritura y cosas así, es el de contar la vida de Napoleón como si jamás hubiera ocurrido de verdad, prescindiendo de la historia con mayúsculas, la de los libros y las estatuas. El argumento es perfecto: un corso que viene de la nada y se adueña de Europa, llega a la cima y luego cae, todo como en un sueño.

¿Se puede contar ese argumento solo desde la ficción, ya sea en una novela o en una película? Por supuesto que sí, se ha hecho muchas veces de forma magistral. Y si lo que uno quiere es aferrarse a los datos verdaderos de la historia e igual tejer una trama seductora y apasionante, un novelón de capa y espada, también lo puede hacer: en esa vida hay tanto material narrativo que fallar es casi imposible.

Salvo que uno haga lo que hizo Ridley Scott en Napoleón, increíble, que es un rosario indigesto y confuso de personajes e instantes que no cuentan bien una historia pero tampoco cuentan la historia. El problema no es, como creen muchos, que haya errores de verosimilitud y que los historiadores y los expertos estén furiosos con la negligencia del guion y de la producción, más allá de los buenos momentos cinematográficos (las batallas) que la película regala.

No. El problema es que es una narración sin fuerza ni sustancia: una historia en la que no hay trama, que en el sentido literal de la palabra es el hilo conductor. Ya digo: uno podría contar la historia de Napoleón como si fuera un personaje cualquiera en la Europa de finales del siglo XVIII e igual le sale un relato de aventuras perfecto. O cuenta la historia oficial pero la cuenta bien, eso es todo.

Esta película, en cambio, es un intento fallido por lado y lado: los expertos le ven los errores y las costuras y todo lo que está mal, pero los profanos jamás se adentran en una buena historia de verdad.

Una historia que sí ocurrió en la vida real, además, qué mejor guion que ese. Malograrlo era más difícil que hacerlo bien, Ridley Scott lo consiguió y es una lástima.

JUAN ESTEBAN CONSTAÍNwww.juanestebanconstain.com

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Napoleón de verdad

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30.11.2023

La semana pasada hablé aquí de mis expectativas con la película sobre Napoleón Bonaparte que acaba de estrenar Ridley Scott, la cual vi ayer con emoción e interés muy sinceros, incluso con unas ganas locas de que me encantara, pero tengo que decir que muchos de los críticos estaban en lo cierto porque la película no es buena. Tampoco es pésima, ni más faltaba, y logra algunos momentos memorables.

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Me alegra, eso sí, que el protagonista, Joaquin Phoenix, no se vaya a ganar esta vez ningún premio, aunque nunca se sabe e igual mañana lo vemos de nuevo en los Óscar con su mirada al infinito y su nudo en la garganta, su monserga trémula y aleccionadora para recordarle a la especie humana todas sus miserias y sus deudas, lo terrible que es este mundo al que hay que fustigar sin piedad mientras llega el fin.

¿Por qué no me pareció buena la película? Repito, en voz baja, lo que dije aquí hace ocho días: o uno hace un relato ordenado y minucioso de esa........

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