En medio del incendiario debate político, al que el presidente Gustavo Petro tanto contribuye con la gasolina de sus agresivos trinos, no es fácil intentar un análisis con cabeza fría sobre un asunto tan delicado como la frenada en seco de la economía colombiana durante 2023. Pero urge hacerlo porque, a diferencia de lo que piensan los profetas del anticapitalismo, cuando la economía se derrumba, no son los ricos quienes más sufren, sino los pobres.

Cuando casi todos los pronósticos apuntaban a un alza de entre 1 % y el 1,5 % en el año que terminó hace mes y medio, el Dane reveló que el PIB apenas aumentó un 0,6 %, el crecimiento más bajo desde 1999, si exceptuamos 2020, el año atípico de la pandemia. La comparación con 2022 es dramática: ese año, la actividad económica había crecido 7,3 %, de modo que el año pasado el aumento fue doce veces más pequeño. Eso entristece –por lo bien que íbamos– y aterra –por lo mal que podemos ir en adelante–.

El cotejo con el comportamiento de otros países deja muy mal parada a Colombia. En 2023, la economía mundial creció 3,1 %, un ritmo cinco veces más veloz que el nuestro. Las economías emergentes con las que debemos emular subieron su PIB 4,1 %, siete veces más que nosotros. Y en América Latina, el promedio fue de 2,5 %, cuatro veces más que Colombia, con México en 3,1 % y Brasil por encima de 2,4 %. Hace rato que el país no salía tan mal librado en esas comparaciones.

Aunque a nivel mundial hay una desaceleración que se explica en gran medida por el flojo comportamiento de China –que tras años de crecer al 8 % ahora crece al 5 %–, el frenazo de Colombia resulta mucho más abrupto por la caída de la inversión en el país, tanto pública como privada: los expertos hablan de un desplome de más del 20 %.

Y eso se explica, primero, porque el Gobierno demostró una desconcertante incapacidad para ejecutar el presupuesto, lo que golpeó sectores críticos como la vivienda (según Camacol, las ventas cayeron un 44 % en 2023) y la infraestructura. Y segundo, porque muchos inversionistas privados, sumidos en la desconfianza, prefirieron congelar sus proyectos.

No estamos en recesión (un crecimiento anual inferior a 0 %) por apenas seis décimas. Y eso gracias, en buena medida, a las remesas de los colombianos en el exterior, que rondaron los 10.000 millones de dólares y permitieron a los hogares mantener un razonable nivel de consumo, de modo que las ventas del comercio no cayeran mucho más.

El Gobierno es culpable de la falta de ejecución de la inversión pública, así como de la generación de un clima de incertidumbre que ahuyenta la inversión privada, con algunas áreas –como el sistema de salud y el sector eléctrico– en cuidados intensivos por el caos que genera el Ejecutivo con sus señales equivocadas, su demora en tomar decisiones y su falta absoluta de estrategia. Petro y su equipo saben mucho más aquello que quieren destruir que aquello con que lo van a remplazar.

El problema se agrava porque el Presidente sigue botando a la calle a los funcionarios que saben: el año pasado, el entonces minhacienda José Antonio Ocampo, entre otros buenos ministros que sacó; y este año, el jefe de Planeación Nacional, Jorge Iván González, y la directora de Presupuesto, Claudia Numa, ambos funcionarios juiciosos y competentes. Y así, revertir la mala tendencia va a ser mucho más difícil.

Mientras el Presidente delira con sus soliloquios sobre “las etnias cósmicas”, la economía enfrenta un 2024 lleno de terrenales desafíos y no pocos peligros. Si el Gobierno no corrige el rumbo, el desempleo comenzará a subir, y también la pobreza, con lo cual una buena porción de la parte colombiana de la “raza cósmica” que tanto inquieta al primer mandatario pasará hambre y caerá en la miseria. ¿No se supone que el gobierno del cambio había llegado justamente para producir el efecto contrario?

MAURICIO VARGAS
mvargaslina@hotmail.com
Instagram: @mvargaslinares

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¿Por qué nos fue tan mal en 2023?

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18.02.2024

En medio del incendiario debate político, al que el presidente Gustavo Petro tanto contribuye con la gasolina de sus agresivos trinos, no es fácil intentar un análisis con cabeza fría sobre un asunto tan delicado como la frenada en seco de la economía colombiana durante 2023. Pero urge hacerlo porque, a diferencia de lo que piensan los profetas del anticapitalismo, cuando la economía se derrumba, no son los ricos quienes más sufren, sino los pobres.

Cuando casi todos los pronósticos apuntaban a un alza de entre 1 % y el 1,5 % en el año que terminó hace mes y medio, el Dane reveló que el PIB apenas aumentó un 0,6 %, el crecimiento más bajo desde 1999, si exceptuamos 2020, el año atípico de la pandemia. La comparación con 2022 es dramática: ese año, la actividad económica había crecido 7,3 %, de modo que el año pasado el aumento fue doce veces más pequeño. Eso entristece –por lo bien que íbamos– y aterra –por lo mal que podemos ir en adelante–.

El cotejo con el comportamiento de otros........

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