Mi papá se refería a sí mismo como un “especialista en ideas generales”. Me hacía gracia, pues me parecía que mostraba bien dos rasgos propios de él: el humor y la humildad. Y, claro, como nada es casualidad, ambas comparten la raíz latina ‘humus’, ‘suelo’. Es decir, sirven para referirse a quien tiene los pies bien plantados en la tierra.

Hoy, domingo 11 de febrero de 2024, mientras escribo, se cumplen 22 años de la muerte mi papá, Rodrigo Escobar Navia. Fue un hombre inquieto, ya lo dije, un “especialista en ideas generales”. Hizo montones de cosas por los demás y tuvo cargos bien rimbombantes sin convertirse nunca en un hombre orgulloso; vanidoso, menos todavía. Era demasiado grande como para sentirse más que otros. Qué les puedo decir. Me hace un montón de falta. Sobre todo porque cuando murió apenas acababa de graduarme de la universidad y todavía no entendía quién era yo, mucho menos iba a entender quién era él. Pero los tiempos cambian. El mundo cambia y uno con él. Y hoy me gustaría, si lo tuviera enfrente, compartir el sancocho de gallina que tanto le gustaba, después de comerse un kilo entero de mamoncillos, mientras yo lo miraba con cara de fo.

Hoy entiendo mejor su biblioteca, llena de libros de sociólogos, filósofos, historiadores, poetas, cuentistas, y líderes espirituales, desde el Dalái Lama hasta Anthony de Mello. Y es que a él todo le daba curiosidad, no entendía la identidad como fachada a la que hay que pulir y brillar para exhibir en el escaparate de Facebook o de Instagram, nada de eso, él era un hombre de verdad. Y por eso me refiero a un hombre que abrazaba su vulnerabilidad, sus incoherencias, sus tristezas, sus rabias. O al menos lo intentaba.

Si lo tuviera hoy enfrente, mientras se come su tercer plato de sancocho valluno, le diría que así como me burlaba de jovencita de sus lecturas de “autoayuda”, hoy muchos de esos libros los tengo en mi biblioteca porque los leo yo también.

Si hoy lo tuviera enfrente le diría que ya entiendo su curiosidad por las religiones como un manantial espiritual inagotable. Da igual si es Desmond Tutu como líder cristiano o el Dalái Lama desde el budismo, los seres humanos tenemos mucho que aprender de otros seres humanos, sobre todo de quienes han ejercido la compasión, el perdón y la gratitud. Y es que necesitamos dejar de mirarnos todo el tiempo a nosotros mismos porque eso nos hace sentirnos inseguros y la inseguridad lleva al miedo, el miedo a la desconfianza, la desconfianza a la frustración, la frustración a la ira y la ira a la violencia. ¿Correcto? Me parece que algo así decías tú que decía el Dalái Lama, ¿no? Y yo, cínica, yo insegura, yo miedosa, pensaba que al envejecer hay que agarrarse de magos espirituales para no venirse abajo. Ay, pobre de mí. Estaba tan llena de yo, yo, yo, yo y de mí, mí, mí, mí que no te veía ni te escuchaba.

Me tomó todo este tiempo, más de dos décadas. Pero llegué, al fin y al cabo, y supongo que eso es lo que cuenta. Como no puedo decírtelo en persona, puedo ponerlo por escrito para que otros lo lean y quizá algún provecho saquen de esta epifanía.

Tarde pero llego, también, a ver, como tú veías, que estamos todos conectados. Sé que es difícil decirlo, más aún creerlo, en un mundo donde las noticias hablan de atracos en masa, tiroteos, explosiones, parricidios y feminicidios por todas partes. No le ponen a uno fácil la confianza en el otro, lo sé. Y, sin embargo, estoy cada vez más convencida de que la única manera en la que tiene sentido vivir es confiando en los demás. Porque si no tenemos compasión ni gratitud, entonces no tenemos nada. Y esto, papá, me lo enseñaste tú. Ya sé que entonces no escuchaba y miraba para otro lado volteando los ojos, pero fíjate, ahora, por fin, te estoy escuchando.

MELBA ESCOBAR
En X: @melbaes

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Tarde pero llego

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12.02.2024

Mi papá se refería a sí mismo como un “especialista en ideas generales”. Me hacía gracia, pues me parecía que mostraba bien dos rasgos propios de él: el humor y la humildad. Y, claro, como nada es casualidad, ambas comparten la raíz latina ‘humus’, ‘suelo’. Es decir, sirven para referirse a quien tiene los pies bien plantados en la tierra.

Hoy, domingo 11 de febrero de 2024, mientras escribo, se cumplen 22 años de la muerte mi papá, Rodrigo Escobar Navia. Fue un hombre inquieto, ya lo dije, un “especialista en ideas generales”. Hizo montones de cosas por los demás y tuvo cargos bien rimbombantes sin convertirse nunca en un hombre orgulloso; vanidoso, menos todavía. Era demasiado grande como para sentirse más que otros. Qué les puedo decir. Me hace un montón de falta. Sobre todo porque cuando murió apenas acababa de graduarme de la universidad y todavía no entendía quién era yo, mucho menos iba a entender quién era él. Pero los tiempos cambian.........

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