Petro ha demostrado una gran capacidad para imponer la agenda de discusión pública en el país. No solo porque logra concentrar la atención de los colombianos, sino porque desata toda suerte de pasiones que nadie parece controlar cuando reacciona a las iniciativas que va concibiendo en la medida en que va “gobernando con el pueblo”.

Ahora tiene al país discutiendo la ruta que seguirá en el ejercicio del “poder constituyente”, al que convocó para emprender el camino de las reformas en la calle que le han negado en el Congreso. Pareciera que estamos ante otro cambio de agenda. Ya no se trata de asegurar que el proyecto político del cambio siga en el poder en 2026, sino de buscar que el poder del pueblo se haga sentir y respetar: “Si las instituciones que hoy tenemos en Colombia no son capaces de estar a la altura de las reformas sociales que el pueblo, a través de su voto, decretó, demandó y mandó y ordenó, entonces no es el pueblo el que se va arrodillado hacia su casa derrotado. Son las transformaciones de esas instituciones las que se tienen que presentar, no es el pueblo el que se va, es la institución la que cambia”.

Es evidente que no se trata de la intención constitucionalista de llevar ese poder constituyente a las urnas para definir quién va a representar al pueblo en la elaboración de la nueva Constitución. La manera como ha convocado al poder constituyente muestra que su propósito va más allá de elaborar una nueva Constitución. Que ahí no está el objetivo. Que esa no es la tarea.

Para comprender el propósito, se podría decir que Petro parece estar más cerca de la idea de poder constituyente en la versión activa y actuante, que desarrolla Antonio Negri (en su libro El poder constituyente, 1994), como “el poder omnipotente, la revolución misma”. Allí recoge el espíritu que James Harrington legó en su crítica a la tradición constitucional inglesa en el sentido de que “el principio constituyente aparece como motor no de construcción sino de revolución, latencia de un fortísimo potencial de destrucción y al mismo tiempo de transformación del estado de cosas presente”. Y que lleva a definir el poder constituyente como “poder revolucionario, como contrapoder democrático” que se expresa contra las formas del poder y sus jerarquías.

Para Negri, el poder constituyente no puede ser subordinado a la función representativa o al principio de soberanía, “que comienzan a operar cuando la omnipotencia y la expansividad del poder constituyente son sometidas a las limitaciones y los finalismos constitucionales”. Es decir, a las restricciones que imponen los que creen que el poder constituyente tiene un espacio y tiempo definido. Que comienza cuando se invoca para producir los cambios, pero termina en el momento en que ha quedado aprobada la nueva Constitución. Como afirma Nicolás Mateucci en su ensayo sobre “la constitución americana y el constitucionalismo moderno” (1987): “Hasta las revoluciones deben inclinarse ante la supremacía de la ley... el poder constituyente, como poder último, debe legitimarse expresándose en un procedimiento legal”.

Para Petro, el poder constituyente es el motor del cambio. Pero no por su poder electoral, sino por la capacidad para tomarse las calles desafiando y vaciando el poder de las instituciones. Demoliendo las normas y jerarquías que le impiden operar y llegar a los más pobres, e imponiendo los contenidos que el pueblo necesita, a través de los cabildos abiertos o las asambleas populares. Cualquiera que sea la forma, es el pueblo el que, al ejercer su poder, define e imprime las bases del nuevo pacto social que debe regir a las instituciones y frente al cual nadie se puede levantar ni cuestionar. Y que al expresarse no les rinde cuentas ni culto al poder constituido ni a sus jerarquías.

* Profesor titular, Facultad de Ingeniería, Universidad Nacional

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No son los votos, es la fuerza de la gente en la calle

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21.03.2024
Petro ha demostrado una gran capacidad para imponer la agenda de discusión pública en el país. No solo porque logra concentrar la atención de los colombianos, sino porque desata toda suerte de pasiones que nadie parece controlar cuando reacciona a las iniciativas que va concibiendo en la medida en que va “gobernando con el pueblo”.

Ahora tiene al país discutiendo la ruta que seguirá en el ejercicio del “poder constituyente”, al que convocó para emprender el camino de las reformas en la calle que le han negado en el Congreso. Pareciera que estamos ante otro cambio de agenda. Ya no se trata de asegurar que el proyecto político del cambio siga en el poder en 2026, sino de buscar que el poder del pueblo se haga sentir y respetar: “Si las instituciones que hoy tenemos en Colombia no son capaces de estar a la altura de las reformas sociales que el pueblo, a través de su voto, decretó, demandó y mandó y ordenó, entonces no es el pueblo el que se va........

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