Quedan treinta meses de gobierno, pero la campaña ya está en marcha. Y no solo porque Colombia, con su guerra en el sistema inmunológico, sigue siendo un país que anhela salvadores, sino porque el paródico e impaciente siglo XXI, harto de las democracias que hemos dado por sentadas, ha dejado claro que cualquiera puede ser el presidente. “Cualquiera” en el sentido democrático: un firmante de paz, de izquierda en una tierra en la que la palabra “víctima” es de izquierda, que proponga la reivindicación de los ninguneados. “Cualquiera” en el sentido distópico: un senador anónimo pero uribista que hizo campaña por el “no”; un ingeniero que se limitó a repetir “reloco, papi, reloco” en TikTok; un milei bukélico, por venir, que sepa prometer la urgencia sin escrúpulos en la lengua.

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Súmele usted las salidas en falso –desde los presupuestos varados hasta los escándalos premiados– de esta presidencia esotérica: cualquiera puede estar pensando que cualquiera puede ser el jefe de este Estado.

Creo, desde mi sesgo, que ya es justo decir que el gobierno tiene el corazón en el lado correcto, pero la cabeza en otra parte. Que ha encarnado a las Colombias olvidadas, y ha hablado de paz, y ha logrado seriedades debajo de los histrionismos –y entonces, por ejemplo, la inseguridad alimentaria se redujo del 30 % al 25 % en 2023 según la ONU–, pero la trama de los pasaportes, mitad maquiavélica, mitad cantinflesca, es la enésima prueba de una innegable “ignorancia atrevida” ante el funcionamiento del Estado. “Hágase la luz”, se repite, pero la luz no se hace. “Comuníquese y cúmplase”, se decreta, pero el asunto está lejos de la realidad. Y entonces, en el colmo de la necedad, se usan palabras calumniosas como “traidor” o como “fraude”, y se firman desesperadas teorías de conspiración, y se repite que cuatro años son nada.

Y un reguero de candidatos calientan, al lado del campo, rodeados de esbirros que susurran “las próximas elecciones las gana cualquiera”.

El humor de la realidad es negro: siempre hubo algún candidato extravagante e improbable, Gareña o Nanetti, que dejaba constancia del absurdo sin conseguir votos a cambio, pero esta vez puede ganar. También se asoman los profesionales de antes con esos videos que pretenden volverlos prójimos, con esos vaticinios apocalípticos que no cuestan nada, con esos cruces de trinos, como los de la exalcaldesa de Bogotá con la directora de Semana, en los que se ven las costuras y los dientes. Falta, aún, que gane Trump. Pero ya es justo decir que detrás de esas aspiraciones, tanto de las grotescas como de las lógicas, está el pulso de la cultura de la paz con el negacionismo, la lucha del trauma contra la posverdad, la batalla entre los defensores y los enemigos de la JEP.

Un reguero de candidatos calientan, al lado del campo, rodeados de esbirros que susurran “las próximas elecciones las gana cualquiera”.

Por qué esa comisión del Centro Democrático fue a Washington a “contrarrestar el relato que Petro y sus aliados han venido imponiendo desde hace veinte años”. Por qué las antiguas Farc hablan de tribunales de cierre, de golpe, en la revista Semana. Por qué a esa investigadora a punto de ser fiscal le sacan los trinos biliosos de su esposo, pero no que ambos se jugaron la vida por señalar el paramilitarismo. Por qué saca de quicio la llegada de Mancuso. Porque, aun cuando la JEP nos haya dado a todos, más allá de los sesgos, cifras como 6.402 ‘falsos positivos’ o 3.834 bolsas con cuerpos en el cementerio de Cúcuta, el negacionismo que nos gobernó a principios de siglo no se ha resignado a que se sepa ni se acepte –así demos muestras de desarrollo– que todo aquí sigue siendo definido por las guerras.

Quedan treinta meses para las elecciones. Pero ya va por la mitad la campaña para dar con una ley de punto final que archive los crímenes y sepulte los traumas.

RICARDO SILVA ROMEROwww.ricardosilvaromero.com

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¡Campaña!

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01.03.2024

Quedan treinta meses de gobierno, pero la campaña ya está en marcha. Y no solo porque Colombia, con su guerra en el sistema inmunológico, sigue siendo un país que anhela salvadores, sino porque el paródico e impaciente siglo XXI, harto de las democracias que hemos dado por sentadas, ha dejado claro que cualquiera puede ser el presidente. “Cualquiera” en el sentido democrático: un firmante de paz, de izquierda en una tierra en la que la palabra “víctima” es de izquierda, que proponga la reivindicación de los ninguneados. “Cualquiera” en el sentido distópico: un senador anónimo pero uribista que hizo campaña por el “no”; un ingeniero que se limitó a repetir “reloco, papi, reloco” en TikTok; un milei bukélico, por venir, que sepa prometer la urgencia sin escrúpulos en la lengua.

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