Tiene que haber alguien que sepa cuántas veces ha pasado, pero lo cierto es que el presidente Petro ha estado repitiendo la palabra “decencia” en estas jornadas de precipicios para nada. Todo empezó con una conjetura temeraria que habría sido el fin en un país menos habituado al apocalipsis: “El simple hecho de presentar una terna de mujeres decentes al cargo de fiscal ha ocasionado un terremoto político que ha hecho pensar a algunos poderosos en un golpe de Estado”, pensó en voz alta. Se valió luego del término, como si fuera solo suyo y el mundo viera por sus ojos, mientras ponía a andar las manifestaciones de la semana pasada: “Comienzan las marchas por la decencia en Colombia”, dijo. Y respondió “aquí confunden locura con decencia” cuando, a propósito del caos en el Palacio de Justicia, el velador del Partido Liberal no solo lo acusó de rayar en lo criminal, sino de no comportarse como una persona cuerda.

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Fue cuatro días antes, sin embargo, cuando Petro soltó la palabra en una sentencia triste con la que era justo estar de acuerdo: “La política colombiana está tan degradada –razonó– que la simple decencia es una revolución”. Y es probable que no estuviera pensando en sinónimos empobrecedores como “pudor”, “moralismo”, “suficiencia”, “aseo”, que tanto sirvieron a los clasistas de este país que en los ochenta seguía dividiendo a la sociedad en hijos legítimos e ilegítimos, en gente decretada “decente” e “indecente”, sino que tuviera en mente virtudes del tamaño de la integridad, la compasión y la dignidad, que nos han salvado más veces de las que creemos. Y resulta providencial su frase, entonces, porque de ella podría inferirse que la verdadera reforma que el país requiere es justamente esa: hallar la decencia.

Hace cuatro años el Presidente llegó a la segunda vuelta con una coalición que se calificaba de esa manera, y hoy tiene sentido recobrar la palabra para ponerla en escena.

La decencia no tiene que ver con apellidos, ni religiones ni ideologías, como se hizo creer, sino que es el órgano que sujeta la propia violencia, el silencio que contiene la tentación de susurrarse “para hacer una tortilla hay que romper algunos huevos”. La decencia, que suele asomarse en los contextos más turbios, es el vaivén de la honestidad a la bondad, de la lealtad al amparo. Tiene mucho de sentido común porque es la férrea resignación a que “eso no se hace”. No es nada fácil, en un mundo que se ha pasado un par de siglos tratando de entender las mentes retorcidas de los villanos, devolverle su gracia, y sin embargo es el paso a seguir. Es un riesgo llamarse a uno mismo “decente”, pero hace cuatro años el Presidente llegó a la segunda vuelta con una coalición que se calificaba de esa manera, y hoy tiene sentido recobrar la palabra para ponerla en escena.

Valga usar de criterio esa decencia que es una honra a la altura de la justicia. Valga reconocer, por ejemplo, que no es decente ignorar las reivindicaciones que van a ser el legado del Gobierno, ni jugar con el nombramiento de la fiscal, ni tomarse los organismos de control para perseguir enemigos. Valga preguntarse, de paso, qué tan decente es olvidar que el 47 por ciento de los electores votó por el tal ingeniero, despreciar la tarea dramática de los diplomáticos, premiar con embajadas a los funcionarios que tienen que responder por sus conductas, azuzar a los descorazonados, como despreciándolos, con el fantasma de un golpe de Estado, y amagar con los presupuestos de la nación para acabar de enturbiarlo todo: qué tan decente puede ser perder los escrúpulos en nombre de una causa.

Sospecho que los electores colombianos entendemos “la decencia” cuando una campaña política nos promete “el cambio”.

Y que lo que nos parte el corazón no es que las reformas se queden a mitad de camino, sino que la democracia justa que tanto hemos reclamado no empiece en el ejemplo de sus líderes.

RICARDO SILVA ROMEROwww.ricardosilvaromero.com

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Decencia

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16.02.2024

Tiene que haber alguien que sepa cuántas veces ha pasado, pero lo cierto es que el presidente Petro ha estado repitiendo la palabra “decencia” en estas jornadas de precipicios para nada. Todo empezó con una conjetura temeraria que habría sido el fin en un país menos habituado al apocalipsis: “El simple hecho de presentar una terna de mujeres decentes al cargo de fiscal ha ocasionado un terremoto político que ha hecho pensar a algunos poderosos en un golpe de Estado”, pensó en voz alta. Se valió luego del término, como si fuera solo suyo y el mundo viera por sus ojos, mientras ponía a andar las manifestaciones de la semana pasada: “Comienzan las marchas por la decencia en Colombia”, dijo. Y respondió “aquí confunden locura con decencia” cuando, a propósito del caos en el Palacio de Justicia, el velador del Partido Liberal no solo lo acusó de rayar en lo criminal, sino de no comportarse como una persona cuerda.

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Fue cuatro días antes, sin embargo, cuando........

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