Se le va a uno la vida notando que no solo en las películas taquilleras hay villanos. Que sí existe la gente capaz de cualquier cosa, la gente sin escrúpulos: “escrúpulos” eran las piedritas en los zapatos que impedían pasar por encima de los demás. Y en Colombia, tierra querida, que es un viejo pulso entre la denuncia y la negación de la guerra, sigue habiendo azuzadores del apocalipsis, cínicos del horror, contadores de cuerpos, operarios de la violencia y burócratas de la aniquilación. Y en medio de la crispación diaria, aferrados, a diestra y siniestra, no a los hechos, sino a su justificación, sigue siendo un lío de fondo el asunto de la memoria histórica: el asunto de reconocer, entre todos, el pasado. Tenemos un Centro Nacional dedicado a la tarea. Pero desde el gobierno anterior, tan empobrecedor, se le ha visto demasiado dedicado al presente.

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El padre Pacho de Roux, que no tiene agenda aparte de la compasión, lo dijo la semana pasada en un encuentro sobre la difusión del informe final de la Comisión de la Verdad: “Si ha de haber una ley sobre el Centro Nacional de Memoria Histórica, debe ser para que sea una institución del Estado que no dependa del presidente”, pensó en voz alta. “La verdad debe ser libre: no debe estar sometida a los militares, ni a los partidos ni a los expresidentes, porque es la verdad de las víctimas, de la dignidad humana”. Días después, cuando se propagó la noticia burda de que iba a proyectarse en el Centro aquel documental antiuribista cuestionado por la Corte Constitucional, De Roux tuvo razón. La memoria histórica no es un acto de venganza, pues la venganza pierde de vista el drama y su contexto, sino un acto de justicia.

La memoria histórica debe ser otra tierra de nadie en la que quepa todo el mundo.

La objetividad no existe, pero para pasar de la venganza a la justicia existen la vocación a narrar y la piedad.

Por supuesto, nadie puede llamarse a sí mismo “objetivo”: uno es de donde viene. Puede servir a ciertos lectores de esta columna, supongo, saber que en mi árbol genealógico hay gente liberal y hay gente de izquierda, pero sobre todo gente escrupulosa que se ha negado a pasar por encima de los demás. Quiero decir que es natural este empeño de honrar la formación, pero que –como dice Yolanda Ruiz en su columna sobre el activismo– no hay una sola causa, ni siquiera la propia, que admita “la mentira, la tergiversación, la falta de contexto”. La objetividad no existe, pero para pasar de la venganza a la justicia existen la vocación a narrar y la piedad. Poco va a servirnos la memoria histórica, que es la tarea de convivir con el pasado, si no se parece a las novelas del siglo XIX, sino a las listas negras del siglo XX.

Ya sé que hay gente que tira a matar. Hay una derecha paciente, cínica, experta en hacer ver al progresismo como enemigo de las libertades, que además sabe reducir la memoria histórica –con sus denuncias de décadas de exilios y torturas– a embeleco de mamertos. Hay una derecha capaz de presentar al Sistema Integral para la Paz, o sea la Comisión de la Verdad, la Unidad de Búsqueda y la JEP, como una persecución de régimen: “las Ías” contra los dueños de “las Ías”. Venimos de una generación de machos que se hunden, con su Titanic, sin haber asumido su parte en esta suma de pacificaciones y de paces. Pero podemos redoblar la tarea de la convivencia en la memoria: vale la pena negarse a heredar versiones amañadas e insistir en un Centro Nacional que siga prefiriendo contar historias a emitir sentencias.

Espero con ilusión la exposición sobre el informe final de la Comisión de la Verdad en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación: Hay Futuro si Hay Verdad: de la Colombia herida a la Colombia posible. Puede servir a ciertos lectores saber, en Navidad, que el optimismo es el peor de mis sesgos.

RICARDO SILVA ROMEROwww.ricardosilvaromero.com

(Lea todas las columnas de Ricardo Silva Romero en EL TIEMPO, aquí)

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Escrúpulos

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22.12.2023

Se le va a uno la vida notando que no solo en las películas taquilleras hay villanos. Que sí existe la gente capaz de cualquier cosa, la gente sin escrúpulos: “escrúpulos” eran las piedritas en los zapatos que impedían pasar por encima de los demás. Y en Colombia, tierra querida, que es un viejo pulso entre la denuncia y la negación de la guerra, sigue habiendo azuzadores del apocalipsis, cínicos del horror, contadores de cuerpos, operarios de la violencia y burócratas de la aniquilación. Y en medio de la crispación diaria, aferrados, a diestra y siniestra, no a los hechos, sino a su justificación, sigue siendo un lío de fondo el asunto de la memoria histórica: el asunto de reconocer, entre todos, el pasado. Tenemos un Centro Nacional dedicado a la tarea. Pero desde el gobierno anterior, tan empobrecedor, se le ha visto demasiado dedicado al presente.

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El padre Pacho de Roux, que no tiene agenda aparte de la compasión, lo dijo la semana pasada........

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