Fue un año peor. ¿No es cierto? Fue un año masacrado, invadido, empobrecido, desmoralizado, polarizado e indolente a morir. Pero “el buen Dios”, según el proverbio del siglo XIX, está en los detalles. Y entonces también fue un año para renovar votos con la Carta de las Naciones Unidas que buscaba conjurar las grandes guerras, con el Sistema Universal de Protección de los Derechos Humanos que preveía el horror, con las negociaciones de paz que son la única salida, con la democracia que contiene la marea del fanatismo, con el invento de cada belleza posible, con el hecho de la vida, que tendría que ser el contexto de todos, y con el humor que pone las cosas en su sitio. Yo fui día por día por día hasta llegar a este viernes. Y en las últimas semanas di con un ensayo fantástico, Música de mierda, que me sirvió de hallazgo y de muleta.

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Porque su sagaz autor, el crítico canadiense Carl Wilson, baja a los infiernos de las pegajosas, rimbombantes e indigestas canciones de Céline Dion –los adjetivos resumen su postura– para regresar con el descubrimiento de que vivir es ir restándose prejuicios, superioridades morales, sofisticaciones, segregacionismos. Desde 1994, cuando escuché, en la universidad, el anhelo elitista de que la literatura no sirviera para nada, capté mi repugnancia por el esnobismo. El esnob, que también viene del latín, finge aristocracia para prevalecer entre la desigualdad: se vale de su cultura –de su gusto entrenado, de su biblioteca, de su vocabulario, de su inglés, de su ortografía– no solo para seguir predominando en el viejo mundo de las jerarquías, sino para despreciar, y matonear, a quienes osen asomarse en estas sociedades de tan pocos dueños.

Hay esnobismo político, y más en los países de la inequidad, claro, porque tiende a enseñarse que ser es excluir. Hay esnobismo de izquierda: “¡Fachos!”. Hay esnobismo de centro: “¡Extremistas!”.

Por supuesto, este fue el año que puso en juego a la diplomacia –el guardián entre el centeno– que nos ha salvado de tantos apocalipsis desde las ruinas de 1945. Y desfilaron bajo el reflector del fracaso humano, entonces, los fanáticos que secuestran cadáveres; los expertos en sabotear los acuerdos de paz; los habitantes de redes, espurios e inescrupulosos, que abusan de sus pequeños poderes para acabar con la gente que no les parece bien; los políticos influenciadores que, con espuma en la boca, acusaron al Presidente incluso de tomar Manzana Postobón, y los esbirros con modos de régimen que empezaron a echarles la culpa de la falta de ejecución del Gobierno a unos “enemigos internos” que en realidad son funcionarios que alguna vez, por allá por agosto de 2012, cometieron la osadía de criticar a Petro.

Pero en estas últimas semanas, acompañado por la lucidez irónica con la que Música de mierda nos va preguntando a sus lectores si somos parte de los espíritus finos o de los espíritus vitales de la época, me pareció claro que el esnobismo –o sea el clasismo disfrazado de destino y de buen gusto– sigue entorpeciendo nuestra transformación para la convivencia. Colombia, semejante vaivén de la euforia a la disforia, es todavía un problema de reconocimiento social. Y, luego de décadas y décadas y décadas de jugar el juego de que hay un arte popular y un arte de difícil digestión, demasiada gente aún teme a las librerías, a las cinematecas, a las galerías, a los salones de clases y a los debates políticos porque suenan a lugares para los pocos elegidos. “Yo sí, usted no”: ese es el mantra del esnob porque su puesto en la sociedad depende enteramente de que otros no lo tengan.

Hay esnobismo político, y más en los países de la inequidad, claro, porque tiende a enseñarse que ser es excluir. Hay esnobismo de izquierda: “¡Fachos!”. Hay esnobismo de centro: “¡Extremistas!”. Hay esnobismo de derecha: “¡Mamertos!”. Y mi deseo para el próximo año es, en fin, que tengamos las cosas menos claras.

RICARDO SILVA ROMEROwww.ricardosilvaromero.com

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Esnobismo

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29.12.2023

Fue un año peor. ¿No es cierto? Fue un año masacrado, invadido, empobrecido, desmoralizado, polarizado e indolente a morir. Pero “el buen Dios”, según el proverbio del siglo XIX, está en los detalles. Y entonces también fue un año para renovar votos con la Carta de las Naciones Unidas que buscaba conjurar las grandes guerras, con el Sistema Universal de Protección de los Derechos Humanos que preveía el horror, con las negociaciones de paz que son la única salida, con la democracia que contiene la marea del fanatismo, con el invento de cada belleza posible, con el hecho de la vida, que tendría que ser el contexto de todos, y con el humor que pone las cosas en su sitio. Yo fui día por día por día hasta llegar a este viernes. Y en las últimas semanas di con un ensayo fantástico, Música de mierda, que me sirvió de hallazgo y de muleta.

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Porque su sagaz autor, el crítico canadiense Carl Wilson, baja a los infiernos de las pegajosas, rimbombantes e indigestas........

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