Ya viene Trump. Y en el final de la esquizoide e interminable ceremonia de los Premios Óscar, que es una celebración risueña pero agónica en medio de las guerras de Ucrania, Gaza, Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Nigeria, Siria y Colombia, el presentador Jimmy Kimmel lee al aire una reseña venenosa que el exmandatario gansteril y anaranjado acaba de publicar en su propia red social. Kimmel le responde “gracias por sintonizar, presidente Trump, pero me sorprende: ¿no está usted fuera del horario de la cárcel?”, y es un latigazo, claro, pero también un recordatorio de que las elecciones de noviembre pueden ser otra derrota de la democracia.

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Al día siguiente, Kimmel invita a Robert De Niro a su programa y le recuerda que los dos son víctimas del matoneo trumpista: “He’s a fuckin’ moron”, sentencia De Niro, “pero uno que da miedo”.

Es una escena clave que merece un contexto: el irrepetible De Niro, patrimonio del mundo que va a cine, nominado al Óscar de este año por encarnar “la banalidad del mal” en la genial Los asesinos de la luna, actor de películas magistrales como El Padrino II, Taxi Driver, Toro salvaje, Érase una vez en América, Brazil, Casino, Fuego contra fuego, Jackie Brown y El irlandés, representa una cultura en la que los artistas se niegan a callar mientras la democracia se va hundiendo. En este mundo redundante, que tantos dan por perdido, De Niro personifica una redundancia de las buenas: el “sano juicio”, o sea la cordura que distingue verdad de posverdad, y democracia de tiranía, que empezó a reclamarse en las epístolas de la Biblia. “Trump es un narcisista maligno, un sociópata peligroso del que tenemos que deshacernos”, le recuerda De Niro a Kimmel con los ojos abiertos. “Hay que salir y votar y votar y votar”.

Y entonces es clarísimo que los Estados Unidos de América, como sus películas estupendas, son un espejo. Y que ningún líder colombiano, por ejemplo, debería resignarse a parecerse a Donald Trump: a desconocer el sistema electoral que lo eligió, a despreciar la justicia que se ha jugado la vida, a deshonrar al Congreso a punta de bravuconerías, a estigmatizar a la prensa que ejerce sus libertades, a negar a la mitad más uno de su patria, a gobernar a la caza de un enemigo interno que no deja gobernar, como lo ha hecho y lo hace y va a hacerlo Trump. Se buscan, en cambio, artistas que se nieguen a ser propagandistas, y que denuncien vengan de donde vengan, como el indomable Robert De Niro, las violencias, las injusticias, las corrupciones, los sectarismos, que trastornan poco a poco tanto a los poderosos como a los desposeídos.

Se buscan, en fin, aquellos ciudadanos en sano juicio que no solo defienden los valores democráticos cuando están lejos del poder.

Vivir es dejar constancia. Cuando uno dice que “ya viene Trump”, como quien grita “el lobo anda más y más y más cerca”, en verdad dice que desde hace un par de décadas –y hoy como nunca– están en riesgo los acuerdos de vida o muerte que dimos por sentados: el rechazo a la guerra, la denuncia de las persecuciones políticas, la fe en el refugio de la democracia, el cierre de las brechas que siguen saboteando las sociedades, el uso de la lengua de la diplomacia. Cuando el insobornable De Niro le repite al público de Kimmel que hay que tomarse en serio la amenaza, y al compás del dedo índice insiste en que “ojalá sientan vergüenza e imaginen los libros de historia estos republicanos que no tienen el valor para detenerlo”, está gritándonos que será el colmo si la distopía llega a tomarnos por sorpresa.

Que existe el mundo al revés, negado y enardecido, del increíble pero cierto Donald Trump. Pero también está en pie este mundo cansado e imperfecto que es de todos.

www.ricardosilvaromero.com

QOSHE - Espejo - Ricardo Silva Romero
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15.03.2024
Ya viene Trump. Y en el final de la esquizoide e interminable ceremonia de los Premios Óscar, que es una celebración risueña pero agónica en medio de las guerras de Ucrania, Gaza, Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Nigeria, Siria y Colombia, el presentador Jimmy Kimmel lee al aire una reseña venenosa que el exmandatario gansteril y anaranjado acaba de publicar en su propia red social. Kimmel le responde “gracias por sintonizar, presidente Trump, pero me sorprende: ¿no está usted fuera del horario de la cárcel?”, y es un latigazo, claro, pero también un recordatorio de que las elecciones de noviembre pueden ser otra derrota de la democracia.

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Al día siguiente, Kimmel invita a Robert De Niro a su programa y le recuerda que los dos son víctimas del matoneo trumpista: “He’s a fuckin’ moron”, sentencia De Niro, “pero uno que da miedo”.

Es una escena clave que merece un contexto: el........

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