Van doce días del año nomás, pero ya estamos hartos de noticias colombianas, como artesanías, que no solo nos revelan, sino que nos satirizan. Qué tal el séquito derrochador, abusivo, forzado, que acompaña a la primera dama de la nación. Qué tal ese equipo de rivales carifruncidos, como niños cínicos que le ruegan otra oportunidad al profesor, empeñados en la misión heroica de recuperar los Juegos Panamericanos para Barranquilla. Y, sin embargo, nada tan típico como la polémica a muerte sobre el adjetivo “guiso”. El estupendo Diccionario de colombianismos del Instituto Caro y Cuervo lo define de la siguiente manera: “Referido a una persona de mal gusto, ordinaria, desagradable: iguazo, montañero, ñampira, ñanga”. Va más allá después: “Empleada del servicio doméstico que se encarga de la cocina: manteca”. Pero en esta era en la que todo da igual cada cual ha estado envenenando la palabreja a su manera.

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Todo empezó, como debe ser, en la noche del lunes 1.º de enero de 2024. Cierta tuitera que se llama a sí misma “memera”, pensó en voz alta, abro comillas, “nada más guiso aspiracional que un petrista con bandera de Palestina en su perfil de redes sociales”. El Presidente, que podía no hacerlo, respondió “somos guisos con orgullo y nos sentimos solidarios con otros guisos del mundo”. Y entonces la vieja expresión, patrimonio inmaterial del arribista ochentero que se negaba a decir palabras de la talla de “cabello” o “escuchar”, se hizo “tendencia”. Cada uno la usó como le vino en gana. El periodista Greiffenstein se la colgó a una fotografía cursi, navideña, de la familia Petro Ojeda. El escritor Bolívar la convirtió en sinónimo de “incultura e intolerancia”. El embajador Barreras sacó pecho por toda una vida de ser reducido a “igualado”, pero un sensato MBA le recordó que a él nadie lo estaba llamando “guiso”, sino “lagarto”.

De verdad que el mundo era infinitamente mejor cuando uno podía encontrarse con los vecinos sonrientes, en el ascensor, sin tener la menor idea de que acababan de tuitearle al viceministro de la Juventud –con espuma en la boca– “guisos serán ustedes por cochinos, delincuentes, resentidos, drogadictos, malhablados e ignorantes”. Por alguna razón sicológica que jamás interesará a la ciencia, yo, desde que tengo memoria, o sea desde el Mundial de 1982, he odiado con furia el matoneo. Y el clasismo criollo ha sido la forma más pobre, más cobarde, más mediocre, del matoneo. Qué tarea larga revertir el mal karma de este país. Qué esfuerzo patético se ha hecho para aplastar a los ninguneados. Qué otra jerga de envanecidos –venida de qué otro purgatorio– es capaz de hallar un adjetivo despectivo en la labor de las empleadas domésticas.

Seguimos varados en un enorme problema de comunicación: empezamos los debates clavándonos inris.

Hay muchas cosas por hacer. Preguntarse por qué, en la escena que lleva a la película surcoreana Parásitos de la orilla de la comedia a la orilla de la tragedia, el clasista señor Park compara el olor de su chofer con el de un trapo hervido. Repetir que los estratos que buscaban la igualdad se han usado para impedirla. Notar que el despilfarro de la primera dama no es “guiso”, sino “indolente”. Captar que el lío de los Panamericanos no es “lobo”, sino tan “sospechoso” como “ridículo”. Negarse a la exclusión para irle empobreciendo el vocabulario. Tener clarísimo una vez más, sin embargo, que seguimos varados en un enorme problema de comunicación: empezamos los debates clavándonos inris, sí, nos extraña que no nos respondan las cartas que comienzan “querido subnormal”, “querido imbécil”.

Hay muchas cosas por hacer. Y después de todo, cuando por fin se hagan, seremos dignos de pedir que en una próxima edición del Diccionario de colombianismos la palabra “guiso” sea considerada un patético arcaísmo.

RICARDO SILVA ROMERO

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Guiso

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12.01.2024

Van doce días del año nomás, pero ya estamos hartos de noticias colombianas, como artesanías, que no solo nos revelan, sino que nos satirizan. Qué tal el séquito derrochador, abusivo, forzado, que acompaña a la primera dama de la nación. Qué tal ese equipo de rivales carifruncidos, como niños cínicos que le ruegan otra oportunidad al profesor, empeñados en la misión heroica de recuperar los Juegos Panamericanos para Barranquilla. Y, sin embargo, nada tan típico como la polémica a muerte sobre el adjetivo “guiso”. El estupendo Diccionario de colombianismos del Instituto Caro y Cuervo lo define de la siguiente manera: “Referido a una persona de mal gusto, ordinaria, desagradable: iguazo, montañero, ñampira, ñanga”. Va más allá después: “Empleada del servicio doméstico que se encarga de la cocina: manteca”. Pero en esta era en la que todo da igual cada cual ha estado envenenando la palabreja a su manera.

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Todo empezó, como debe ser,........

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