Hace diecisiete días, en la noche paradójica del Halloween, seguimos a nuestros hijos en aquella marcha carnavalesca que va de puerta en puerta pidiendo dulces para la gloria de los fabricantes de ultraprocesados. Había figuras aterradoras: vampiros, payasos, lobos. Pero nada tan espeluznante como los niños doblemente disfrazados que repetían de casa en casa “si no hay dulces para mí, yo te traigo a Petro aquí”. Qué escalofriantes sus ojos que no parpadeaban. Y qué miedo esos padres exasperados, descolocados, por fin, por un gobierno malgastado que sin embargo obliga a repensar el país, que escoltaban –risueños– su propio chiste: “Que se arrepientan por votar por guerrilleros”, dijo entre dientes el más arrogante. Y me pareció que no hay nada más ilógico e inútil que arrepentirse de un voto. Y me quedó clara e impune la vieja maña de aniquilarnos.

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Por supuesto, lo serio, lo justo, lo leal, en una democracia, es señalar las salidas en falso de los gobiernos. Por supuesto, el humor es el atajo a la redención. Pero la noche colombiana sigue llena de fanáticos que se disfrazan de “los buenos somos más” y de “empatía” y de “lado correcto de la historia”, a lo largo y lo ancho del espectro político, para quemar figuras con la cara del Presidente; para destrozar banderas de guerrillas que entregaron las armas en 1990; para enlodar a una ministra por un error técnico que no merecía disputas; para insultar a aquel liberal de verdad, el senador De la Calle, que no ha hecho sino servirle a la paz; para linchar como sea, con memes, calumnias e injurias de tiempos de matones disfrazados de analistas, a quien ose oponerse a las políticas económicas, las inacciones o a las reformas del Gobierno.

Hay que estar disfrazado de dueño del mundo para denunciar, como debe ser, el genocidio en Ucrania, y luego enmudecer ante el etnocidio de Palestina. Hay que estar disfrazado de expresidente de derecha para firmar una vergonzosa carta en la que se respalda al aturdido Milei, a su vez disfrazado de candidato libertario, sobre la base de que “populismo” es sinónimo de “izquierda”. Hay que estar disfrazado de senador para perder el tiempo del país en las cuentas del mercado de la Casa de Nariño. Hay que estar disfrazado de “ay, qué orgulloso me siento de ser un buen colombiano” para negar lo mucho que hemos padecido a estos disfrazados que disfrazan a los demás de enemigos: hay que estar disfrazado de soldado para disfrazar a un asesinado de guerrillero y hay que estar disfrazado de guerrillero para justificar un secuestro. Hay que estar disfrazado de papá –no serlo del todo– para heredarles a los hijos los odios.

Cuando a uno le está doliendo ser colombiano es que le está doliendo esta incapacidad tan particular, tan de acá, de debatir sin humillar, sin destruir:

Cada día es más fácil acabar con los demás. Pero, como cada día son más evidentes las máscaras que se ponen los unos para enmascarar a los otros, nunca había sido tan claro que tenemos en común esta cultura del aniquilamiento, y que nos cuestan sangre los acuerdos porque nos cuestan sangre los desacuerdos, y que eso que hacen los grupos armados que cogobiernan ciertos países del país –varados a medio camino entre el negocio y el fundamentalismo– no se llama política, sino opresión. Cuando a uno le está doliendo ser colombiano es que le está doliendo esta incapacidad tan particular, tan de acá, de debatir sin humillar, sin destruir: esta renuencia a rendirse a la compasión, por ejemplo, ante el miedo y la infamia y el tormento y el alivio que se ve en las fotografías sin disfraces del reencuentro de la familia de Luis Díaz, y dedicarse en cambio a regresar a los tiempos en los que fue común justificar hasta las bombas en las calles.

La paz, que siempre está a tiempo, no es el fin del conflicto, sino de la manía de sepultarlo. La paz es pensar antes de abatir.

RICARDO SILVA ROMEROwww.ricardosilvaromero.com

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Halloween

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17.11.2023

Hace diecisiete días, en la noche paradójica del Halloween, seguimos a nuestros hijos en aquella marcha carnavalesca que va de puerta en puerta pidiendo dulces para la gloria de los fabricantes de ultraprocesados. Había figuras aterradoras: vampiros, payasos, lobos. Pero nada tan espeluznante como los niños doblemente disfrazados que repetían de casa en casa “si no hay dulces para mí, yo te traigo a Petro aquí”. Qué escalofriantes sus ojos que no parpadeaban. Y qué miedo esos padres exasperados, descolocados, por fin, por un gobierno malgastado que sin embargo obliga a repensar el país, que escoltaban –risueños– su propio chiste: “Que se arrepientan por votar por guerrilleros”, dijo entre dientes el más arrogante. Y me pareció que no hay nada más ilógico e inútil que arrepentirse de un voto. Y me quedó clara e impune la vieja maña de aniquilarnos.

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Por supuesto, lo serio, lo justo, lo leal, en una democracia, es señalar las salidas en........

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