Va a ganar Trump. Sigue siendo el monstruo inverosímil, de 77 años, que uno oye y ve por todas partes, pero a sus electores, o sea a la mitad de los votantes de esos Estados Unidos que quisimos tanto a punta de películas, no les importan las 15.413 mentiras que soltó en su primera presidencia, ni la xenofobia, ni el racismo, ni la misoginia, ni la maña de llamar “alimañas” a sus críticos, ni los timos, ni los abusos sexuales, ni la violación de la ley de espionaje, ni el asalto al Congreso con vocación de golpe de Estado, ni el intento de alterar las elecciones en Georgia ni las cuatro imputaciones que está enfrentando por sus desvaríos. La abatida campaña de su rival de 81 años, el presidente Biden, insiste e insiste en que “Trump es una amenaza a la democracia”. Y no solo a los trumpistas les tiene sin cuidado.

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Mientras el país se resigna a su desmoralización, a su descreimiento, Hollywood, que hace poco encaró a la inteligencia artificial, no solo se rinde, sino que se regodea en la divertida pero aberrante cultura de los premios: cada fin de semana vuelven a ganar los mismos, Oppenheimer, Barbie, Succession, The Crown, El Oso, Bronca, como advirtiéndonos a los gritos que el mundo aún se puede acabar, que el liderazgo se ha quedado sin herederos, que la especie humana solo evolucionará si enfrenta sus trastornos, pero los ganadores se niegan a ser políticos cuando suben al escenario a reclamar sus trofeos –“Te amo”, repiten, “creíste en mí cuando nadie más lo hizo”–, y es claro que habrá sección de entretenimiento en los noticieros del Día del Juicio Final, y cabe pensar que los electores no tienen tiempo ni cabeza para defender la democracia.

Podría evolucionar esta especie jerárquica, épica, varada en bombas atómicas y en premios. Podría recobrar a tiempo el amor por la vida este mundo en el que ha tendido a ganar Trump.

Según Gallup, solo el 28 por ciento de los estadounidenses se siente satisfecho con la suya. De acuerdo con el Latinobarómetro, apenas el 17 por ciento de los colombianos está en paz con la que le tocó. Y ante semejante desazón, ante semejante demostración de que demasiados liderazgos de hoy son egos atrincherados que poco tienen que ver con la gente, no sorprende ni repugna lo suficiente lo antidemocrático: da igual que el concejal de Medellín adultere un video del presidente, que el fiscal se permita a sí mismo comparar al jefe del Estado con Pablo Escobar, y que el canciller, en uno de sus manotazos, sea capaz de meterse con la JEP, porque a estas alturas tan bajas la política es otro espectáculo con comerciales que se apaga con el control remoto y los políticos son entretenedores a los que les basta y les sobra su público.

Va a ganar Trump. Si ha sacado el 51 por ciento de los votos en el determinante “caucus” de Iowa, luego de desplegar su despotismo tan burdo durante una larga década, y después de dedicarle estos cuatro años a la tarea imperdonable de exacerbar a aquella enorme mayoría de republicanos que siguen creyendo que hubo fraude el pasado bisiesto, es porque va camino a la Casa Blanca. Creo hasta el final en este progresismo empeñado en cuerpo y alma en la inclusión, pero en ‘¿Recuerdas el éxtasis de elegir a Biden?’, un ensayo de Jonathan Chait sobre el pesimismo gringo, acabo de leer que el mundo está a punto de volver al delirio trumpista por culpa del desmoronamiento de la coalición de los demócratas, de lo difícil que es apreciar una presidencia normal y del agotamiento que produce a los electores la defensa abstracta de la democracia.

Pregúntenles a los astrólogos: 2024 es el fin de una prueba para los nervios que empezó en 2016. Podría evolucionar esta especie jerárquica, épica, varada en bombas atómicas y en premios. Podría recobrar a tiempo el amor por la vida este mundo en el que ha tendido a ganar Trump. Podría ganarse ese Juicio Final. Pero es cuestión de que se quiera.

RICARDO SILVA ROMEROwww.ricardosilvaromero.com

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19.01.2024

Va a ganar Trump. Sigue siendo el monstruo inverosímil, de 77 años, que uno oye y ve por todas partes, pero a sus electores, o sea a la mitad de los votantes de esos Estados Unidos que quisimos tanto a punta de películas, no les importan las 15.413 mentiras que soltó en su primera presidencia, ni la xenofobia, ni el racismo, ni la misoginia, ni la maña de llamar “alimañas” a sus críticos, ni los timos, ni los abusos sexuales, ni la violación de la ley de espionaje, ni el asalto al Congreso con vocación de golpe de Estado, ni el intento de alterar las elecciones en Georgia ni las cuatro imputaciones que está enfrentando por sus desvaríos. La abatida campaña de su rival de 81 años, el presidente Biden, insiste e insiste en que “Trump es una amenaza a la democracia”. Y no solo a los trumpistas les tiene sin cuidado.

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