“Una implacable venganza” fue lo que prometió Benjamin Netanyahu el pasado 7 de octubre como respuesta a los ataques terroristas cometidos por Hamás esa madrugada. Desde entonces, la venganza del primer ministro israelí, cuya defenestración se hace cada vez más inaplazable, se ha cobrado la vida de alrededor de 16.000 palestinos, mientras que se cumplen 60 días de guerra. Entretanto, desde que fue citado por el propio Netanyahu, el concepto de la venganza ha estado en el centro de la discusión pública. Sin embargo, me temo que en el debate ha primado una versión trasnochada de la venganza, la cual hemos repetido irreflexivamente durante siglos, pero reclama una urgente renovación si es que pretendemos entender este fenómeno que tantas guerras ha detonado.

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Dice el saber popular que la venganza es un sentimiento que se origina en las entrañas del ser humano y motiva a este a cobrar justicia por mano propia de manera irracional. A la luz de esta noción de la venganza, la receta para curarla ha sido siempre la misma: el autocontrol. Pero nada más alejado de la realidad: la venganza no se origina en nuestras entrañas, nada tiene de irracional y, sobre todo, poco es lo que puede hacer el autocontrol para contenerla. Además, al situar la venganza en nuestro interior nos hemos declarado la guerra a nosotros mismos. Para decir verdad, esta concepción de la venganza no es más que un eco de la doctrina cristiana que, por vía del mito del pecado original, ha convertido a nuestras propias entrañas en el enemigo y, por lo mismo, ha determinado que el autocontrol es sinónimo de virtud.

La venganza, más que un impulso, es el acto consciente por medio del cual se les deja claro a un adversario y al público quién es el que manda cuando el mando es puesto en tela de juicio.

Pero una mirada al caso de Netanyahu pone de relieve otra versión de la venganza. Para empezar, no se trata de un acto irracional porque tiene siempre un objetivo intencionado: afirmar una relación de poder que ha sido desafiada como sucedió el pasado 7 de octubre en suelo israelí. Mejor dicho, quien se venga busca fijar una jerarquía que ha sido rebatida por un acto previo. Por eso, la venganza, más que un impulso, es el acto consciente (el performance) por medio del cual se les deja claro a un adversario y al público quién es el que manda cuando el mando es puesto en tela de juicio. De manera que la venganza no se parece a la fiera que se libera de una jaula, sino al actor que juega el rol de rey en una obra de teatro para conseguir los aplausos del público. Por lo tanto, la venganza no se origina en nuestras entrañas, sino en las jerarquías que cada sociedad fija. Esto, a la vez, quiere decir que la contención de la venganza reside no en el individuo sino en la sociedad. ¡No es con autocontrol, sino con justicia!

En realidad, la venganza y la justicia son parientas muy cercanas, pero de esas parientas que poco se soportan la una a la otra. Ambas son acciones que buscan castigar agravios cometidos. Pero mientras que el fin último de la venganza es fijar una jerarquía, el de la justicia es preservar un orden social, reprimiendo actos que considera inaceptables. Por lo mismo, mientras que los medios para actuar de la justicia son los definidos previamente por el soberano —llámese este pueblo o monarca—, el de la venganza es la ley del más fuerte.

Más aún, es precisamente cuando la justicia se ausenta a la hora de remediar injurias que se hace presente la venganza. Al fin y al cabo, como viejas parientas que son, la venganza y la justicia no se pueden ver la cara, y por eso la una solo aparece cuando la otra ya no está. Esto quiere decir que mientras no haya canales institucionales de justicia entre distintos actores—incluso tratándose de actores terroristas, categoría que ya le aplica tanto a Hamás como al gobierno de Netanyahu—siempre será la venganza el mecanismo al que acudirán para resolver los conflictos. A estas alturas, el conflicto israelí-palestino ya parece reducido a una cadena sucesiva de venganzas.

SANTIAGO VARGAS ACEBEDO

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¿Qué es la venganza?

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13.12.2023

“Una implacable venganza” fue lo que prometió Benjamin Netanyahu el pasado 7 de octubre como respuesta a los ataques terroristas cometidos por Hamás esa madrugada. Desde entonces, la venganza del primer ministro israelí, cuya defenestración se hace cada vez más inaplazable, se ha cobrado la vida de alrededor de 16.000 palestinos, mientras que se cumplen 60 días de guerra. Entretanto, desde que fue citado por el propio Netanyahu, el concepto de la venganza ha estado en el centro de la discusión pública. Sin embargo, me temo que en el debate ha primado una versión trasnochada de la venganza, la cual hemos repetido irreflexivamente durante siglos, pero reclama una urgente renovación si es que pretendemos entender este fenómeno que tantas guerras ha detonado.

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Dice el saber popular que la venganza es un sentimiento que se origina en las entrañas del ser humano y motiva a este a cobrar justicia por mano propia de manera irracional. A la luz de esta........

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