El pasado 7 de febrero, la reconocida feminista Florence Thomas escribió una columna en este diario titulada ‘¡Ya no más disputas, por favor!’. En ella, Thomas decía estar “más que furiosa” con las peleas internas del feminismo. Debates complejos, prematuros e inútiles, sostenía Thomas; considerando, sobre todo, el contexto de la mayoría de mujeres, niñas y adolescentes colombianas.

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Creo que, en esa columna, Thomas reprodujo una vieja discusión en la izquierda: ¿qué es lo principal? ¿Hacer la revolución, a la manera de unos pocos, o perdernos en disputas innecesarias sobre el camino para hacerla? Estos fueron los debates que la “nueva izquierda” le planteó a la vieja izquierda.

Michael Hardt, en su libro Los subversivos años setenta, cuenta que en esta década varios movimientos sacudieron las estructuras jerárquicas de las organizaciones de izquierda: las feministas empezaron a criticar las estructuras patriarcales y actitudes sexistas en los movimientos estudiantiles, de trabajadores y antirracistas; los obreros negros se rebelaron contra los sindicatos dominados por los blancos; las feministas negras y lesbianas desafiaron las jerarquías al interior del movimiento feminista hegemónico, y así sucesivamente.

No es que haya unas feministas más feministas que otras, sino que, con el tiempo, el feminismo ha ampliado su horizonte emancipatorio.

Y, dependiendo de la lectura que se haga de ese momento, se puede afirmar que esos debates y esas nuevas prácticas políticas destruyeron la izquierda o la fortalecieron. Hubo personas que decían que eran debates innecesarios porque erosionaban la unidad de la izquierda y, al erosionarla, sus “enemigos” se regocijaban. Como afirma Hardt: “A muchos les parecía que la izquierda estaba implosionando, desgarrándose a sí misma a través del separatismo y la política identitaria. Para otros, por supuesto, este ajuste de cuentas debería haberse producido hace tiempo, y cualquier nostalgia por la unidad no era más que un medio para enmascarar la subordinación. Era esencial revelar las jerarquías dentro de los propios movimientos, sostenían, y comprender que los proyectos de liberación debían atacar múltiples formas de dominación tanto dentro como fuera de la izquierda”.

En algún momento también creí que había unas tareas más urgentes que otras; sin embargo, después de leer a los clásicos de la sociología latinoamericana, y sus análisis de nuestras sociedades estructuralmente desiguales, entendí que en América Latina existe una “temporalidad mixta”: vivimos la fusión de lo “moderno” con lo “arcaico”, como lo sintetizó el sociólogo brasileño Florestán Fernández.

Ahora, la transfobia de algunas feministas no es un debate menor, todo lo contrario. Como afirma la académica Susan Stryker en su libro Historia de lo trans, la opresión no solo se produce porque alguien ha sido categorizado como miembro del “segundo sexo”, sino también por las consecuencias de cambiar de género o impugnar las categorías de género. Así lo reconoce el feminismo que incluye a las personas trans.

El debate sobre el feminismo blanco tampoco es un debate inútil. Cuando la feminista pakistaní Rafia Zakaria publicó su libro Contra el feminismo blanco, una de las críticas que recibió fue que criticarnos entre feministas, en este caso criticar a las ‘feministas blancas’, solo le servía al patriarcado. Esa idea no solo es errónea, pues Zakaria no se refería tanto al color de la piel, sino a algunos supuestos del feminismo dominante occidental, sino que asume que las mujeres somos por naturaleza buenas; que no puede haber mujeres patriarcales o antifeministas.

Entonces, no es que haya unas feministas más feministas que otras, sino que, con el tiempo, el feminismo ha ampliado su horizonte emancipatorio. Y, en nuestro desigual contexto latinoamericano, no creo que haya debates inútiles ni prematuros.

SARA TUFANO

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Nostalgia por la unidad

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24.02.2024

El pasado 7 de febrero, la reconocida feminista Florence Thomas escribió una columna en este diario titulada ‘¡Ya no más disputas, por favor!’. En ella, Thomas decía estar “más que furiosa” con las peleas internas del feminismo. Debates complejos, prematuros e inútiles, sostenía Thomas; considerando, sobre todo, el contexto de la mayoría de mujeres, niñas y adolescentes colombianas.

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Creo que, en esa columna, Thomas reprodujo una vieja discusión en la izquierda: ¿qué es lo principal? ¿Hacer la revolución, a la manera de unos pocos, o perdernos en disputas innecesarias sobre el camino para hacerla? Estos fueron los debates que la “nueva izquierda” le planteó a la vieja izquierda.

Michael Hardt, en su libro Los subversivos años setenta, cuenta que en esta década varios movimientos sacudieron las estructuras jerárquicas de las organizaciones de izquierda: las feministas empezaron a criticar las estructuras........

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