Por décadas, Donald Trump falseó el valor de sus propiedades para obtener préstamos favorables. Y aunque sus dotes de embaucador eran de sobra conocidas en los círculos financieros serios, su imagen en la televisión de patrón poderoso despidiendo a sus empleados con arrogancia inaudita cautivaba a una audiencia encandilada ante una figura autoritaria.

Afortunadamente para el país y el resto de sus habitantes, al mismo tiempo que las masas enajenadas contribuían a convertir sus majaderías en ocurrencias geniales, el sistema de justicia trabajaba diligentemente acumulando pruebas de sus excesos ilegales.

Así fue como la fiscal general de Nueva York, Letitia James, fue construyendo su caso para ponerles coto a sus maquiavélicas maniobras. En septiembre del año pasado, finalmente el juez Arthur Engoron dictaminó que Trump había cometido un fraude masivo y continuado, y debía pagar por él.

En febrero, la fiscal James pidió que se le sancionara con una multa de 370 millones de dólares, de los que 168 millones corresponden a lo que Trump se ahorró en préstamos al inflar el valor de sus propiedades. Una cantidad que representa los intereses extra que los prestamistas dejaron de percibir por sus engaños.

Con su habitual arrogancia, Trump menospreció la acusación de la fiscal alardeando en los medios sociales: “Valgo más que los números que aparecen en mis estados financieros”.

No olvidemos que en junio de 2015, cuando anunciaba su candidatura a la presidencia de Estados Unidos, y fiel su costumbre de regodearse en la mentira, Trump declaró que su fortuna rondaba los nueve mil millones de dólares. Y que un año después rectificaba aumentándose mil millones. Todo falso.

El juez Engoron rebajó la multa que pedía la fiscal a 355 millones de dólares, pero los intereses por la deuda siguieron acumulándose a razón de 112.000 dólares diarios, por lo que la deuda alcanza ya 454 millones, que Trump debía garantizar en efectivo o mediante una fianza este lunes 25 de marzo. (Un día que marca precisamente el día de cierre de mi columna por lo que no puedo reportar lo sucedido).

De cualquier modo, estoy seguro de que debe haber sido un día intenso para el acusado. Por un lado va al juzgado a enfrentar el cargo de encubrimiento de un escándalo sexual con una actriz pornográfica durante su campaña presidencial; por el otro, mientras no se resuelva su apelación, debe pagar el medio millón de dólares por el caso del fraude civil del que ya ha sido declarado culpable. De no pagarlos, la fiscal James podría congelar sus cuentas bancarias y comenzar el largo y complicado proceso de confiscación de algunas de sus propiedades.

Trump y sus abogados han declarado que el millonario no tiene el dinero en efectivo para depositar la fianza y que treinta entidades financieras se han negado a prestársela. Curioso, ¿no? El multimillonario no tiene quién le fíe. Una negativa que obliga a la reflexión: ¿Por qué será que hasta ahora ni sus donantes más ricos ni las compañías de seguros han salido a rescatarlo?

La respuesta es, en realidad, muy simple. Porque Trump tiene un larguísimo historial de no pagar sus deudas. Seis veces se ha declarado en bancarrota y ha defraudado por igual a los bancos más poderosos del mundo como a los más humildes estudiantes que ingenuamente creyeron que pagando cuotas exorbitantes para estudiar en su universidad saldrían de pobres. La historia de Trump es la historia de sus fraudes y sus abusos.

Lo asombroso, en todo caso, es ¿por qué sigue habiendo gente que confía en él para ser presidente del país económicamente más poderoso del mundo?

SERGIO MUÑOZ BATA

(Lea todas las columnas de Sergio Muñoz en EL TIEMPO aquí)

QOSHE - Cuestión de fe - Sergio Muñoz Bata
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Cuestión de fe

14 1
26.03.2024
Por décadas, Donald Trump falseó el valor de sus propiedades para obtener préstamos favorables. Y aunque sus dotes de embaucador eran de sobra conocidas en los círculos financieros serios, su imagen en la televisión de patrón poderoso despidiendo a sus empleados con arrogancia inaudita cautivaba a una audiencia encandilada ante una figura autoritaria.

Afortunadamente para el país y el resto de sus habitantes, al mismo tiempo que las masas enajenadas contribuían a convertir sus majaderías en ocurrencias geniales, el sistema de justicia trabajaba diligentemente acumulando pruebas de sus excesos ilegales.

Así fue como la fiscal general de Nueva York, Letitia James, fue construyendo su caso para ponerles coto a sus maquiavélicas maniobras. En septiembre del año pasado, finalmente el juez Arthur Engoron dictaminó que Trump había cometido un fraude masivo y continuado, y debía pagar por él.

En febrero, la........

© El Tiempo


Get it on Google Play