El expresidente de Ecopetrol Juan Carlos Echeverry arrojó una bomba en X, aunque la capacidad explosiva dependía del contexto. A quienes no les interesa la música de Silvio Rodríguez, o no saben quién es, no les hizo nada el trino del economista que decía: “¿Silvio Rodríguez viene siendo la música de plancha de los mamertos?”. Para ellos fue más dron iraní que bomba atómica. Para los amantes del músico cubano, en cambio, el trino fue injuria, provocación, llamado a la guerra santa. Un ejército de cruzados salió a vengar la ofensa cabalgando en unicornios azules.

A mí el trino me pareció cómico en dos niveles. En el plano humorístico, encaja en la categoría freudiana de la “broma tendenciosa”, que se apoya en la ruptura de tabúes, en este caso el de cuestionar la pretendida calidad de las canciones de Silvio R. En segundo lugar, me gocé la disonancia de ver al exministro, usualmente portavoz de temas serios, dedicado a una operación de troleo.

Por eso último retriné el mensaje acompañado del conocido meme de una niña que sonríe maliciosamente mientras una casa se incendia en el fondo. Otros fueron más directos. Una tuitera escribió: “Les presento a un kamikaze”.

Un fenómeno de nuestro tiempo profusamente favorecido por las redes sociales es la aparente obligación de construirse una identidad a partir de ideas, hábitos, productos culturales y preferencias comerciales, que se le cuelgan al cuerpo virtual como se le cuelgan al cuerpo físico accesorios de bisutería. Luego se exhiben estos atributos por medio de un lenguaje dramático: “demoledor de fachos”, “amo los gatos”, “ayatola de la masa madre”, “odio la changua”, “estratega implacable”, “uribista a muerte”. Y así.

El problema es que cuando uno vuelve una marca, una comida, una canción, un autor, un equipo, una ideología, un partido político, etc., parte de su identidad –cuando lo cose al tejido de su ser–, lo transforma en una cuestión sagrada y solemne. Un ataque contra ese concepto o elemento se interpreta como una agresión personal. Y se reacciona en concordancia: con rabia, con recelo, con odio hacia al ‘agresor’.

Sería más sano no integrar tantas cosas ajenas a nuestro sentido de identidad y marcar una distancia irónica incluso de las que amamos. Una distancia, en otras palabras, que permita considerarlas críticamente, con cierto desapego, hasta con humor, a fin de poder escuchar, e incluso valorar, cuando se las cuestione. La distancia irónica es una de las seducciones del cosmopolitismo: cuando los provincianos, como yo, conocemos por primera vez ‘la gran ciudad’ –“…la ciudad y la trampa”, dice Silvio–, nada nos asombra tanto como la frivolidad con que en ciertos círculos sociales citadinos se discuten los temas más trascendentales, como el sexo o la muerte. Cuando no se está acostumbrado, ese desenfado parece el colmo de la sofisticación.

Por supuesto, hay cosas que merecen ser tomadas en serio, que deben quedar dentro del radio de lo sagrado de cada quien: los hijos, si los hay, o la familia o la fe, dado el caso. En cuanto a la religión, creo que a la sociedad le iría mejor si se le interpusiera también una distancia irónica, aunque entiendo que para muchos no es fácil. De cualquier manera, sería preferible no extender tan promiscuamente el radio de lo sagrado: evitar incluir en él cada canción, cada libro, cada serie de TV, cada marca de ropa o cada político que nos deslumbre. ¿No se ayudaría así a reducir ese mal del siglo que es la polarización sectaria y sañuda?

En estos días reapareció, con un ojo menos, el escritor Salman Rushdie, víctima del fanatismo con el que algunos defienden las ideas que le han cosido a su ser. En un planeta menos parroquial, Rushdie seguiría viendo en estéreo.

THIERRY WAYS
En X: @tways
tde@thierryw.net

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El radio de lo sagrado

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21.04.2024

El expresidente de Ecopetrol Juan Carlos Echeverry arrojó una bomba en X, aunque la capacidad explosiva dependía del contexto. A quienes no les interesa la música de Silvio Rodríguez, o no saben quién es, no les hizo nada el trino del economista que decía: “¿Silvio Rodríguez viene siendo la música de plancha de los mamertos?”. Para ellos fue más dron iraní que bomba atómica. Para los amantes del músico cubano, en cambio, el trino fue injuria, provocación, llamado a la guerra santa. Un ejército de cruzados salió a vengar la ofensa cabalgando en unicornios azules.

A mí el trino me pareció cómico en dos niveles. En el plano humorístico, encaja en la categoría freudiana de la “broma tendenciosa”, que se apoya en la ruptura de tabúes, en este caso el de cuestionar la pretendida calidad de las canciones de Silvio R. En segundo lugar, me gocé la disonancia de ver al exministro, usualmente portavoz de temas serios, dedicado a una operación de........

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