No hay que ser Einstein para darse cuenta de que el gobierno del cambio está manga por hombro, por cuenta de ese estilo caótico que caracteriza a Gustavo Petro y que termina perjudicando a su administración de arriba abajo. Desde el manejo de la agenda del Ejecutivo con el Congreso hasta los pagos de subsidios, pasando por las erráticas recomposiciones del gabinete ministerial o los inexplicables relevos en la cúpula de las Fuerzas Armadas, el Gobierno parece inmerso en una zozobra permanente, que le impide actuar con la claridad, la celeridad y la oportunidad que se requieren en un país tan complicado como este.

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¿El resultado? Procesos paralizados o mal ejecutados, presupuestos congelados, nombramientos no formalizados o suspendidos y una notoria falta de acción estatal. Y de las consecuencias, ni hablar; empezando por el deterioro de la seguridad a nivel nacional y una incertidumbre inocultable, entre otras. Las noticias positivas acerca de la disminución del desempleo, el incremento en la recaudación de impuestos o la estabilidad de la tasa de cambio no alcanzan para darle a la economía el impulso que se necesita, y ya son numerosas las actividades productivas que han disminuido el ritmo o se han paralizado debido a la torpeza, la ligereza y la improvisación del Gobierno.

Y lo peor es que este caos era algo que se veía venir prácticamente desde la llegada del nuevo inquilino de la Casa de Nariño, cuando empezó a sorprender al país con sus repentinos cambios de agenda, sus apariciones tardías o sus ausencias en importantes eventos oficiales, como el reconocimiento de las tropas en la Escuela Militar de Cadetes, pocos días después de asumir el poder. (Y este fue apenas el primero de varios desplantes que ha tenido el gobernante con los militares en estos 17 meses de mandato.)

Con el paso del tiempo, aunque los retrasos y las desapariciones de Petro se han vuelto algo casi folclórico, en realidad son un reflejo de la falta de seriedad y de orden reinante en el país, y que ha derivado en una serie de contratiempos a nivel nacional e internacional, que llegó a su punto más preocupante hace una semana, tras la anunciada cancelación de Barranquilla como sede de los Juegos Panamericanos del 2027, hecho que tiene al mismísimo mandatario corriendo bases, con la remota esperanza de recuperar para Colombia la organización de la máxima cita deportiva del continente.

Aunque los retrasos y las desapariciones de Petro se han vuelto algo casi folclórico, en realidad son un reflejo de la falta de seriedad y de orden reinante en el país.

Aunque es verdad que los retrasos en los pagos por la organización de los Juegos empezaron en la administración Duque, también es cierto que en este caso hubo “una serie de eventos desafortunados” que salpica a funcionarios nacionales y locales de distinto nivel, encabezados por la ministra del Deporte, Astrid Rodríguez, y el exalcalde de Barranquilla Jaime Pumarejo, que hace menos de un mes fueron a sacar pecho en la clausura de los Panamericanos en Santiago de Chile, y a recibir la bandera de la competencia, a sabiendas de que el proceso aún estaba crudo.

Como si fuera poco, también la semana pasada, Germán Velásquez, a quien Petro anunció en octubre como nuevo director del Invima, rechazó la oferta, pues luego de tres meses su nombramiento no había sido formalizado. Con este nuevo episodio –otro producto del consabido despelote–, no solo nos privamos de un funcionario excepcional, sino que la dirección del Invima sigue en la misma situación de interinidad en que se encuentra desde el comienzo de este cuatrienio.

A estas alturas del partido, el presidente debería saber que si no ataja este caos, corre el riesgo de que el caos lo ataje a él y a su gobierno.

* * *
Colofón. Si todas las personas detenidas en Colombia tuvieran las mismas garantías que Arturo Char, las cárceles del país estarían semivacías.

VLADDO
puntoyaparte@vladdo.com

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¡Qué despelote!

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10.01.2024

No hay que ser Einstein para darse cuenta de que el gobierno del cambio está manga por hombro, por cuenta de ese estilo caótico que caracteriza a Gustavo Petro y que termina perjudicando a su administración de arriba abajo. Desde el manejo de la agenda del Ejecutivo con el Congreso hasta los pagos de subsidios, pasando por las erráticas recomposiciones del gabinete ministerial o los inexplicables relevos en la cúpula de las Fuerzas Armadas, el Gobierno parece inmerso en una zozobra permanente, que le impide actuar con la claridad, la celeridad y la oportunidad que se requieren en un país tan complicado como este.

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