El conflicto en el Medio Oriente ha puesto a prueba los límites de la expresión; no solo en lo que tiene que ver con la comunicación masiva que se divulga a través de los medios convencionales o las redes sociales, sino en la interacción cotidiana que tenemos como individuos. La sensibilidad está a flor de piel desde el pasado siete de octubre, cuando los terroristas de Hamás perpetraron los atentados en el sur de Israel, en los que asesinaron a 1.400 personas y secuestraron a 240 más.

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Al conocerse la noticia de semejantes crímenes –condenables desde cualquier punto de vista–, buena parte del mundo se debatía entre el desconcierto y el horror, y fueron muchas las voces que se hicieron oír para solidarizarse con los israelíes.

No obstante, en cuestión de días, a medida que se ha incrementado la cifra de víctimas de la contraofensiva de Benjamin Netanyahu en Gaza, esa empatía inicial se fue diluyendo para darles paso a los cuestionamientos acerca de esas operaciones militares, que han dejado un lamentable saldo de civiles muertos; muchos de ellos niños.

En los comentarios y análisis que se han hecho estas semanas ha salido a relucir un amplio repertorio de argumentos que van desde el intento absurdo y repugnante de matizar las acciones de Hamás hasta la justificación a ciegas de las represalias desmedidas que están tomando las fuerzas armadas de Israel en territorio gazatí.

Y, como suele suceder con eventos de esta naturaleza, que se convierten en tema obligado de conversación, el debate ha pasado de diarios, noticieros y pódcasts a las discusiones de pasillo, de comedor o de charlas virtuales, escenarios en los que la hipersensibilidad es el plato principal y la exaltación es el postre; eso sí, con buenas dosis de terquedad.

En el actual escenario, la hipersensibilidad es el plato principal y la exaltación es el postre; eso sí, con buenas dosis de terquedad.

En este ‘frente de batalla’ social, si bien no encontramos muertos –literalmente hablando–, las bajas se miden en chats cancelados, llamadas cortadas y amistades interrumpidas.

En las actuales circunstancias es prácticamente imposible hablar de lo que ocurre en Gaza sin ser clasificado como simpatizante de uno u otro bando. Si uno no termina etiquetado como “cómplice de los terroristas de Hamás”, sale graduado de “encubridor del genocidio que está cometiendo el ejército agresor”. No hay manera de salir invicto, pues en el mejor de los casos queda uno tachado de “ignorante”; casi nada de lo que se dice a propósito de lo que está pasando en ese conflicto atroz e injustificable está libre de intolerancia, de subtextos, de interpretaciones, de versiones acomodadas ni de segundas intenciones.

Pero la cosa no se queda en el plano social. En los medios también se están suscitando agrias polémicas, pues cada cosa que se dice está sujeta a toda suerte de apreciaciones. Y, como si fuera poco, la propia prensa también está en la mira de unos sectores dizque progresistas que la acusan de ser vehículo de propaganda de Israel, mientras otros la ven como una marioneta de Hamás.

De ese maniqueísmo no se salvan ni los caricaturistas. El mes pasado, The Guardian, de Londres, despidió al dibujante Steve Bell –que llevaba más de 30 años trabajando con ese periódico– por publicar una caricatura de Netanyahu. Y esto no es nuevo, pues recordemos que en 2019 otra viñeta sobre Netanyahu publicada en The New York Times desató tal controversia que este diario decidió eliminar las caricaturas políticas de sus páginas. A esos extremos hemos llegado.

En otra época, se podía cuestionar al Estado de Israel o criticar o ridiculizar a sus autoridades sin correr el riesgo de ser censurado, despedido o señalado como antisemita. Hoy, eso es inadmisible.

Ah, tiempos aquellos, en los que se podía conversar, opinar o discrepar sin temor a ser estigmatizado por desconocidos ni recriminado por los amigos…

VLADDO
puntoyaparte@vladdo.com

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De la corrección la coerción

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15.11.2023

El conflicto en el Medio Oriente ha puesto a prueba los límites de la expresión; no solo en lo que tiene que ver con la comunicación masiva que se divulga a través de los medios convencionales o las redes sociales, sino en la interacción cotidiana que tenemos como individuos. La sensibilidad está a flor de piel desde el pasado siete de octubre, cuando los terroristas de Hamás perpetraron los atentados en el sur de Israel, en los que asesinaron a 1.400 personas y secuestraron a 240 más.

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Al conocerse la noticia de semejantes crímenes –condenables desde cualquier punto de vista–, buena parte del mundo se debatía entre el desconcierto y el horror, y fueron muchas las voces que se hicieron oír para solidarizarse con los israelíes.

No obstante, en cuestión de días, a medida que se ha incrementado la cifra de víctimas de la contraofensiva de Benjamin Netanyahu en Gaza, esa empatía inicial se fue diluyendo para darles paso a los cuestionamientos........

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