Una de las preocupaciones que más atormentaban a los detractores de Gustavo Petro hace dos años, cuando se perfilaba como uno de los candidatos más firmes a la presidencia, era la supuesta desinstitucionalización que podía o podría apoderarse del país si ganaba las elecciones, como en efecto sucedió. Sin embargo, a pesar de los malos augurios, las cosas no han resultado tan catastróficas como algunos lo habían presagiado.

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Dicho lo anterior, es innegable que en estos primeros dieciséis meses de mandato ha habido conductas del líder del Pacto Histórico que no son fáciles de entender, empezando por sus incontables retrasos en eventos oficiales, la cancelación repentina de compromisos o sus inexplicables desapariciones de horas, y a veces hasta de días, que no solo generan incertidumbre, sino que dan pie a toda clase de especulaciones que no favorecen mucho que digamos la imagen del Presidente ni hablan bien de su labor como máxima autoridad de un país tan emproblemado como este, lleno de desafíos que todo el tiempo ponen a prueba el temple y la capacidad de reacción de cualquier mandatario, por muy comprometido e idóneo que sea.

El otro lado flaco que ha dejado ver Petro ha sido su proclividad a tuitear sin pausa, sin tener en cuenta las repercusiones que pueden tener sus trinos, con frecuencia llenos de errores, producto del afán o del descuido. Los mensajes de @petrogustavo, que van desde nombramientos y despidos hasta disertaciones económicas o medioambientales, pasando por altercados con otros tuiteros o trifulcas con medios y periodistas que no son de su cuerda, parecen más de un candidato que de un presidente.

La preservación de la institucionalidad no es responsabilidad exclusiva de Petro y su gobierno. Hay gestos y actitudes de otros actores que pueden menoscabarla.

Es obvio que semejante sobreexposición, en una plataforma de beligerancia constante e incontrolada como Twitter, termina afectando negativamente la imagen y la credibilidad de cualquier personaje público; peor aún si se trata del presidente de un país, puesto que el riesgo de cometer errores, decir ligerezas, publicar datos no verificados, caer en provocaciones o hacer declaraciones infundadas –tal y como le ha ocurrido a Petro en no pocas ocasiones– es peligrosamente alto.

Ahora bien, volviendo al asunto que nos ocupa, es preciso reconocer que, dejando a un lado las circunstancias ya descritas, Petro ha respetado en términos generales la institucionalidad. Sus reacciones contra ciertos fallos de las altas cortes o su descontento por algunas decisiones del Congreso o del Banco de la República no han transgredido ninguna norma y no han pasado de ser pataletas típicas de un mandatario que –al igual que sus antecesores– no siempre ha podido salirse con la suya, gracias a que, por fortuna, hay una separación de poderes que sirve como muro de contención para frenar sus caprichos.

En otras palabras, Petro, así sea a regañadientes, se ha ceñido a las reglas de nuestra democracia y ha honrado esa institucionalidad por la que algunos se mostraban tan preocupados.

Esto no quiere decir que la institucionalidad esté del todo a salvo, pues al fin y al cabo su preservación no es responsabilidad exclusiva de Petro y su gobierno. De hecho, hay gestos y actitudes de otros actores que pueden menoscabarla, como los desafíos y conminaciones que le hace al presidente de la República el Fiscal General de la Nación, las descalificaciones y desplantes de ciertos congresistas o la altanería y la soberbia de algunos medios y periodistas al referirse al gobernante y a sus funcionarios.

Ojo, no es que a este gobierno no se lo pueda fiscalizar o pedirle cuentas. Al fin y al cabo, en una democracia, esa es una obligación del Congreso y de los entes de control y, de cierto modo, una de las misiones de la prensa. No obstante, si de respetar la institucionalidad se trata, todos tenemos que poner de nuestra parte.

VLADDO
puntoyaparte@vladdo.com

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Institucionalidad, asunto de todos

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20.12.2023

Una de las preocupaciones que más atormentaban a los detractores de Gustavo Petro hace dos años, cuando se perfilaba como uno de los candidatos más firmes a la presidencia, era la supuesta desinstitucionalización que podía o podría apoderarse del país si ganaba las elecciones, como en efecto sucedió. Sin embargo, a pesar de los malos augurios, las cosas no han resultado tan catastróficas como algunos lo habían presagiado.

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Dicho lo anterior, es innegable que en estos primeros dieciséis meses de mandato ha habido conductas del líder del Pacto Histórico que no son fáciles de entender, empezando por sus incontables retrasos en eventos oficiales, la cancelación repentina de compromisos o sus inexplicables desapariciones de horas, y a veces hasta de días, que no solo generan incertidumbre, sino que dan pie a toda clase de especulaciones que no favorecen mucho que digamos la imagen del Presidente ni hablan bien de su labor como máxima autoridad de........

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