Los gobernantes no son solamente administradores de bienes públicos. Deberían ser eso. Quizá sería lo mejor. Pero no son solo eso. Son mucho más que eso. Representan una ideología, una concepción de la sociedad, de cómo queremos que sea el mundo en el que vivimos. Son la materialización de una idea. Una idea a la que votan millones de personas y que, en situaciones de polarización, produce en el pueblo reacciones similares a las que genera el fútbol, si queremos verlo de una manera divertida, o la religión, si nos lo tomamos un poco más en serio. Apoyamos a nuestros gobernantes y rechazamos a los opositores del modo en que las hinchadas deportivas siguen a sus equipos o los fieles a su sumo sacerdote.

Por ello, porque no son solo administradores de bienes públicos, sino símbolos que nos representan y nos unen o enfrentan a unos con otros, los gobernantes tienen obligaciones y deberes que no tienen, por ejemplo, los altos ejecutivos de las empresas, que administran bienes privados y no públicos. Uno de estos deberes es el de la ejemplaridad. Los gobernantes deben ser ejemplos de comportamiento, de ética y de transparencia. No en su vida privada, que solo a ellos interesa, pero sí en su comportamiento público. Un gobernante no puede permitir que sobre él exista la menor duda de corrupción. No puede tolerar que se extienda la sospecha de que una determinada decisión la tomó no en bien del interés general, sino por intereses particulares. Un gobernante en todo aquello que hace, dice, aprueba y rechaza en el desempeño de sus funciones debe ser un modelo de conducta intachable. Cualquier otra cosa simplemente no es aceptable en democracia.

Ese es uno de los motivos que hace que una democracia no consiga equipararse plenamente a las más desarrolladas del mundo. No es ya que las leyes estén mejor o peor escritas. Ni siquiera de que gobierne una u otra ideología. Es un problema de ética social, de moral colectiva. De aquello que no se puede hacer, aunque no me vayan a descubrir o, incluso, aunque no tenga consecuencias penales. La pulcritud en el hacer del gobernante ha de ser perfecta. Él ha de ser el modelo en el que se mire la sociedad para ver qué hacer y qué no hacer. Una sociedad en la que los gobernantes sean ladrones y, encima, se les admire por salirse con la suya es una sociedad en la que los ciudadanos también querrán ser ladrones y salirse con la suya. Y ninguna sociedad civilizada puede prosperar en esos términos.

*Universidad Autónoma de Barcelona.

QOSHE - Ejemplaridad - Alfredo Ramírez Nárdiz
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Ejemplaridad

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19.03.2024

Los gobernantes no son solamente administradores de bienes públicos. Deberían ser eso. Quizá sería lo mejor. Pero no son solo eso. Son mucho más que eso. Representan una ideología, una concepción de la sociedad, de cómo queremos que sea el mundo en el que vivimos. Son la materialización de una idea. Una idea a la que votan millones de personas y que, en situaciones de polarización, produce en el pueblo reacciones similares a las que genera el fútbol, si queremos verlo de una manera divertida, o la religión, si nos lo tomamos un poco más en serio. Apoyamos a nuestros gobernantes y rechazamos a los opositores del modo........

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