En fechas recientes he sabido del fallecimiento de un colega profesor de universidad. No llegaba a los 40 años y la causa de su pérdida ha sido someterse a una operación con finalidades estéticas que salió mal. Lo conocía desde hace diez años y puedo decir que, con las sombras que todos tenemos, era la viva imagen del triunfador: alto nivel de estudios, puestos desempeñados en el ámbito público y en el privado en instituciones de prestigio, importantes ingresos, domicilio en un gran apartamento de una poderosa torre acristalada de la zona elegante de la ciudad, coches potentes, familia feliz con esposa enamorada e hijos. No le faltaba la salud, ni el dinero, ni el amor. De todo disponía a manos llenas y de todo tomaba y daba con la liberalidad del que vive convencido de que su destino es el éxito.

Pero, decidió tentar a la suerte. Entrar en un quirófano. Operarse de algo totalmente prescindible y cuya motivación, salvo que se me contradiga, no residía en una necesidad derivada de la salud, sino en el mero deseo de perfección estética. ¿Qué podía saber él que, cuando le sedaron para operarle, sus ojos se cerrarían por última vez? ¿Qué podía sospechar, pobre de él, que ese beso a su mujer, esa caricia a su hijo, esa sonrisa a sus padres, serían los últimos? Un día vivo y al otro no y el motivo algo tan absurdo, tan ridículo, como querer satisfacer el propio ideal de belleza al que aspiramos en esta sociedad esclavizada por el materialismo físico y moral.

Muchachas de dieciocho años, en la plenitud de su hermosura, he escuchado decirme: profesor, apruébeme, que, si no apruebo todas las materias, mis padres no me pagarán el aumento de pecho, o de nalgas, o de lo que sea. Cosificamos a los demás y nos cosificamos a nosotros mismos. Vivimos obsesionados por acumular objetos y en objeto nos volvemos. Ridícula existencia esta. Ridícula muerte la que a todos nos espera cuando descubramos que ningún objeto, nosotros incluidos, tiene ningún valor real. Mi colega falleció y deja una familia rota, unos amigos desconsolados y una vida tirada a la basura. ¿Merecía la pena arriesgarse a todo eso por parecer un poco más joven o hermoso? ¿Merece la pena quemar nuestras vidas por ganar numeritos en una cuenta bancaria con la que comprar juguetes que nos hagan olvidar el dolor que aparentemente sufrimos? El dolor de las almas vacías, de los pechos huecos, de los corazones de silicona y bótox. Todo por aparentar. Nada por ser.

*Universidad Autónoma de Barcelona.

QOSHE - Morir por aparentar - Alfredo Ramírez Nárdiz
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Morir por aparentar

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02.04.2024

En fechas recientes he sabido del fallecimiento de un colega profesor de universidad. No llegaba a los 40 años y la causa de su pérdida ha sido someterse a una operación con finalidades estéticas que salió mal. Lo conocía desde hace diez años y puedo decir que, con las sombras que todos tenemos, era la viva imagen del triunfador: alto nivel de estudios, puestos desempeñados en el ámbito público y en el privado en instituciones de prestigio, importantes ingresos, domicilio en un gran apartamento de una poderosa torre acristalada de la zona elegante de la ciudad, coches potentes, familia feliz con esposa enamorada e........

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