Cuando vivía en la Costa (siete años pasé entre ustedes), siempre esperaba ansioso la Navidad para volver a mi casa en España. Ahora que vuelvo a vivir en España, viajo siempre que puedo a la Costa. Desde que me marché, prácticamente todas las vacaciones las he pasado en el Caribe colombiano. Qué cosas tiene la vida, ¿verdad? Cuando uno vive tantos años fuera, su corazón se divide inevitablemente entre el hogar de origen y el hogar de adopción. Al final, acaba por no saberse muy bien cuál es el verdadero hogar. Posiblemente los dos. Quizá ninguno. Viaja que te viaja van pasando los años. Y, como Jano bifronte, te descubres a ti mismo mirando siempre en ambas direcciones, sintiendo ambas tierras, amándolas a las dos.

Afortunadamente, esta pasada Navidad pude volver a la Costa y, más afortunadamente, si cabe, las circunstancias me permitieron vivir una experiencia que hasta entonces nunca había vivido (soy un humilde profesor universitario): volar desde España a la Costa en clase ejecutiva de Avianca. Los que me siguen saben que en el pasado fui muy crítico con la compañía aérea colombiana. De un tiempo a esta parte, mis experiencias han sido completamente diferentes. Radicalmente diferentes, en esta ocasión. Como me sucediera en agosto (cuando pasé todo el mes en Colombia), el viaje fue cómodo, puntual y sin ningún tipo de problema. Sin embargo, y merced a volar en clase privilegiada, esta vez disfruté de cosas que a uno le quedan marcadas. Por supuesto, la tremenda comodidad del asiento, que se vuelve cama; sin duda, la calidad de la comida (mención especial a poder elegir vino o que te ofrezcan una copa al terminar el almuerzo o la cena); la rapidez para embarcar y desembarcar. Todo eso está muy bien y vuelve el vuelo una experiencia que uno desea que no se acabe nunca (y desde España son diez horas).

Pero lo que a mí me marcó no fue eso. Fue algo bien distinto. Cuando se sale de España hacia Colombia se abandona la Península Ibérica sobrevolando Lisboa, la capital de Portugal. Recuerdo ahora mientras lo escribo, como si lo estuviera viendo delante de mí, el brillo de oro del río Tajo en su desembocadura lisboeta a las dos de la tarde. Las casitas blancas allí abajo. La bellísima Plaza del Comercio, pura como una vestal, deslumbrante en su blanco inmaculado, diez mil metros a mis pies. Al ser el asiento ejecutivo tan ancho, pude alzarme y mirarla desde la vertical perfecta. Créanme, una de las experiencias más hermosas de mi vida.

*Universidad Autónoma de Barcelona.

QOSHE - Viajar a la Costa - Alfredo Ramírez Nárdiz
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Viajar a la Costa

11 0
16.01.2024

Cuando vivía en la Costa (siete años pasé entre ustedes), siempre esperaba ansioso la Navidad para volver a mi casa en España. Ahora que vuelvo a vivir en España, viajo siempre que puedo a la Costa. Desde que me marché, prácticamente todas las vacaciones las he pasado en el Caribe colombiano. Qué cosas tiene la vida, ¿verdad? Cuando uno vive tantos años fuera, su corazón se divide inevitablemente entre el hogar de origen y el hogar de adopción. Al final, acaba por no saberse muy bien cuál es el verdadero hogar. Posiblemente los dos. Quizá ninguno. Viaja que te viaja van pasando los años. Y, como Jano bifronte, te........

© El Universal


Get it on Google Play