“In memoriam”.

En la bruma del tiempo, un encuentro fortuito entre dos almas tejió un lazo de amor y enseñanza que perduraría a lo largo de los años. El 8 de agosto de 1992, exactamente un año tras la partida de mi amado abuelo Gabriel, de quien aprendí que el amor de los padres se forja con el tiempo, en cambio, el de los abuelos es inmediato.

Nuestra primera reunión estuvo impregnada de una conexión instantánea, traspasó la frivolidad de un simple estrechar de manos. Al presentarme, su mirada sabia me abrazó, reconociendo mi origen y mientras sus palabras resonaban con la ternura de quien ha vivido y amado mucho, sentí que nuestros lazos iban más allá de lo evidente, pues nuestros ancestros se entrelazaban en pasajes del pasado. Ese día, el destino trajo a mi vida al hombre al que en adelante llamaría “El santo que yo conocí”.

Me relató con calidez que mis bisabuelos paternos compartieron sonrisas y confidencias en la misma casa que él habitó en su infancia, un hogar donde las visitas de los jóvenes de la época se realizaban en la sala, como tejiendo hilos de un tapiz ancestral. La casa de la Inquisición vio nacer a este hombre en 1914, me contó que sus familiares fueron propietarios de ese predio hasta mediados del siglo XX, donde hoy funciona la sede de la Academia de Historia de la ciudad.

Su estatura alcanzaba el metro sesenta y cinco, pero su espíritu elevaba a todos aquellos que tuvieron el honor de cruzar su camino. Fue abogado emérito y decano de la Universidad de Cartagena por muchos años, su presencia inspiraba respeto y cariño. Su andar pausado era un compás de sabiduría y humildad, su corazón irradiaba benevolencia. Una vez le relaté el problema que tenía un cliente y, susurrándome al oído, dijo: “Mijo, es mejor un mal arreglo que un buen pleito”; entendí inmediatamente que el pragmatismo es esencial en la vida. De la Casa de la Inquisición, entre historias de antaño, me confesó haber sentido la presencia de sombras del pasado, pero su fe en la divinidad lo envolvía en un manto de protección. Su compañía, siempre bendecida por la presencia divina, disipaba cualquier temor que pudiera acechar su corazón noble y puro.

Su partida, necesaria y trascendental a sus 95 años, dejó un vacío en este mundo, pero su legado de amor y respeto quedó sembrado en cada uno de nosotros. El Santo que yo conocí es Ignacio Vélez Martínez, Nacho Vélez, trascendió la temporalidad, convirtiéndose en un faro de luz en mi memoria, recordándome que el verdadero tesoro de la existencia radica en el amor que compartimos y en los lazos que perduran más allá de la vida misma.

QOSHE - El santo que yo conocí - César Angulo Arrieta
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El santo que yo conocí

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09.03.2024

“In memoriam”.

En la bruma del tiempo, un encuentro fortuito entre dos almas tejió un lazo de amor y enseñanza que perduraría a lo largo de los años. El 8 de agosto de 1992, exactamente un año tras la partida de mi amado abuelo Gabriel, de quien aprendí que el amor de los padres se forja con el tiempo, en cambio, el de los abuelos es inmediato.

Nuestra primera reunión estuvo impregnada de una conexión instantánea, traspasó la frivolidad de un simple estrechar de manos. Al presentarme, su mirada sabia me abrazó, reconociendo mi origen y mientras sus palabras resonaban con la ternura de quien ha vivido y amado mucho, sentí que nuestros........

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