Sentado en un cubículo diferente al de mi oponente, en la estación de policía de Chambacú, tratando de reconstruir los hechos que me llevaron allí, comenzó instantáneamente mi devoción a la Virgen del Carmen. Era el día de su advocación. Invoqué su auxilio materno para salir pronto de la incómoda situación. Soy diabético y, no portando insulina en ese instante, no sabía cuánto iba a demorar en ese sitio lúgubre y tormentoso.

Los hechos se iniciaron un caluroso mediodía del 16 de julio de 1992, en la calle Román del Centro amurallado. Estaba sacando cuentas, de espaldas al mostrador, en el almacén de mi cuñado Samir Oke, cuando de repente sentí un estruendo ensordecedoramente cristalino. Literalmente, vi una cabeza metida dentro de la vitrina del almacén. Se hizo un silencio pesado y alguien gritó: “¡Ladrón, ladrón, cójanlo!”. Como ocurre aquí, todo el mundo comenzó a corretear al imputado.

El presunto sindicado llegó a una esquina y lo rodeamos. El hombre se volteó, cuadrándose como un contendiente y quedando frente a mí. Todo el mundo se abrió, dejándome solo. “¡Qué hijueputas!”, pensé, pero no había vuelta atrás o quedaba como cobarde.

Le tiré un derechazo; él, haciendo una finta con elegancia de pugilista, lo pasó conectándome un recto de izquierda, que cayó como un batacazo en mi ojo, me desmoroné con ese puñetazo. Llegó la Policía y nos detuvo por desorden en la vía pública. Fuimos conducidos a una camioneta, insultándonos ambos. En esa confusión, vi llegar a un amigo del sujeto que le entregó un maletincito dentro del cual alcancé a ver unos guantines de practicar boxeo, deporte que venía de ejercitar; le dijo al “vale”: “Hey, marica, imagínate empujé al Ñeño que estaba de cotero bajando una mercancía en un almacén, partió un vidrio y empecé a correr asustado; pensaron que era ratero y aquí estoy”.

Estando en la estación, llamé a mi padre, quien llegó al rato y, después de entrevistarse conmigo, entendió la situación y logró que nos levantaran la medida de detención a los dos; expuso un argumento técnicamente legal, ya que conocía la ley como magistrado que era. Pasada una semana, el ojo me había quedado mal, aparté cita donde un oftalmólogo en el centro de la ciudad. Cuando timbré y abrieron... Dios mío, no puede ser, era el mismo sujeto que me había hinchado el ojo. Nos sorprendimos; él se cuadró de nuevo con las manos arriba, yo le dije que iba a ver al médico. Resulta que era el mensajero del galeno; pensó que iba a indisponerlo con su patrón. Lo tranquilicé diciendo que iba para una cita médica; había aprendido por él a no prejuzgar hechos inciertos y me prometí que más nunca me iba a meter en situaciones sin pleno conocimiento de causa.

¡Cuántas lecciones de vida alrededor de ese acontecimiento!

QOSHE - Historia real de una devoción - César Angulo Arrieta
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Historia real de una devoción

18 0
06.04.2024

Sentado en un cubículo diferente al de mi oponente, en la estación de policía de Chambacú, tratando de reconstruir los hechos que me llevaron allí, comenzó instantáneamente mi devoción a la Virgen del Carmen. Era el día de su advocación. Invoqué su auxilio materno para salir pronto de la incómoda situación. Soy diabético y, no portando insulina en ese instante, no sabía cuánto iba a demorar en ese sitio lúgubre y tormentoso.

Los hechos se iniciaron un caluroso mediodía del 16 de julio de 1992, en la calle Román del Centro amurallado. Estaba sacando cuentas, de espaldas al mostrador, en el almacén de mi cuñado Samir Oke, cuando de repente sentí un estruendo ensordecedoramente cristalino.........

© El Universal


Get it on Google Play