Existen momentos trascendentales que pueden marcarnos para siempre, que son un antes y un después, instantes que se convierten en hitos inolvidables, lapsos que llevaremos grabados hasta el último momento de nuestras vidas en lo más profundo de nuestro ser: las primeras veces.

Dentro de una de tantas, recuerdo particularmente la primera vez que entré al colegio, con mi mochilita llena de sueños y mi corazón lleno de curiosidad por el mundo nuevo a descubrir, de aprendizajes y vivencias que aún guardo con cariño en mi memoria. Ese día me quedé dormido en el bus de regreso a casa y llamaron a mi mamá para que me buscara. Los pelaos de ahora no se pueden acordar de este día, pues inician su vida escolar a los dos años.

Otro recuerdo de una primera vez fue cuando monté en bicicleta: la caída que me pegué y la carraspelada fue brava; eso sí, luego de sentir el viento acariciando mi rostro la sensación de libertad fue inolvidable; fue un momento de valentía y superación, de confianza a mí mismo.

La vez que besé por primera vez, la recuerdo perfectamente; sucedió jugando a la botella. Un envase de Kol-Cana fue el patrocinador de ese evento a los 9 años. Una niña y yo coincidimos en la “dizque penitencia”, la cual fue un beso rápido, sinsabor, pero tierno y lleno de emociones encontradas, instante mágico que encendió en mí una chispa de emociones desconocidas, las cuales no pude desvincular de la primera vez que tuve una novia a quien le “eché el cuento” entregándole una esquela; así descubrí el significado del compañerismo, la complicidad y el amor inocente e incondicional.

La primera vez que me emborraché a los 12 años fue horrible. Con unos amigos conseguimos una botella de “Ron Tornillo” y, jugando “al pum” sentados en un sardinel de la bahía, en el barrio de Manga, pasábamos los tragos con la gaseosa Castalia, ¡qué pea, qué pea! Por supuesto, me castigaron mis padres todas las vacaciones, no faltaba más.

La primera vez que enfrenté la pérdida de un ser querido fue un dolor profundo que dejó una huella imborrable en mi corazón, mi abuelito. Un momento de fragilidad y vulnerabilidad que me recordó la importancia de valorar cada instante y a las personas que amamos.

La experiencia de convertirme en padre, sosteniendo en mis brazos a ese pequeño ser indefenso y sintiendo una conexión indescriptible. Es el momento más feliz de mi vida, entendí por qué Dios nos ama tanto; como humanos preferimos morir mil veces antes de que le pase algo a un hijo. Hay otras primeras veces inenarrables pincelando el lienzo de nuestras vidas, como colores dando forma a nuestra existencia; nos recuerdan que cada experiencia nueva, por pequeña o grande que sea, tiene el poder de transformarnos y enriquecernos como seres humanos.

QOSHE - Las primeras veces - César Angulo Arrieta
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Las primeras veces

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16.03.2024

Existen momentos trascendentales que pueden marcarnos para siempre, que son un antes y un después, instantes que se convierten en hitos inolvidables, lapsos que llevaremos grabados hasta el último momento de nuestras vidas en lo más profundo de nuestro ser: las primeras veces.

Dentro de una de tantas, recuerdo particularmente la primera vez que entré al colegio, con mi mochilita llena de sueños y mi corazón lleno de curiosidad por el mundo nuevo a descubrir, de aprendizajes y vivencias que aún guardo con cariño en mi memoria. Ese día me quedé dormido en el bus de regreso a casa y llamaron a mi mamá para que me buscara. Los pelaos de ahora no se pueden acordar de este día, pues inician........

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