Hoy, bañándome en la regadera por la mañana, sintiendo el chorro de agua fría, recordé por qué no quería iniciar el colegio en esta época; ¡uf!, febrero tiene el agua más fría del año. Por eso, en aquella época hermosa, mi baño demoraba apenas 20 segundos.

Incluso, antes de meterme al agua, me ponía el champú con la cabeza seca, razón por la que escuchaba el regaño de mi mamá diciendo que me bañara bien, o no me daba plata para “la cosita” del recreo mientras mis hermanos discutían en ese momento quién tenía el turno del baño que quedaba.

Era consiente de que el inicio del colegio significaba un cambio de todo: de grupo de alumnos, cambio en la lista de asistencias, de materias nuevas, etc., había cursos que tenían mitos urbanos, como el de los más “pelúos”; 3° y 5° de bachillerato siempre punteaban esa calificación, seguro que por álgebra, en tercero, y física y química en quinto.

Las esperas del bus a principio de año eran todo un acontecimiento: nos asignaban puestos fijos que debían conservarse, y ¡ay del que se cambiara!; coronaban los asignados a la ventana, por lo general, los mayores.

Existían tradiciones en el transporte, que parece se sucedían en el tiempo, como el famoso juego del “machuca papas” que, más que un juego, era una hijueputada; había un silencio cómplice que consistía en no advertirle a quien pusiera la mano sobre la baranda de los bancos para sentarse, pues había “patente de corso” para pegarle con todas las fuerzas un puño sobre esta; pobrecito, le dejaba la mano dormida y lastimada por largo tiempo. También estaba el famoso “pite” en la oreja: consistía en engatillar sobre el dedo pulgar el dedo del medio y, descargar sobre la oreja del otro tremendo “pite”, que dejaba la oreja roja y dormida. Era el inicio de una pelea segura.

El mayor éxtasis dentro del bus era ver a otro bus colegial; si era de un colegio competencia se formaba la gritería diciéndole al chofer que se los pasara y, a su paso, se formaba la gritería más grande de improperios de ventana a venta, incluso hasta tiradera de frutas, salivazos, etc. En cambio, si el bus era de féminas, los chiflidos y gritos de piropos y amor reverdecían la mañana.

La “bolita del lloriqueo” era el juego del primer recreo, que todos jugaban, y consistía en hacer con un papel cualquiera, una pelotica, que se lanzaba al aire y, a modo de tenis, el que “pelara o mondara” la suerte de darle a la bolita, pobrecito, lo encendían a patadas y tenía que correr hasta el infinito.

En el segundo recreo, para variar, el juego era el “orto” con pepa de mango. Este consistía en patear la pepa y, pasársela por entre las piernas al que fuere. El perforado, al igual que en juego pasado, debía correr para salvar la vida... Recordar es vivir.

QOSHE - Remembranzas del regreso al colegio - César Angulo Arrieta
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Remembranzas del regreso al colegio

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10.02.2024

Hoy, bañándome en la regadera por la mañana, sintiendo el chorro de agua fría, recordé por qué no quería iniciar el colegio en esta época; ¡uf!, febrero tiene el agua más fría del año. Por eso, en aquella época hermosa, mi baño demoraba apenas 20 segundos.

Incluso, antes de meterme al agua, me ponía el champú con la cabeza seca, razón por la que escuchaba el regaño de mi mamá diciendo que me bañara bien, o no me daba plata para “la cosita” del recreo mientras mis hermanos discutían en ese momento quién tenía el turno del baño que quedaba.

Era consiente de que el inicio del colegio significaba un cambio de todo: de grupo de alumnos, cambio en la lista de asistencias, de........

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