Era hijo de la noche. Enjuto, encorvado, totalmente arrugado por los años, deambulaba con dificultad ayudado por un escuálido bastón. Todos le temían por la saña con que más temprano que tarde destruía la juventud. Los dioses le permitieron vivir en el Olimpo, pues tenían en gran aprecio su consejo y experiencia. En la mitología griega Geras era el nombre de la vejez. El concepto de vejez depende, entre otras cosas, de la esperanza de vida. Durante milenios esta no pasó de 30 años. Los avances en salud pública permitieron que desde 1950 la expectativa de vida subiera de algo más de 40 años a cerca de 80. El envejecimiento es un proceso que incluye cambios físicos, psicológicos y sociales. Los primeros son más evidentes: pérdida de masa muscular y de densidad ósea; aparición de arrugas y manchas en la piel; cambios en la visión y audición; y problemas de movilidad. La edad cronológica no coincide con la edad biológica dado que hay otros factores como la genética, el estilo de vida y el estado de salud. Según el DANE, en Colombia hay más de 7 millones de personas mayores de 60 años y de ellas, más de 23 mil tienen más de 100.

¿Cuándo empieza la vejez? Para responder a esta pregunta investigadores de la Universidad de Stanford evaluaron 4.979 proteínas en 5.676 personas entre 18 y 95 años. Mediante un complejo proceso establecieron qué proteínas se relacionaban con el envejecimiento. El artículo, publicado en la revista Nature afirma que a los 34 años comenzamos a envejecer y que esto se debe a que perdemos la capacidad de reparar el ADN (la información genética de todas nuestras células). Según la pérdida de tales proteínas, se establecieron etapas: adulto (entre los 34 y 60 años), madurez tardía (entre los 60 y 78) y vejez (después de los 78). El estudio, publicado en diciembre, demostró que una de cada 5 personas mayores de 50 años tenía un órgano que envejecía a ritmo acelerado y que esto incrementaba el riesgo de muerte entre 20 y 50%. Midiendo tales proteínas se podría predecir, antes de que tengamos síntomas, qué órgano está mal y tomar medidas preventivas o realizar intervenciones terapéuticas. El mismo grupo de Stanford demostró que transfundir sangre de ratones jóvenes a viejos mejoraba la función de algunos órganos, entre ellos el cerebro. Con esto en mente evalúan la terapia transfusional en humanos mientras algunas empresas investigan y producen fármacos que logren lo mismo o más. Ya hace mucho Ramón y Cajal demostró que con la ancianidad y en contravía del arrugamiento de la piel, el cerebro se torna cada vez más liso y por ello decía sabiamente que “en la vejez no nos deben preocupar las arrugas del rostro, sino las del cerebro”.

*Profesor Universidad de Cartagena.