Con fruición convertía la consulta médica en un amistoso coloquio de conocimiento mutuo. Se hizo cardiólogo admirado del inescrutable misterio que fluye por unos tubitos de 3 milímetros mientras llevan oxígeno al corazón. Le intrigaba el largo silencio de esas diminutas arterias coronarias que cuando hablan producen un inmenso dolor en el pecho o una catastrófica muerte súbita. Por décadas estudió y trabajó en ese código secreto de silencio, salvando vidas con sesudas investigaciones que terminaron en uno de sus libros más leídos y en la creación del primer servicio de cirugía cardiovascular en la ciudad. Uno de sus mayores logros como maestro lo constituyen sus centenares de discípulos, quienes aprendieron orgullosos que en medicina, y en la vida, conservar la capacidad de asombro, el conocimiento y el sentido común son fundamentales.

Lector voraz, leyó varias veces “Breve historia del tiempo” intentando comprender cómo ese genio desconocía a Dios mientras él, simple mortal, amalgamaba la incredulidad científica con su inquebrantable certeza de un ser superior. También lo releyó puesto que el tiempo, para él, era una dimensión desconocida, superflua. Así disfrutaba interminables batallas verbales sobre lo humano y lo divino: la majestuosidad de Curro Romero, una irreal tarde taurina, o el inexplicable fracaso de su compañero de dominó con un doble cuatro mal puesto la Serie Mundial de Béisbol o decisiones trascendentales de sus amigos del alma. Todo antecedido por su “coñoooo” y seguido por una interminable lucubración que invariablemente desembocaba en una sabia conclusión.

Centurión noctámbulo; la noche fue su espacio para tertulia, sus inconfundibles pases de baile, francachela, comilona, pero también para sesudas introspecciones de si el huevo precedió a la gallina. Caribe polifacético disfrutaba igual un vallenato de Diomedes, el chandé del Joe, la salsa del bárbaro hasta la profundidad de Mozart. Fue leyenda urbana su capacidad de permanecer ebrio de felicidad en fiestas y reuniones con solo una Coca Cola o una Cola Román. Nunca aceptó enemigos y no porque pensase que la mayor venganza es el olvido... nunca permitió que el odio, la envidia o la ambición magullasen su alma.

Entendió las limitaciones de la ciencia en las cosas del alma. Para él la felicidad era un mecanismo darwiniano de adaptación y supervivencia. Su larga, sonora e inconfundible carcajada y su incansable intensidad fueron evidencia contundente de que disfrutó la vida hasta el hartazgo. Durante ella dejó constancia de su infinito amor de hijo, padre, hermano y amigo. Sé que miles, algunos sin saberlo, le deben la vida mientras otros, muchos más, le agradecemos lo vivido.

*Profesor Universidad de Cartagena.

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Carlos García Del Río

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24.01.2024

Con fruición convertía la consulta médica en un amistoso coloquio de conocimiento mutuo. Se hizo cardiólogo admirado del inescrutable misterio que fluye por unos tubitos de 3 milímetros mientras llevan oxígeno al corazón. Le intrigaba el largo silencio de esas diminutas arterias coronarias que cuando hablan producen un inmenso dolor en el pecho o una catastrófica muerte súbita. Por décadas estudió y trabajó en ese código secreto de silencio, salvando vidas con sesudas investigaciones que terminaron en uno de sus libros más leídos y en la creación del primer servicio de cirugía cardiovascular en la ciudad. Uno de sus mayores logros como maestro lo constituyen sus centenares de........

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