En un lugar no tan lejano, un rey que tenía a su pueblo con los problemas básicos insatisfechos, se trasnochaba por preguntas trascendentales acerca del cosmos, de la vida en la tierra y de la naturaleza del ser humano. Se preguntaba: ¿Cómo esparcir el virus de la vida por las estrellas? ¿Cómo evitar que la tierra se siga calentando? ¿Cómo alcanzar la paz total?, preguntas que encantaban a algunos pobladores bajo la influencia de un hechizo: “¡Qué rey tan sabio!”, exclamaban. Gobernantes de naciones poderosas habían superado algunos de estos cuestionamientos con una práctica aprendida por sus asesores en las universidades más reputadas. A esta pericia mágica le llamaban “planeación estratégica en el largo plazo”.

Pero el rey de nuestro cuento, desde niño, sufría de varios defectos del carácter que los médicos del reino no habían podido curar, uno de ellos, era su impulsividad, el rey quería hacerlo todo enseguida, era terco y llevado de su parecer, no admitía contradicciones y lo peor de todo, no era conciliador con los cortesanos que opinaban diferente; especialmente cuando se había tomado un extraño café que lo ponía tan confuso, que no podía cumplir con los compromisos del reino, era tal su atolondramiento que decidió cambiar el código que regía el país, porque no era compatible con sus antojos.

Tenía unas temibles mazmorras en su palacio, donde se conjeturaba que torturaban personas con un aparato que hacía decir la verdad; varios de sus ministros habían caído del cargo por disentir; ejércitos terroristas animados por la promesa que harían parte del poder, y por la oportunidad de repartir el botín de guerra, esperaban en las montañas el momento indicado. Mientras, una parte de la población inerme y atemorizada permanecía a la expectativa del desenlace; otra había salido del país o se aprestaba para hacerlo.

Asesorado por consejeros perversos, preparaba artilugios para perpetuarse en el poder. La desaprobación del rey crecía, algunos de sus antiguos seguidores se declaraban decepcionados, el pueblo se manifestaba en multitudinarias marchas pacíficas que el mandatario minimizaba o descalificaba, acusando delirantemente a sus opositores de querer derrocarlo y asesinarlo. El sistema de inteligencia del rey, había perfilado a todo aquel intelectual que disintiera de sus desatinados proyectos, en un cuadro estaban clasificados de acuerdo con el grado imaginario de potencial peligrosidad.

El pueblo, tristemente, había sufrido muchas guerras y no quería más conflictos, ni derramamientos de sangre, pero, paradójicamente, cada vez más se acercaba a esa posibilidad. Decidieron consultar con un médico chino acerca de la enfermedad del rey y si esta era curable, él les respondió: “El mal de su rey, lamentablemente, no es curable, sufre de la cruel enfermedad denominada ceguera paradigmática”.

*Psiquiatra.

QOSHE - La enfermedad del Rey - Christian Ayola
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La enfermedad del Rey

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25.04.2024

En un lugar no tan lejano, un rey que tenía a su pueblo con los problemas básicos insatisfechos, se trasnochaba por preguntas trascendentales acerca del cosmos, de la vida en la tierra y de la naturaleza del ser humano. Se preguntaba: ¿Cómo esparcir el virus de la vida por las estrellas? ¿Cómo evitar que la tierra se siga calentando? ¿Cómo alcanzar la paz total?, preguntas que encantaban a algunos pobladores bajo la influencia de un hechizo: “¡Qué rey tan sabio!”, exclamaban. Gobernantes de naciones poderosas habían superado algunos de estos cuestionamientos con una práctica aprendida por sus asesores en las universidades más reputadas. A esta pericia mágica le llamaban “planeación estratégica en el........

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