La verdadera muerte es el olvido, este último a veces llega incluso cuando hay vida. Son ingentes los esfuerzos de los científicos por encontrar el elixir de la eternidad, pero la parca se ha impuesto con energía. El único escudo para soportar sus embates es trascender, romper los límites del más allá dejando huellas perennes de nuestro paso por el reino de los vivos.

Algunas obras humanas tienen vocación de inmortalidad: escribir un libro, sembrar un árbol, tener un hijo y otras más que permanecen a lo largo de la historia. No podemos negar que muchos pasan por la vida sin pena ni gloria y engrosan una lista de anónimos. Pero hay otras personas que significan y sostienen una vida llena de notables éxitos que los candidatizan a la inmortalidad, como los líderes políticos, artistas y todos aquellos que por sus ejecutorias encuentran un puesto en los anales de la historia.

Para cumplir el cometido de la trascendencia histórica no necesariamente se exige ser una buena persona, ya que las memorias oficiales no excluyen las situaciones deleznables, es decir, se puede ser un perverso y aún así quedar referenciado a futuro. Por ello, observamos múltiples ejemplos de personas que han recibido un duro cuestionamiento social y, sin embargo, son recordados con puntualidad. Es el caso de Pablo Escobar, Adolf Hitler y muchos más.

Cuando alguien muere siendo afamado puede motivar múltiples comentarios que podrán ser buenos y otros no tanto, como si el deceso llevara consigo el combustible de los comentarios o la necesaria evocación de la vida pasada con la condigna necesidad de juzgar. Evidentemente, hay una obligación de narrar la historia con objetividad y verdad para que las generaciones presentes y futuras, a partir de ellas, evalúen si emulan o repudian un comportamiento, sobre todo para quienes ostentaron posiciones privilegiadas en la sociedad.

En los últimos días se notició la muerte de la senadora Piedad Córdoba y ello generó comentarios divididos entre quienes desplegaban odios y elogios, todos correlacionados con la ideología y acciones políticas de la fallecida. Ello me llevó a reflexionar sobre la necesidad de arremeter contra una persona que ha llegado a su destino final pues, en la mayoría de los casos, con la muerte se purgan los pecados, si es que estos existiesen.

Evidentemente, dentro de una sociedad de odios, es posible sostener la memoria de los idos con la finalidad de seguir lacerándolos, ya no en el plano físico, porque no es posible, pero sí en la honra y el honor que se ubican sobre los signos vitales. Matar a una persona varias veces o aprovechar su muerte para causar al inerme fallecido y a sus dolientes el mayor daño posible es la consigna de los odiadores. Sin embargo, solo con la calificación honesta de nuestras acciones y omisiones se construye el real epitafio que funciona como escudo post mortem de la dignidad.

*Abogado.

QOSHE - Epitafio - Enrique Del Río González
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Epitafio

26 0
30.01.2024

La verdadera muerte es el olvido, este último a veces llega incluso cuando hay vida. Son ingentes los esfuerzos de los científicos por encontrar el elixir de la eternidad, pero la parca se ha impuesto con energía. El único escudo para soportar sus embates es trascender, romper los límites del más allá dejando huellas perennes de nuestro paso por el reino de los vivos.

Algunas obras humanas tienen vocación de inmortalidad: escribir un libro, sembrar un árbol, tener un hijo y otras más que permanecen a lo largo de la historia. No podemos negar que muchos pasan por la vida sin pena ni gloria y engrosan una lista de anónimos. Pero hay otras personas que significan y sostienen una vida llena de notables éxitos que los........

© El Universal


Get it on Google Play