Mi perro va donde le dé la gana y se caga donde le dé la gana”, le replicó sulfurado un vulgar personaje del barrio al vecino que le reclamaba con asimétricos modales por su nulo control de la mascota. Acto seguido, largó improperios y amenazas contra el ciudadano, que se alejó resignado. En la misma cuadra, como en tantas otras, se padecen a toda hora letanías de histéricos ladridos respondiendo al estímulo más anodino. Los dueños de estos perros, lejos de intentar mitigar su sempiterno alboroto, hacen caso omiso o hasta lo incentivan. Pareciera incluso que, como con tantas bullas impuestas, su irrupción fuese motivo de algún orgullo encarnado en un “Molesto, luego existo”.

El propósito del perro como guardián del hogar queda invalidado si no se le educa a discernir el motivo de sus ladridos: de activarse ante cada mosca o transeúnte, difícilmente distinguirá una amenaza real. Los expertos concurren en que un perro adiestrado no solo es más eficaz, sino más sano, feliz y longevo. Uno de los más célebres entrenadores caninos, el mexicano-estadounidense César Millán, ha enfatizado a menudo que las tres necesidades primordiales de estos animales son el ejercicio, la disciplina y el afecto —en ese orden de prioridad—. Cualquier omisión o desequilibrio en la gestión de esos requisitos originará trastornos tanto mentales como físicos que incidirán tanto en su calidad de vida como en la de su entorno.

Decía Huxley que “Todos los hombres son dioses para su perro”, pero esa lealtad innata puede resultar funesta para el can si su amo es inconsciente o abusivo. Son frecuentes los casos de abuso animal que no se denuncian por miedo a represalias o por no existir autoridad real para acotarlos. Quien interpele al mal amo correrá peligro de salir peor parado que el perro, lo que explica la propensión de muchos ciudadanos a tolerar tales incordios e injusticias. Tristemente, el noble animal seguirá entregándole fidelidad a su verdugo, sin concebirse siquiera como víctima.

En un icónico episodio de la serie animada en clave de humor “South Park”, la madre del personaje llamado Cartman acude desesperada a César Millán —conocido por su programa “El encantador de perros”— para que le ayude a controlar el errático comportamiento de su vástago. Con chasquidos de labios, de dedos y demás técnicas de adiestramiento, él logra dominar al rebelde preadolescente como si de un perro se tratase. Si bien una visita de César Millán a Cartagena sería ampliamente deseable para orientar a tanto animal descarriado e infeliz, lo más oportuno sería contratarlo en calidad de “encantador de amos”. El perro, reflejo de su dueño, no tiene culpa de la falta de raciocinio del simio que le da posada. Al no caber el decoro con seres zafios, deberían de ser adiestrados como se hizo con Cartman.

QOSHE - El encantador de amos - Francisco Lequerica
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El encantador de amos

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27.04.2024

Mi perro va donde le dé la gana y se caga donde le dé la gana”, le replicó sulfurado un vulgar personaje del barrio al vecino que le reclamaba con asimétricos modales por su nulo control de la mascota. Acto seguido, largó improperios y amenazas contra el ciudadano, que se alejó resignado. En la misma cuadra, como en tantas otras, se padecen a toda hora letanías de histéricos ladridos respondiendo al estímulo más anodino. Los dueños de estos perros, lejos de intentar mitigar su sempiterno alboroto, hacen caso omiso o hasta lo incentivan. Pareciera incluso que, como con tantas bullas impuestas, su irrupción fuese motivo de algún orgullo encarnado en un “Molesto, luego existo”.

El propósito........

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