El primer maestro de capilla del Nuevo Mundo, Juan Pérez Maturano, obró como chantre, tesorero, canónigo y luego deán de la catedral de la incipiente Cartagena de Indias entre 1539 y su óbito en 1561. En esa prima catedral erigida en paja y cañas y consumida en un incendio de 1553, el músico encontró ya un “muy buen e imponente coro realzado con un elegante atril coral”. El cronista Juan de Castellanos, capellán del asentamiento, describió en sus “Elegías de varones ilustres de indias” a quien fuera su maestro como un “Josquin en teórica de canto”. Maturano fue dueño de la isla de Getsemaní, a la que puso nombre y donde cedió algunos terrenos a los franciscanos, obteniendo además licencia real para publicar lo que serían los dos primeros libros colombianos, efectivamente relativos al Arte musical y hoy perdidos.

Si es lícito invocar la crueldad colonialista, y si es cierto que en la instrucción musical monopolizada por la Iglesia primó lo europeo y se obvió lo folclórico o ancestral, debe considerarse que se promovió el uso de técnicas compatibles con cualquier lenguaje, como el solfeo. No debe olvidarse que Adolfo Mejía recibió su alfabetización musical de clérigos italianos hace un siglo, como corista en San Pedro Claver, y que luego con esa técnica desafió el racismo cultural imperante colando la cumbia y la negritud en la orquesta sinfónica. Lo hizo con las mismas notas ideadas por Guido que Maturano había traído a vela hasta América cuatro siglos atrás.

De Bach a Wagner, la lista de compositores que ejercieron como maestros de capilla es extensa, y es elocuente acerca de la importancia otorgada históricamente por la Iglesia a la actividad de escribir, organizar, ensayar e interpretar música nueva específica para el uso litúrgico. Sin embargo, la conexión ancestral entre música y culto se ha ido debilitando a medida que se han ido aflojando las exigencias técnicas y que, entre cierto relativismo democrático, se han impuesto los criterios más débiles y peor informados, soliendo ser mayoritarios.

No habiendo ya hoy día maestría de capilla en Cartagena, a pesar de poseer tan imponente y lucrativo patrimonio eclesiástico, se propone aquí reinstaurar esa figura y financiar ensambles para interpretar la música de culto en los espacios apropiados. La tarea del maestro de capilla será ardua y larga, pues deberá encontrar identidad compositiva local en un contexto solemne, en equilibrio con las posibilidades musicales, y en función de nutrir un repertorio de alta calidad y desempeño técnico.

Duele que la Iglesia se haya alejado de su milenario comensalismo con las artes y que le baste hoy cualquier balada pregrabada, cualquier sentimentalismo de dudosa afinación, para celebrar el culto. Impera una reflexión sobre la renovación de este oficio en Cartagena.

QOSHE - Maniobra de arte No. 4: Maestría de capilla - Francisco Lequerica
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Maniobra de arte No. 4: Maestría de capilla

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20.04.2024

El primer maestro de capilla del Nuevo Mundo, Juan Pérez Maturano, obró como chantre, tesorero, canónigo y luego deán de la catedral de la incipiente Cartagena de Indias entre 1539 y su óbito en 1561. En esa prima catedral erigida en paja y cañas y consumida en un incendio de 1553, el músico encontró ya un “muy buen e imponente coro realzado con un elegante atril coral”. El cronista Juan de Castellanos, capellán del asentamiento, describió en sus “Elegías de varones ilustres de indias” a quien fuera su maestro como un “Josquin en teórica de canto”. Maturano fue dueño de la isla de Getsemaní, a la que puso nombre y donde cedió algunos terrenos a los franciscanos, obteniendo además........

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