Durante varias décadas en los programas internacionales de cooperación para el desarrollo estaba como un punto indispensable la extensión y afianzamiento de la democracia. Se pensaba que el establecimiento del voto directo, la creación de partidos políticos, la separación de poderes, la elección periódica de mandatarios, entre otros pilares de este sistema, eran elementos que transformarían las sociedades en las cuales fueran implantados. El tiempo demostró que, además de estos elementos formales, era necesaria la apropiación sustancial de los valores que la sustentan por parte de los ciudadanos y los líderes políticos, porque sin esto, tales ejercicios institucionales estaban llamados al fracaso.

Este fenómeno, que parecía suceder en tierras lejanas, ahora se manifiesta en el seno de las democracias occidentales de larga tradición. Contemplamos con estupor la fragmentación de las fuerzas políticas parlamentarias, la corta duración de los consensos sobre asuntos trascendentales de interés general, el surgimiento de líderes mesiánicos o populistas, el reemplazo del debate razonado por la ofensa y la mentira, los “me gusta” o “no me gusta” de las redes sociales como sustitutos del ejercicio de sufragio, las decisiones cortoplacistas que priman sobre la visión de largo plazo del liderazgo de las naciones, la lucha por la supervivencia de intereses particulares o grupales por encima del bien común, el llamado a las emociones en vez de presentar razones para fundamentar la aprobación de políticas trascendentales, la postergación de decisiones estratégicas por su alto costo en las encuestas de opinión.

En el fondo de estos factores se encuentra una crisis de gran envergadura: no pueden existir democracias sanas sin demócratas que las constituyan, promuevan y defiendan. Este déficit democrático fractura desde dentro nuestras instituciones estatales y nos deja a los ciudadanos en la intemperie de la desprotección política.

En un escenario como el actual, sería sencillo correr a resguardarse en las seguridades de los espacios privados, pero es imposible sustraerse a las consecuencias de los actos estatales o supranacionales, porque sus efectos siempre terminan afectando nuestra vida ordinaria; igualmente podría ser fácil sumarse a las corrientes de opinión que simplifican y radicalizan el análisis para señalar malos, culpables o demonios entre los contradictores o en los traidores dentro de las propias filas, pero esto implica abandonar la madurez de la argumentación que nos hace sujetos reflexivos en lugar de marionetas movidas por hilos de manipulación.

Necesitamos ser demócratas, que es tarea profunda de autolimitación de poder, muy diferente a portar vestidos ocasionales de democracia.

*PhD en Historia y Artes.

QOSHE - ¿Democracias sin demócratas? - Gloria Inés Yepes Madrid
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¿Democracias sin demócratas?

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28.03.2024

Durante varias décadas en los programas internacionales de cooperación para el desarrollo estaba como un punto indispensable la extensión y afianzamiento de la democracia. Se pensaba que el establecimiento del voto directo, la creación de partidos políticos, la separación de poderes, la elección periódica de mandatarios, entre otros pilares de este sistema, eran elementos que transformarían las sociedades en las cuales fueran implantados. El tiempo demostró que, además de estos elementos formales, era necesaria la apropiación sustancial de los valores que la sustentan por parte de los ciudadanos y los líderes políticos, porque sin esto, tales ejercicios institucionales estaban llamados........

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