Cada uno de nosotros tiene una ciudad dentro de sí que se va reconstruyendo a lo largo de los años, con sitios que frecuentamos cada tanto para encontrarnos con nosotros mismos en el reconocimiento de los lugares familiares.

Playa Hollywood es siempre el mar para mí. Una silla junto a las olas, el parasol que no puede faltar, un coco frío, los pájaros, el deambular variopinto de vendedores y la atención de Miguel. Pero en mi última visita estaban unos postes que no sabía que existían, cercando espacios delirantes, vacíos de sillas y de amantes del sol; pregunté y alguien dijo que fueron instalados en la apertura post-pandemia; si esta datación era verdadera o falsa, poco importaba, porque lo esencial es que daban cuenta de lo infrecuente de mi visita, centrando mi atención en esta transformación perturbadora que cortó en pedazos mi antiguo infinito de la arena.

Reconozco que es una lectura subjetiva de una intervención urbana que debe tener sus fundamentos de razón práctica, pero necesitaré varias ocasiones para acostumbrarme a mi playa convertida en una parcelación marina.

De repente, el sonido del mar fue interrumpido por los pitos del salvavidas, que cumplía su deber de alejar del peligro a quienes con testarudez subestimaban la fuerza de las olas de esta época del año. Pensé en todas las vidas que se han salvado gracias a la labor de este grupo de abnegados cartageneros, me fijé en su profesionalismo y en sus uniformes de la mejor calidad; con ello dejaron de importarme lo desteñidos que estaban los parasoles o el horror estético que me producían los postes divisorios. Una vez más esta ciudad colmada de contrastes pudo brindarme una visión de sorprendente esperanza.

Mi deseo de sumergirme en la melancolía de los recuerdos y mi tentación de sumarme al coro de quejosos de lo mal que está todo en estos tiempos fueron reemplazados por el anhelo de fluir en armonía con quienes cada día -como el salvavidas de esta historia- cumplen responsablemente las tareas que les han sido encomendadas, comprendiendo que es la manera de contribuir al destino colectivo. También pensé en la necesidad de fortalecer los ciclos de la planeación en diversas escalas de magnitud, que incluyen las revisiones periódicas sobre las intervenciones realizadas, y soñé, con mi optimismo recién recuperado, que este ejercicio administrativo iba a producir el retiro de los postes antes de mi próxima visita al mar.

Luego las conversaciones casuales y los chismes al orden del día me devolvieron a la liviandad del descanso. Debiera volver con más frecuencia a Playa Hollywood, me dije, mientras salía del lugar brincando sin gracia ni ritmo, pretendiendo salvar mis pobres pies del calor quemante de la arena del mediodía.

*PhD en Historia y Artes.

QOSHE - Playa Hollywood - Gloria Inés Yepes Madrid
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Playa Hollywood

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06.02.2024

Cada uno de nosotros tiene una ciudad dentro de sí que se va reconstruyendo a lo largo de los años, con sitios que frecuentamos cada tanto para encontrarnos con nosotros mismos en el reconocimiento de los lugares familiares.

Playa Hollywood es siempre el mar para mí. Una silla junto a las olas, el parasol que no puede faltar, un coco frío, los pájaros, el deambular variopinto de vendedores y la atención de Miguel. Pero en mi última visita estaban unos postes que no sabía que existían, cercando espacios delirantes, vacíos de sillas y de amantes del sol; pregunté y alguien dijo que fueron instalados en la apertura post-pandemia; si esta datación era verdadera o falsa, poco importaba,........

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