Orgulloso de pertenecer a esa camada de médicos egresados de la Universidad de Cartagena, que el 6 de diciembre de 1975 inauguramos el Hospital Universitario de Cartagena, clausurado en 2003 por la desidia y politiquería, reabierto hace 19 años, rebautizado ‘Hospital Universitario del Caribe’ por una pequeña tropa de soñadores que asumimos la tarea de resucitarlo como a Lázaro, en medio de una sociedad incrédula e insensible. El Universitario, como se recuerda a este ‘Gigante manso y sanador de Zaragocilla’, es además escenario natural de la formación integral del talento humano en salud, reconocido en todos los rincones del planeta.

Recuerdo nítidamente nuestro primer turno como Internos en la urgencia tecnológicamente recién dotada con avances anglosajones, conservando el humanismo de la escuela francesa reinante por siglos en el viejo y querido Hospital Santa Clara. Lo ocurrido aquella noche quizás justifica la perenne inconformidad de los médicos de mi generación frente al desbordado mercantilismo impuesto por la Ley 100 de 1993, engendro neoliberal que trasformó la salud en mercancía.

Aquella primera noche en la Urgencia del Universitario fue inolvidable para la camada de pre y posgrado, vestidos de blanco inmaculado. Súbitamente aparecieron los camilleros comandados por el incansable Teófilo: mujer de 30 años, inconsciente, delgada, pálida, sudorosa, signos vitales imperceptibles, sujetando a su pecho un pequeño recipiente de plástico. Sin pérdida de tiempo entramos al rescate: trasfundimos sueros, insuflamos oxígeno a sus pulmones agotados. Dos horas después, abrió los ojos preguntando dónde estaba. “En El Universitario”, dijimos en coro. “¿Qué guardas en ese recipiente?”, Le preguntamos.

- “Es la comida de mis dos hijas, Daniela de 5 años y Maritza, 11 meses. Las dejo a cargo de una vecina mientras salgo a trabajar. Soy madre soltera, hoy no desayunamos y madrugué al Mercado de Bazurto, donde gano el sustento diario. Regresé a toda carrera, pero se acabaron mis fuerzas. Alguien me recogió y me trajo al hospital. Debo irme a llevarles la comidita”.

Inmediatamente la camilla se llenó de regalos y ofrecieron trasladarla a su vivienda. Al día siguiente la ‘Pequeña Tropa’ fue citada por los maestros Olegario Barboza, patólogo; Arnold Puello, radiólogo; Miguel Faciolince, oftalmólogo; Adolfo Pareja, cirujano; Alberto Carmona, internista, quienes se pusieron de pie estrechando nuestras manos.

- “Actuaron con sabiduría, destreza y humanismo. Ser médico es un privilegio que impone obligaciones: la medicina no es una profesión, es una MISIÓN, somos misioneros, no mercaderes; jamás cambien, esta es la Regla de oro: primero el paciente, después los requisitos.

En esta época preñada de instintos tacaños y refriegas partidistas, se apaga, irremediablemente, la luz de la legítima vocación médica: el alma de los discípulos de Galeno fue remplazada por máquina registradora y puntadas sin dedal ni sentimientos.

QOSHE - Cuando ser médico era un privilegio - Henry Vergara Sagbini
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Cuando ser médico era un privilegio

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15.04.2024

Orgulloso de pertenecer a esa camada de médicos egresados de la Universidad de Cartagena, que el 6 de diciembre de 1975 inauguramos el Hospital Universitario de Cartagena, clausurado en 2003 por la desidia y politiquería, reabierto hace 19 años, rebautizado ‘Hospital Universitario del Caribe’ por una pequeña tropa de soñadores que asumimos la tarea de resucitarlo como a Lázaro, en medio de una sociedad incrédula e insensible. El Universitario, como se recuerda a este ‘Gigante manso y sanador de Zaragocilla’, es además escenario natural de la formación integral del talento humano en salud, reconocido en todos los rincones del planeta.

Recuerdo nítidamente nuestro primer turno como Internos en la urgencia tecnológicamente recién........

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