Si por mí fuera, prohibiría conmemorar asesinatos de líderes mansos, obstinados en defender Derechos Humanos. Celebraría, con gran pompa, su natalicio, obras y pensamientos, como espejos para todo aquel que anhela un mundo pacífico, socialmente equilibrado.

Recordar, entre lágrimas y requiebros, día, hora, lugar y circunstancias de su inmolación, refuerza el miedo en la comunidad, otorgándole razones a quienes aseguran que: “Quien se mete a Salvador, termina crucificado”.

Los historiadores testifican que, en época del Imperio Romano, verificado el deceso del reo, lo dejaban colgado como banquete a las aves carroñeras acrecentando culillos, extinguiendo liderazgos, propiciando esclavitudes. Igual ocurría con los decapitados y, en nuestro país, con los campesinos opuestos a abandonar sus tierras: jugaban fútbol con las cabezas y, sus restos mortales a la intemperie, festín de alimañas y goleros, consolidando a los villanos.

Allá en Calamar, aún de pantalones cortos, acompañé a mi abuela Isabel Radi de Sagbini, Viernes Santo, a visitar la Iglesia de la Inmaculada Concepción. Era la primera vez que tenía ante mis ojos la imagen terriblemente ensangrentada del Nazareno:

- “¿Por qué lo hicieron?”

- “No lo comprendo”, me respondió.

Prefiero recordarlo enseñando el Padre Nuestro, multiplicando panes y peces, curando enfermos, perdonando pecados y resucitando a Lázaro. Igual ocurre con Mahatma Gandhi, John F. Kennedy, Jorge Eliécer Gaitán, Rafael Uribe Uribe, Luis Carlos Galán, Rafael Pardo, Rodrigo Lara, Álvaro Gómez, Carlos Pizarro, Bernardo Jaramillo y miles de líderes anónimos, defensores de derechos humanos, asesinados impunemente por reclamar justicia.

Año tras años desempolvan imágenes dolosas y crudas, reviviendo el miedo, propósito fundamental de autores intelectuales y sicarios; pero los seguidores de Martin Luther King Jr. (Atlanta, enero 15 de 1929 - Memphis, abril 4 de 1968) no cayeron en la trampa.

Apóstol de la no violencia, luchador incansable por los Derechos Civiles en Estados Unidos, víctimas de la brutal segregación de afrodescendientes, Premio Nobel de la Paz, su pensamiento quedó plasmado en inolvidable discurso, y no en su crimen intimidatorio: 250.000 personas escucharon en Washington (23 de agosto de 1963): “Yo tengo un sueño” (“I have a dream”), condensando la problemática racial a mediados del siglo XX.

Cinco años después fue asesinado y, millones de seguidores, decidieron no conmemorar aquel magnicidio, sino declarar su natalicio, cada tercer lunes de enero, ‘Día de Martin Luther King’, promoviendo igualdad, justicia y unidad ciudadana: “Tengo un sueño: que mis cuatro hijos vivan un día en una nación en la que no sean juzgados por el color de su piel, sino por sus competencias y naturaleza de su carácter”.

Yo también tengo un sueño que rebasa tiempo y cordura: invitar el espíritu libertario de Luther King a Cartagena y, junto a Pedro Claver, apóstol de los Derechos Humanos, acompañen a nuestras autoridades democráticas a recorrer barrios, escuelas, colegios y veredas, esparciendo semillas de liderazgo, dignidad, justicia social, advirtiéndoles que

jamás se den por vencidos, ni aun vencidos.

QOSHE - Luther King en Cartagena - Henry Vergara Sagbini
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Luther King en Cartagena

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22.01.2024

Si por mí fuera, prohibiría conmemorar asesinatos de líderes mansos, obstinados en defender Derechos Humanos. Celebraría, con gran pompa, su natalicio, obras y pensamientos, como espejos para todo aquel que anhela un mundo pacífico, socialmente equilibrado.

Recordar, entre lágrimas y requiebros, día, hora, lugar y circunstancias de su inmolación, refuerza el miedo en la comunidad, otorgándole razones a quienes aseguran que: “Quien se mete a Salvador, termina crucificado”.

Los historiadores testifican que, en época del Imperio Romano, verificado el deceso del reo, lo dejaban colgado como banquete a las aves carroñeras acrecentando culillos, extinguiendo liderazgos, propiciando esclavitudes. Igual ocurría con los decapitados y, en nuestro país, con los campesinos opuestos a abandonar sus........

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