Prefería el hombro de sus hijos al bastón mango de nácar que le regalaron en su último cumpleaños. Le hubiese gustado salir, el día que le dieron de alta en cuidados intensivos, en los brazos de su esposa ausente, que en la camilla, con barrotes de aluminio, envuelto en sábanas desechables, rodeado de rostros austeros que jamás lo llamaron por su nombre.

A él se le iban los ojos cada vez que tocaban la puerta de su alcoba, allá en el asilo, ávido de abrazos, besos y caricias que se marcharon para siempre.

Nunca aceptó las ausencias, dolores y silencios de ayer, hoy y mañana, él que se las ingeniaba para nunca llegar con las manos vacías, siempre repletas de frutas, dulces y anécdotas multicolores, atizando hogueras de afectos y ternura, combustibles del alma.

“Que es un soplo la vida” jamás lo imaginó hasta cuando quedó solo, rumiando ausencias en la madrugada; “Nadie es eterno, todo se acaba”, mientras sus hijos tejían sus propios nidos más allá del horizonte preñado de nostalgias.

En su casa, ahora forrada de luto, hoy habitan fantasmas, las cinco alcobas permanecen silenciosas; en el comedor, hace rato, los nietos no derraman la sopa sobre los manteles predilectos de la abuela; en el parquecito germinaron semillas de soledades y tarántulas, se marchó, para siempre, la dulce algarabía y ya poco le importaron las rosas, jazmines y claveles plantados frente a los ventanales, tampoco la sombra dulce del mango donde recostaba su taburete, cómplice de siestas eternas desde el mismo segundo que decidió jubilarse y le cayeron encima, una detrás de otra, todas las dolencias y pestes que lo acechaban.

Isabel, su compañera del largo camino, se fue apagando y una madrugada marchó rumbo al infinito; más tarde, sus hijos levantaron el vuelo decididos a tejer sus propios nidos y a escribir genuinas historias, esas que recordarán, a cuenta gotas, el día y la noche que se vuelvan viejos solitarios y enfermizos, enfrentando al péndulo de la vida que no permite tregua... Ahora el abuelo, peinado y perfumado con las últimas gotas del Roger & Gallet, espera y espera, cabalgando sobre su ‘maría palito’ en la sala del gélido asilo repleto de rostros forasteros, salvas de tos y quejidos, próstatas inflamadas, mordiscos de artritis, taquicardias desbocadas, eclipses de Alzheimer y, para colmo de males, el Ángel de la Guarda se marchó llevándose las piscas de cordura que le quedaban.

Ahora íngrimo, dubitativo y temático, camina lento portando relicario de fotos corroídas por la nostalgia. Huérfano de caricias, besos y ternura, discute y se reconcilia con el espejo, 14 días a la semana.

QOSHE - Viejo, mi olvidado viejo - Henry Vergara Sagbini
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Viejo, mi olvidado viejo

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29.01.2024

Prefería el hombro de sus hijos al bastón mango de nácar que le regalaron en su último cumpleaños. Le hubiese gustado salir, el día que le dieron de alta en cuidados intensivos, en los brazos de su esposa ausente, que en la camilla, con barrotes de aluminio, envuelto en sábanas desechables, rodeado de rostros austeros que jamás lo llamaron por su nombre.

A él se le iban los ojos cada vez que tocaban la puerta de su alcoba, allá en el asilo, ávido de abrazos, besos y caricias que se marcharon para siempre.

Nunca aceptó las ausencias, dolores y silencios de ayer, hoy y mañana, él que se las ingeniaba para nunca llegar con las manos vacías,........

© El Universal


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