Fue notoria en la pasada Semana Santa la participación creciente de muchas personas en las diversas actividades y celebraciones que se organizaron en las parroquias y en los programas que se llevaron a cabo a partir de la promoción del “turismo religioso”. No dudo que ha sido sorpresa para quienes pregonan el fin de las creencias a causa de las debilidades y caídas de quienes profesamos nuestra fe católica, o por racionalizaciones a partir de una pretendida cientificidad que desconoce los nuevos paradigmas de la ciencia contemporánea: lejos de los absolutos y sí próximas a la consideración de lo imprevisible que puede suceder, porque la realidad siempre nos aboca a la experiencia del misterio como aquello que nos desborda e invita a contemplar anonadados la maravilla de lo que sucede desde lo microscópico del comportamiento de los electrones y sus componentes, hasta la grandeza del espacio más allá del cual no podemos sino callar. Y allí, la fe reconoce: “¡Cuán grande es Él!”.

Pero estos hechos son una acuciante invitación a episcopados, presbíteros y diversos ministros de nuestra santa Iglesia católica, como también, ¿por qué no decirlo?, a pastores y servidores de otras confesiones a la formación de una religiosidad adulta, seria, serenamente mística y sólidamente fundada en un conocimiento de los géneros literarios en los cuales se han escrito los textos sagrados como los contextos en los cuales se produjeron y que señalan la riqueza de unas metáforas y símbolos, que sin una traducción al momento presente pueden favorecer un desvío del nervio central del compromiso cristiano: hacer presente desde ya el Reino predicado por Jesús de Nazaret. Quien, a la luz de la resurrección, fue confesado como Señor y Cristo, portador y dador del Santo Espíritu. Su presencia remite a continuar en la generación de las prácticas diarias que señalen la coherencia entre lo que confesamos y lo que vivimos en el día a día.

Reconfortante esta presencia masiva y entusiasta, este olor a vida de fe más allá de la maledicencia y la farisea señalización de los errores de algunos miembros de la Iglesia. Realmente este país que vive las tinieblas ha visto la luz del Señor resucitado en todo lo que señala justicia, solidaridad y bondad. Y ello, a pesar de todo lo que se cocina por ahí de polarización y mentiras. Esta fortaleza que nos viene de la fe en la presencia viva del Cristo orientando la vida, por su Espíritu, es la esperanza que nos mueve más allá de cualquier infortunio. El anuncio de la Pascua es claro: la vida ha triunfado sobre la muerte, esa es la esperanza que mantiene y soporta nuestras luchas y desvelos. Verdaderamente ¡ha resucitado! Y esta convicción nos hace fuertes.

*Teólogo, Parroquia Santa Cruz de Manga.

QOSHE - De las realidades que fortalecen - Ignacio Antonio Madera Vargas
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De las realidades que fortalecen

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21.04.2024

Fue notoria en la pasada Semana Santa la participación creciente de muchas personas en las diversas actividades y celebraciones que se organizaron en las parroquias y en los programas que se llevaron a cabo a partir de la promoción del “turismo religioso”. No dudo que ha sido sorpresa para quienes pregonan el fin de las creencias a causa de las debilidades y caídas de quienes profesamos nuestra fe católica, o por racionalizaciones a partir de una pretendida cientificidad que desconoce los nuevos paradigmas de la ciencia contemporánea: lejos de los absolutos y sí próximas a la consideración de lo imprevisible que puede suceder, porque la realidad siempre nos aboca a la experiencia del........

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