En estos días en que los problemas no se van, pero se esconden o se amortiguan, imbuido de alegría y nostalgia navideña, rememoraré a esa villa que nos permitía desplazarnos sin miedo, siendo niños, en los tradicionales buses de palo, pagando unos “chivos” o pocos pesos en busetas nuevas. Cartagena, otrora llena de árboles frondosos y de casonas solariegas, como en mi Manga, Torices, Pie de La Popa, Alcibia y El Bosque; no nos quejábamos de calor e íbamos del tingo al tango, jugando en los callejones, en la avenida Miramar. Programazo, ir a Bocagrande, a las playas extensas, de arena fina, sin que te acosaran y pescar en los espolones. Había sensación de seguridad, salvo por uno que otro ladronzuelo, que al menor descuido entraba para robarse lo que se encontrara mal puesto o se volaba las paredillas para llevarse la ropa colgada o lo que estuviese en los patios, por lo que empezaron a llenarse de picos de botella incrustados, lo cual nos dañaba la capacidad de escalar las cumbres de ladrillo. Igual “montábamos palo”, cual micos, violando las consabidas advertencias de casa. Nos prohibían tirarnos a la bahía y no era por la contaminación que no se percibía, allí había peces grandes y al amanecer veíamos cómo saltaban mantarrayas, era para evitar tragedias. Nos gustaba acomodar el brazo en la ventanilla de los buses o de los carros, ya que la mayoría de los vehículos no tenían aire acondicionado, por lo que nos detallaban como los “mochos” habían perdido su extremidad por esa imprudencia. Cartagena, el mejor vividero del mundo, villorrio donde todos nos conocíamos, desde los vecinos, pasando por las palenqueras, vendedores de raspao y paletas, de pan, de lotería, el de las “griegas”, dueños de tiendas de barrio, médicos y funcionarios, entre otros. En diciembre nos extasiábamos viendo los pesebres de Almacenes Araújo, el de la Base; repetíamos los pocos restaurantes, como el Mee Wah, el Patio Italiano, el Club de Pesca y el Árabe. Comíamos perros calientes en la Bombita o en el Crem Helado y qué decir de los helados en el hotel Flamingo. Íbamos a hacer compras y diligencias en el Centro, saludando a todo el mundo, mientras recorríamos plazas y callejuelas, disfrutando los olores a perfumes dulzones y a juguete nuevo de Almacenes Tía, del Ley, del Magali París, las delicias del Portal de los Dulces, el aroma de las panaderías. Comíamos fritos en Turbaco o en cualquier barrio, íbamos a béisbol al 11 de Noviembre, a ver al Real en el Pedro de Heredia y así puedo seguir expresando por qué amo a mi Cartagena de Indias, la que resiste, la festiva, la acogedora, llena de historia gloriosa, la que embruja, donde su gente alegre de cualquier condición ha hecho la diferencia con su estoicismo y aportes. Que 2024 nos traiga mucha salud y ventura y que la Heroica recupere su brillo.

*Abogado y ejecutivo empresarial.

QOSHE - Mi Cartagena de Indias - Jaime Dávila Pestana Padrón
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Mi Cartagena de Indias

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29.12.2023

En estos días en que los problemas no se van, pero se esconden o se amortiguan, imbuido de alegría y nostalgia navideña, rememoraré a esa villa que nos permitía desplazarnos sin miedo, siendo niños, en los tradicionales buses de palo, pagando unos “chivos” o pocos pesos en busetas nuevas. Cartagena, otrora llena de árboles frondosos y de casonas solariegas, como en mi Manga, Torices, Pie de La Popa, Alcibia y El Bosque; no nos quejábamos de calor e íbamos del tingo al tango, jugando en los callejones, en la avenida Miramar. Programazo, ir a Bocagrande, a las playas extensas, de arena fina, sin que te acosaran y pescar en los espolones. Había sensación de seguridad, salvo por uno que otro ladronzuelo, que........

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