Al fin les están dando santa sepultura a estos viejitos. Yo observo en la distancia con sentimientos encontrados. Había tenido una larga relación con varios de ellos y ahora me debatía entre la nostalgia y el alivio por su entierro final. Reconozco que esos viejitos tenían cómo salirse con la suya.

Varias veces los visité, a veces un poco forzado. Me metía con ellos, sobre todo de noche, y claro, salía perdiendo. Unas veces porque me lastimaba la hernia en la parte baja de la espalda (saludaban muy fuerte para asustarlo a uno). Otras veces lo que sufría con sus abrazos eran las llantas y los amortiguadores.

Gozaron estos huecos sus décadas de vida a decir no más. Hubo gente incluso que salió en las redes sociales a celebrarles sus cumpleaños, y medirles su profundidad y diámetro mientras ellos, un poco avergonzados, aparentaban dormitar aun ante el candente sol de la Fantástica.

Algunos provocaron choques, caídas y escándalos, y se burlaban porque sabían que nada les iba a pasar. Su fecha favorita, por ejemplo, era el día de elecciones: llegaban las mujeres entaconadas prestas a votar por su candidato, y al atravesar la calle entre saludos y amistades, metían la pata en la jurisdicción de algún hueco. Fijo, a comprar zapatos nuevos con su factura, y el hueco y la Dian muertos de la risa.

Su gran desafío, que perdieron casi siempre, fueron los mototaxis. Uno podía ver su ansiedad esperando en su posición estratégica que uno de esos atrevidos artefactos los pisara. Pero los mototaxistas, como bailarines de un circo, eran muy hábiles y astutos, y siguen siéndolo, tanto para romper reglas de tránsito como para esquivar huecos.

Los momentos de gloria de estos viejitos eran los aguaceros. Les encantaba la lluvia porque las calles se inundaban y ellos podían disimularse entre tanta agua, como algunos gobernantes suelen hacer; así podían disfrutar salpicarse entre ellos mientras los indefensos conductores madreaban al alcalde de turno, incluso si era un tractor.

Pero no sabían ellos que su fin estaba cerca. Llegó Dumek y decidió terminar con su vida, mantenida artificialmente por la ineficiencia y el desperdicio de lo público. Ahora solo quedan algunos primos montados cómodamente en los andenes de la ciudad, lamentando el entierro de su parentela bajo kilos de concreto. Dicen los últimos chismes que estos huecos primos, al parecer, son más peligrosos porque atacan a los transeúntes desprevenidos. Esos que caminan mirando el celular.

Quedan todavía algunos hábilmente mimetizados para engañar a los confiados. Los fantásticos aplaudimos para que no termine el entusiasmo, y para recordar que por los huecos también desaparece nuestro dinero. Por eso que viva el entierro comunal y desaparezcan todos los huecos.

QOSHE - Entierro comunal - Mauricio Ibáñez
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Entierro comunal

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27.01.2024

Al fin les están dando santa sepultura a estos viejitos. Yo observo en la distancia con sentimientos encontrados. Había tenido una larga relación con varios de ellos y ahora me debatía entre la nostalgia y el alivio por su entierro final. Reconozco que esos viejitos tenían cómo salirse con la suya.

Varias veces los visité, a veces un poco forzado. Me metía con ellos, sobre todo de noche, y claro, salía perdiendo. Unas veces porque me lastimaba la hernia en la parte baja de la espalda (saludaban muy fuerte para asustarlo a uno). Otras veces lo que sufría con sus abrazos eran las llantas y los amortiguadores.

Gozaron estos huecos sus décadas de vida a decir no más. Hubo gente........

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