A un año largo de anunciada la “paz total”, la desilusión crece en la opinión pública, pues la inseguridad y la violencia aumentan (73 masacres en el año), los confinamientos de poblaciones son constantes, el secuestro se incrementó en un 76% y las extorsiones en un 23%, y los grupos ilegales han expandido su poder territorial en un 20%. Lo preocupante es que la respuesta del Gobierno -como siempre- sea la de atrincherarse en su burbuja ideológica y en las narrativa mesiánico-escatológica, que dividen al país entre guerreristas (críticos) y pacifistas (gobierno y amigos), y que le autojustifican para desestimar las voces de expertos –incluso cercanos al Gobierno– que le advierten que vamos camino al “despelote” total, y que se requiere, al menos, lo siguiente.

Primero, un cambio de actitud, porque el Gobierno ha quedado atrapado –como dice Alejo Vargas– en su narrativa hiperpacifista que le exige obtener resultados a como dé lugar, lo que viene siendo aprovechado por los grupos armados. El Gobierno debió decir de entrada: ¿guerra o paz?, pero no lo dijo, ofreció ‘ingenuamente’ perdón social y reconciliación a cambio de nada y, por eso, quedó preso de un ‘voluntarismo extremo’ que lo hace ver sin liderazgo, pusilánime y sin control de la mesa de negociación. Y la cuestión es que –como dicen los que saben– para hacer la guerra se requiere de uno (la guerra en Ucrania se inició por Putin), pero para hacer la paz se necesita de dos.

Segundo, un rediseño del proceso, que permita establecer una metodología con reglas claras que evite las improvisaciones, que impida la pluralidad de discursos contradictorios entre los negociadores de lado y lado (¿el cese al fuego permite o no secuestrar, amedrantar congresistas y confinar poblaciones?) o de voces que se desautorizan (Ejemplo: la absurda invitación a Iván Mordisco a inaugurar las elecciones) y, sobre todo, que permita al Gobierno retomar el liderazgo, porque hasta ahora la percepción es la de un comisionado que a veces parece un mediador, otras, un observador imparcial y, otras, un delegado de los grupos armados; la de un ministro de Defensa totalmente desconectado y la de un presidente preocupado más por los conflictos internacionales.

Finalmente, una estrategia adecuada de seguridad, porque al Gobierno –dice Alejo Vargas– parece darle “temor hablar de seguridad, que es la otra cara de la paz”, la cual no se puede conseguir solamente con buena voluntad (zanahoria), exige, además, de la amenaza potencial de la violencia legítima (garrote), por eso afirma que se requiere de un mandato claro por parte del presidente que autorice “al Ejército y la Policía para que actúen si estas organizaciones ilegales no responden a la oferta de la sociedad...”.

*Profesor universitario.

QOSHE - ¿Paz o ‘despelote’ total? - Yezid Carrillo De La Rosa
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¿Paz o ‘despelote’ total?

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18.11.2023

A un año largo de anunciada la “paz total”, la desilusión crece en la opinión pública, pues la inseguridad y la violencia aumentan (73 masacres en el año), los confinamientos de poblaciones son constantes, el secuestro se incrementó en un 76% y las extorsiones en un 23%, y los grupos ilegales han expandido su poder territorial en un 20%. Lo preocupante es que la respuesta del Gobierno -como siempre- sea la de atrincherarse en su burbuja ideológica y en las narrativa mesiánico-escatológica, que dividen al país entre guerreristas (críticos) y pacifistas (gobierno y amigos), y que le autojustifican para desestimar las voces de expertos –incluso cercanos al Gobierno– que le advierten que........

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