Desde finales del siglo XIX, Cartagena ha sido un puerto importante para el Caribe y un polo de desarrollo industrial, especialmente, de petroquímica; por entonces, el turismo era incipiente o nulo (hasta 1940 solo existía el Hotel Caribe y ya habían demolido media muralla), no como hoy, que es uno de los activos más importantes de la ciudad, que se ha transformado en un destino turístico nacional e internacional. Lamentablemente, es una urbe que ha crecido y lo sigue haciendo de manera caótica e improvisada y sin una visión de futuro, que persiste -a pesar de sí misma- gracias al esplendor de su pasado y a su enigmática belleza que, sin embargo, cada año se marchita como consecuencia de las malas administraciones y la desidia de sus ciudadanos y visitantes.
Quizá su gran tragedia ha sido que es “la ciudad de todos” y, por ser de todos, “la ciudad de nadie”; un espacio lleno de historia y cultura, pero sin doliente, por lo menos hasta el último gobierno local, porque debo reconocer -muy a pesar de mi escepticismo preelectoral- que el nuevo alcalde me ha sorprendido por su liderazgo asertivo y propositivo, por su disposición a recuperar la autoridad en la ciudad (respetando las formas y las reglas) y por el acierto en los nombramiento de su equipo de gobierno, sobre los cuales no hay un asomo de duda -hasta hoy- respecto de su trasparencia, experticia y competencias.
Ahora, si bien se necesita contar con autoridades que tengan liderazgo y sean competentes, ello no es suficiente; se requiere, además, de un elemento que –me parece- ha sido soslayado o descuidado por las anteriores administraciones distritales: la cohesión social. Cartagena es una ciudad totalmente descohesionada, la tierra del “¡sálvese quien pueda!”, un espacio que no brinda las condiciones mínimas para el “bien-estar” de un alto porcentaje de sus habitantes, que legitima la exclusión (simbólica y real) y la desigualdad (legal, material y de oportunidades); por eso la falta de sentido de pertenencia, la desconfianza en las autoridades y, quizás lo más grave, la poca disposición que tenemos para cooperar socialmente y cumplir las reglas sociales.
En una columna previa señalé que los grupos más exitosos son aquellos que tienen más miembros altruistas, que cultivan la inteligencia socioemocional y que entienden que la cooperación social redunda en beneficios individuales. En mi “ciudad imaginada” las autoridades implementan estrategias disuasivas eficaces (normas sociales coactivas, autoridades administrativas y jueces) para preservar el orden, el bien y la honra de sus habitantes, pero también, estrategias persuasivas que fomentan narrativas culturales y valores compartidos que promueven ciudadanías incluyentes, empáticas y resilientes y comunidades altruistas y compasivas, dispuestas a cumplir las reglas y a cooperar socialmente.
*Profesor universitario.
Ciudad imaginada
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06.01.2024
Desde finales del siglo XIX, Cartagena ha sido un puerto importante para el Caribe y un polo de desarrollo industrial, especialmente, de petroquímica; por entonces, el turismo era incipiente o nulo (hasta 1940 solo existía el Hotel Caribe y ya habían demolido media muralla), no como hoy, que es uno de los activos más importantes de la ciudad, que se ha transformado en un destino turístico nacional e internacional. Lamentablemente, es una urbe que ha crecido y lo sigue haciendo de manera caótica e improvisada y sin una visión de futuro, que persiste -a pesar de sí misma- gracias al esplendor de su pasado y a su enigmática belleza que, sin embargo, cada año se marchita como consecuencia de las malas administraciones y........
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