Si lo pienso, llevo más o menos veinte años discutiendo en internet. Tengo la piel más curtida que mucha otra gente de mi edad y de más también, sencillamente porque llevo aquí más tiempo. Me manejo, además, con ciertas reglas que los supuestos “nativos digitales” que tienen cinco o diez años menos que yo no conocen porque el internet al que llegaron no es el internet de la conversación. Los que no llegaron a los foros, a los blogs o al primer twitter (la gente que empezó a usar internet con Facebook o Instagram, digamos, por edad o porque no le gusta tanto charlar como a una) no participaron de la fundación de esa arena discursiva en la que lo que más nos importaba era seguir la conversación. Hace un par de años Donna Haraway, gran teórica de internet entre otras cosas, escribió un libro que en español se tradujo como Seguir con el problema y en inglés se llama Staying with the Trouble. Me gusta que hayan traducido “seguir” en lugar de “quedarse”, suena mejor, es más elegante el verbo seguir que no necesita el pronombre detrás, y además tiene una orientación hacia adelante que “quedarse” no posee. De alguna manera, igual, creo que la cultura del internet de los foreros se trata de los dos matices: seguir con los problemas, continuar indefinidamente la charla hacia adelante por los distintos caminos que se van abriendo, pero también la sensación de quedarse en un lugar a pesar de que te lo conviertan en un basurero. Vamos a quedarnos acá a ver cómo termina esta violencia, como dice Caterina Scicchitano en este poema, está hablando de la Argentina, ella, pero quedarse en este internet arruinado por la gente que no sabe o no quiere usarlo como algunos queríamos que se usara tiene ese mismo perfume de obstinación absurda y religiosa. El libro de Haraway habla de ecología, sobre todo, del futuro inmediato y no tan inmediato, pero me pareció que estaba muy impregnado por el ethos de esa cultura forera de la que hablo, y que todavía existe, pero que entra en un choque cultural inevitable con la gente que piensa que los problemas se resuelven, que tiene que venir alguien a dar la respuesta correcta y una vez que eso sucede podemos abandonar los problemas, en lugar de quedarnos con ellos; gente que, en el contexto de pensar todo eso, parece convencida de que internet no es para charlar, sino para expresarse.

En formatos largos como substack o incluso también en los podcasts sobrevive algo de esta cultura de la conversación: iba a ponerle “conversación buena leche”, pero el problema de esa expresión es que parece que tiene algo que ver con ser buena gente, con una moral más o menos densa, con querer llevarse bien con el resto o tratarlos bien por razones humanas o sociales. De lo que estoy hablando es de otra cosa, de los principios cooperativos de Paul Grice o el principio de caridad de Donald Davison: básicamente el hecho de que suponer que la otra persona está tratando de comunicarse con nosotros (de decirnos algo con sentido, y no de decir una idiotez o de agredirnos) es más útil para interpretarla y comunicarnos con ella. Mantener la compostura, en lugar de ofenderse o insultar, pasa a ser un tema epistémico, antes que de ética o de cortesía.

QOSHE - Seguir con internet - Tamara Tenenbaum
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Seguir con internet

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07.12.2023

Si lo pienso, llevo más o menos veinte años discutiendo en internet. Tengo la piel más curtida que mucha otra gente de mi edad y de más también, sencillamente porque llevo aquí más tiempo. Me manejo, además, con ciertas reglas que los supuestos “nativos digitales” que tienen cinco o diez años menos que yo no conocen porque el internet al que llegaron no es el internet de la conversación. Los que no llegaron a los foros, a los blogs o al primer twitter (la gente que empezó a usar internet con Facebook o Instagram, digamos, por edad o porque no le gusta tanto charlar como a una) no participaron de la fundación de esa arena discursiva en la que lo que más nos importaba era seguir la conversación. Hace un par de años Donna Haraway, gran teórica de internet entre otras cosas, escribió un libro que........

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