Todas las previsiones para las próximas elecciones catalanas, que tocan en febrero del 2025, es que las ganará, si nada cambia, el PSC, con Salvador Illa al frente. De hecho, ya las ganó el 2021, aunque fuera por muy poco, pero como las fuerzas soberanistas —ERC, JxCat y la CUP— sumaban mayoría, se tuvo que conformar con ejercer de líder de la oposición. Ahora las cosas pintan de otra manera y todo indica que esta vez nadie le podrá discutir la presidencia de la Generalitat. Debe ser por ello que los que se ven a venir que perderán la silla empiezan a difundir todo tipo de infamias y maledicencias sobre lo que representará un mandato en manos del exministro de Sanidad.

Salvador Illa (La Roca del Vallès, 1966) no es precisamente el alma de la fiesta, lo que la sabiduría popular califica de alegría de la huerta, pero no por ello tiene que hacerlo peor que los inquilinos del palacio de la plaza de Sant Jaume de Barcelona que ha habido hasta ahora. Tras una carrera política prolífica desde que en 1995 se afilió al PSC (concejal, alcalde, diputado, ministro, secretario de organización, primer secretario...), este esporádico profesor de economía en la facultad de Comunicació i Relacions Internacionals de la Universitat Ramon Llull —que el viernes revalidó el puesto como líder del partido y que el congreso que se celebrará en marzo ratificará—, de aspecto taciturno, mirada triste y apagada y que no ríe nunca, aspira a llegar a la cima como presidente de la Generalitat y sumarse al reducido grupo de mandatarios socialistas —Pasqual Maragall y José Montilla— que han gobernado la institución desde que fue restaurada en 1977.

La sociovergencia, con Salvador Illa al frente, aunque a alguien le parezca poco atractivo y estimulante, se apunta como la salida más factible para la próxima legislatura en el Parlament.

Y cuando esto ocurra no será ninguna catástrofe para Catalunya, ninguna catástrofe mayor, en cualquier caso, que la que sufre el país desde el 2017. Un mandato de Salvador Illa no sería, por tanto, peor que el de Quim Torra o, sobre todo, que el de Pere Aragonès, que debido a la débil minoría que tiene el Govern de ERC —solo 33 diputados de 135 tras romper con JxCat— ya está llevando a cabo, a la práctica, las políticas que le manda el PSC, con la ayuda de En Comú Podem, y que el sábado se apresuró a anunciar que repetirá como candidato, no fuera que a alguien de fuera, pero también de dentro, no le quedara claro. A pesar de la sumisión del PSC al PSOE y el abandono de principios como el de la defensa del derecho de autodeterminación que durante tantos años había caracterizado al socialismo catalán, no parece que haya peligro de que quien fue alcalde de su villa natal salga con ninguna insensatez. Todo lo contrario, tiene cara de hombre pausado, prudente, moderado, de hecho aburrido, que difícilmente romperá ningún plato.

Si esta vez puede efectivamente gobernar, será, sin embargo, porque ERC, JxCat y la CUP habrán perdido la mayoría de hace cuatro años. Y la habrán perdido porque un segmento importante del independentismo que el 2021 todavía les había votado se seguirá absteniendo al no sentirse representado por unos partidos que lo han traicionado de manera descarada y han regresado al autonomismo de toda la vida, como hicieron en los comicios municipales y españoles del 2023, si es que no se inclina por una opción genuinamente independentista en el supuesto de que esta acabe existiendo. O por ambas cosas al mismo tiempo. Salvador Illa, por tanto, tendrá que dar las gracias al comportamiento de la parte probablemente más comprometida del movimiento independentista, porque será gracias a su abstención que le saldrán los números para presidir la Generalitat.

Será necesario, no obstante, tener presente el apoyo que puedan obtener formaciones que tienen intención de pescar en el vivero que ERC, JxCat y la CUP han dejado desatendido y que podrían distorsionar la correlación de fuerzas final. Sería quizás el caso de la llamada lista cívica que promueve la Assemblea Nacional Catalana (ANC), del movimiento Primàries Catalunya o especialmente de la Aliança Catalana de Sílvia Orriols, de quien se ha dicho tanto que está sufragada por el mundo convergente para dar continuidad al procesismo, como que está engrasada por ERC para hacer la competencia a JxCat. Habrá que ver en qué condiciones se presentan a las elecciones al Parlament, si es que finalmente lo hacen, pero lo que es seguro es que contribuirán a fragmentar aún más el voto independentista y a condicionar el resultado global de los comicios. La situación de división, en todo caso, al PSC ya le va bien.

Sin embargo, está claro que el exministro de Sanidad, para gobernar, necesitará pactar con alguna otra fuerza. Los tiempos de las mayorías absolutas hace mucho que han quedado atrás y por ahora es bastante improbable que a corto plazo se repitan. Novias no le faltarán, desde En Comú Podem —o como se llame en las próximas elecciones, porque en cada convocatoria cambia de nombre— hasta ERC mismo, pasando por JxCat. Un tripartito es complicado que vuelva a repetirse, sobre todo a la vista de la experiencia, pero no imposible. De manera que, dado que según qué combinaciones (PP, Vox...) ni se consideran, el pacto más plausible pasa por el entendimiento entre PSC y JxCat. Es decir, por la sociovergencia, aunque Artur Mas —que a pesar de no ser formalmente miembro del partido de Carles Puigdemont últimamente parece que sea su portavoz— la haya descartado si JxCat no tiene más representación que el PSC.

Una realidad, sin embargo, que por ahora —aunque en política un año es una eternidad— no parece que pueda llegar a producirse. Y eso quiere decir que JxCat tendrá que conformarse con lo que haya, tendrá que conformarse con ser comparsa del PSC, si es que quiere tocar poder, como no tuvo inconveniente en hacer en su momento en la Diputación de Barcelona. La alternativa sería pasar mucho frío en la oposición, que a nadie le gusta, y menos cuando se trata de mantener sillas, sueldos y comederos diversos. Por todo ello, la sociovergencia, con Salvador Illa al frente, aunque a alguien le parezca poco atractivo y estimulante, se apunta como la salida más factible para la próxima legislatura en el Parlament. La fiesta ya la alegrará otro.

QOSHE - El alma de la fiesta - Josep Gisbert
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El alma de la fiesta

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23.01.2024

Todas las previsiones para las próximas elecciones catalanas, que tocan en febrero del 2025, es que las ganará, si nada cambia, el PSC, con Salvador Illa al frente. De hecho, ya las ganó el 2021, aunque fuera por muy poco, pero como las fuerzas soberanistas —ERC, JxCat y la CUP— sumaban mayoría, se tuvo que conformar con ejercer de líder de la oposición. Ahora las cosas pintan de otra manera y todo indica que esta vez nadie le podrá discutir la presidencia de la Generalitat. Debe ser por ello que los que se ven a venir que perderán la silla empiezan a difundir todo tipo de infamias y maledicencias sobre lo que representará un mandato en manos del exministro de Sanidad.

Salvador Illa (La Roca del Vallès, 1966) no es precisamente el alma de la fiesta, lo que la sabiduría popular califica de alegría de la huerta, pero no por ello tiene que hacerlo peor que los inquilinos del palacio de la plaza de Sant Jaume de Barcelona que ha habido hasta ahora. Tras una carrera política prolífica desde que en 1995 se afilió al PSC (concejal, alcalde, diputado, ministro, secretario de organización, primer secretario...), este esporádico profesor de economía en la facultad de Comunicació i Relacions Internacionals de la Universitat Ramon Llull —que el viernes revalidó el puesto como líder del partido y que el congreso que se celebrará en marzo ratificará—, de aspecto taciturno, mirada triste y apagada y que no ríe nunca, aspira a llegar a la cima como presidente de la Generalitat y sumarse al reducido grupo de mandatarios socialistas —Pasqual Maragall y........

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