Los movimientos de las últimas semanas de diferentes poderes del estado español para frenar como sea la ley de amnistía que el PSOE ha pactado con JxCat y ERC para hacer posible la continuidad de Pedro Sánchez en la Moncloa hacen presagiar lo peor. Sobre todo por los llamamientos reiterados de la caverna española a la insurrección y porque quien los encabeza, más allá de la reacción política que monopolizan PP y Vox, es una judicatura que se arroga atribuciones que ni tiene ni le corresponden y que, con ello, viola de manera flagrante la división de poderes propia del estado de derecho y del sistema democrático. El resultado es un clima creciente de golpe de estado, latente desde que precisamente el partido ahora de Alberto Núñez Feijóo prefirió sacar el proceso soberanista de la vía política y llevarlo a la vía judicial, que puede estallar en cualquier momento y con consecuencias imprevisibles.

Talmente como si de una respuesta a las imprecaciones del expresidente del PP José María Aznar de que "el que pueda hacer que haga" para frenar como fuera la investidura de un líder del PSOE convertido en "un peligro para la democracia" se tratara, el juez de la Audiencia Nacional Manuel García-Castellón, encargado de las causas del Tsunami Democràtic y de la llamada operación Judas, se apresuró a mover ficha. En una decisión absolutamente inaudita, anunció, por un lado, que imputaba a Carles Puigdemont y Marta Rovira por un supuesto delito de terrorismo en el caso del Tsunami Democràtic y les endilgaba la muerte de un viajero francés que tuvo un infarto el día de la protesta en el aeropuerto de Barcelona y comunicó, por otro, que los miembros del Comitè de Defensa de la República (CDR) procesados en la operación Judas serían juzgados también por terrorismo. Todo ello en plena recta final de las conversaciones entre el PSOE y JxCat, tras el acuerdo alcanzado con ERC, con el único objetivo de hacer fracasar la entente y de torpedear la aprobación y, si no era posible, la aplicación de la ley de amnistía. El pacto político se firmó y Pedro Sánchez ha sido reelegido presidente del Gobierno de España, pero el futuro de la ley de amnistía cada vez es más negro.

El objetivo de unos es aniquilar a los catalanes, el de los otros asimilarlos. Es tener que escoger entre el fuego y las brasas

El PP ha dicho que utilizará todos los mecanismos a su alcance, que removerá cielo y tierra, para impedir que salga adelante. De entrada, recurriendo a la vieja táctica del filibusterismo parlamentario, ha aprobado una reforma del reglamento del Senado —donde tiene mayoría absoluta— a la medida de su gusto para ralentizar su tramitación y está buscando la manera de que no entre y, si no, de no dejar que salga. La aprobación de la ley, por tanto, a pesar de disponer de los votos suficientes en el Congreso —los 178 de PSOE, Sumar, ERC, JxCat, EH Bildu, PNB y BNG—, será un camino lleno de tropiezos y, yendo muy bien, no se producirá antes de la primavera del año próximo. Pero esto no será nada comparado con el calvario en el que se convertirá, si efectivamente recibe luz verde, la aplicación. El recurso al Tribunal Constitucional, que por mucho que digan no es seguro que no la recorte, está garantizado y las manifestaciones de los últimos días de los estamentos judiciales en contra de la norma hacen pensar que los jueces encargados de aplicarla pondrán tantas trabas como puedan. Eso es lo que se desprende, cuando menos, de actitudes como la del magistrado Manuel García Castellón al expresarse públicamente contrario a la ley de amnistía, o como la del sector llamado conservador del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) al emitir una declaración de rechazo, o como la del Tribunal Supremo al publicar un comunicado en contra, o como la de determinados jueces al salir literalmente a la calle a manifestarse.

A excepción de los posibles casos del llamado lawfare, que sí vulnerarían la independencia judicial pero que la ley explícitamente no prevé —aunque Laura Borràs tenga intención de acogerse a ella—, una parte mayoritaria de la judicatura se está atribuyendo unas funciones impropias que no sólo cuestionan la imparcialidad y neutralidad del sistema judicial español, sino que en cualquier democracia consolidada podrían ser calificadas de prevaricación, pero que en España quedarán impunes porque nadie se inmuta cuando de atacar a los catalanes se trata. Por este motivo tampoco es extraño que ciertos bufetes de abogados se hayan pronunciado en la misma línea que los comederos que les proveen de trabajo ni que a la oposición a la ley de amnistía se haya sumado la jerarquía eclesiástica y el empresariado ni que el clima de alzamiento sea abanderado por la Guardia Civil y recorra como un ruido de sables los cuarteles militares. Todo ello atizado por la competencia entre PP y Vox para ver quién incendia más y mejor la calle —donde se han visto y escuchado proclamas nazis sin que ninguna autoridad haya actuado— y quien capitaliza el rédito de las protestas continuadas, en especial ante la sede central del PSOE en Madrid, y de las manifestaciones de fin de semana en las principales ciudades del Estado.

El cuadro de la caverna española lo completa la vieja guardia del PSOE, liderada por el Felipe González del "¿por quién me toma?", en respuesta a la pregunta de si se habría hecho la foto con Carles Puigdemont cómo se la hizo el secretario de organización del partido, Santos Cerdán, en Bruselas, o por el propio Josep Borrell, a quien alguien debería llamar la atención por haberse pronunciado, en ejercicio del cargo de alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, contra la amnistía. Si esta inmensa olla a presión estalla, no hay ningún tipo de duda de quiénes serán los perjudicados. No Pedro Sánchez, que se ha salido con la suya —estarse cuatro años más en la Moncloa— y que por ello ha defendido y promovido la ley, por pura necesidad, no por convicción. Los grandes damnificados, si finalmente no se pudiera aplicar, serían los dirigentes de JxCat y ERC que lo han vuelto a hacer presidente —sabría mal por los centenares de ciudadanos anónimos que están procesados—, mientras que él se lavaría las manos porque ya habría cumplido y no sería el responsable de que otros la hubieran saboteado. Es más o menos lo que ya está ocurriendo con la oficialización del catalán en Europa.

Los de Carles Puigdemont y de Oriol Junqueras deberían preguntarse qué es peor, no para ellos, que claramente habrán salido derrotados del envite con el líder del PSOE, sino para Catalunya, si la ofensiva a cara descubierta de la caverna o la condescendencia con la que Pedro Sánchez les ha humillado mostrándoles su "generosidad", concediéndoles la "gracia" del "perdón" y otorgándoles sutilmente la condición de buenos españoles en lugar de hablarles de un "acuerdo histórico entre iguales" como pretendían. El objetivo de unos es aniquilar a los catalanes, el de los otros asimilarlos. A unos se les ve venir de lejos, los otros son capaces de apoyar la aplicación del artículo 155 de la Constitución en Catalunya y de pactar con los damnificados de ésta de acción, de comprometerse a "traer de vuelta a España" enmanillado al 130º presidente de la Generalitat y de amnistiarlo. Es tener que escoger entre el fuego y las brasas, y ERC y JxCat hace tiempo que han decidido unir su suerte, y desgraciadamente la de Catalunya, a la de este PSOE tan voluble que lo que hoy dice que es de una manera pasado mañana puede decir que es de la contraria.

QOSHE - Entre el fuego y las brasas - Josep Gisbert
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Entre el fuego y las brasas

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21.11.2023

Los movimientos de las últimas semanas de diferentes poderes del estado español para frenar como sea la ley de amnistía que el PSOE ha pactado con JxCat y ERC para hacer posible la continuidad de Pedro Sánchez en la Moncloa hacen presagiar lo peor. Sobre todo por los llamamientos reiterados de la caverna española a la insurrección y porque quien los encabeza, más allá de la reacción política que monopolizan PP y Vox, es una judicatura que se arroga atribuciones que ni tiene ni le corresponden y que, con ello, viola de manera flagrante la división de poderes propia del estado de derecho y del sistema democrático. El resultado es un clima creciente de golpe de estado, latente desde que precisamente el partido ahora de Alberto Núñez Feijóo prefirió sacar el proceso soberanista de la vía política y llevarlo a la vía judicial, que puede estallar en cualquier momento y con consecuencias imprevisibles.

Talmente como si de una respuesta a las imprecaciones del expresidente del PP José María Aznar de que "el que pueda hacer que haga" para frenar como fuera la investidura de un líder del PSOE convertido en "un peligro para la democracia" se tratara, el juez de la Audiencia Nacional Manuel García-Castellón, encargado de las causas del Tsunami Democràtic y de la llamada operación Judas, se apresuró a mover ficha. En una decisión absolutamente inaudita, anunció, por un lado, que imputaba a Carles Puigdemont y Marta Rovira por un supuesto delito de terrorismo en el caso del Tsunami Democràtic y les endilgaba la muerte de un viajero francés que tuvo un infarto el día de la protesta en el aeropuerto de Barcelona y comunicó, por otro, que los miembros del Comitè de Defensa de la República (CDR) procesados en la operación Judas serían juzgados también por terrorismo. Todo ello en plena recta final de las conversaciones entre el PSOE y JxCat, tras el acuerdo alcanzado........

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