Ahora resulta que en el ordenamiento jurídico español no solo es inviolable el rey, sino que también lo son los jueces. Un privilegio, o más bien un anacronismo, que no casa ni con la democracia ni con el Estado de derecho. Pero como España ciertamente es diferente, se ve que no pasa nada si un togado pone el grito en el cielo porque ha sido víctima —¡pobre víctima!— de la crítica de un político. Y no solo eso, sino que encima osa amenazar a este político con represalias. Así es como actúa una parte de la judicatura que se resiste a perder el control de todos los resortes de poder que tenía durante el franquismo. Una parte de la judicatura que aún hoy es mayoritaria en el Estado español, la judicatura franquista.

El último cargo público en sufrir la ira de estos jueces ha sido la portavoz de JxCat en el Congreso, Míriam Nogueras, por haberles acusado de ser cómplices de la politización de la justicia en España y haberlos tachado de "personajes oscuros", "indecentes" y "togados franquistas". "En un país normal serían procesados y juzgados", dijo durante el debate en el pleno del Congreso de la creación de las comisiones de investigación sobre la Operación Cataluña, los atentados del 17 de agosto del 2017 en Barcelona y Cambrils, y el espionaje del caso Pegasus —los casos de supuesto lawfare— que forman parte del acuerdo con el PSOE para la investidura de Pedro Sánchez. Pero, "en lugar de eso —precisó—, en el reino de España toda esta gente tiene vía libre para seguir retorciendo la ley y retorciendo los derechos". La diputada de la formación de Carles Puigdemont aludía, entre otros, a los magistrados Pablo Llarena, Manuel Marchena, Carmen Lamela o Carlos Lesmes, bien conocidos en Catalunya por sus causas en contra de los dirigentes sociales y políticos catalanes, sobre todo de JxCat —antes PDeCAT y antes CDC— y de ERC, que han sido protagonistas del proceso soberanista desde el 2012 hasta ahora. Y no mencionó, sin embargo, a los que aún hoy, contra viento y marea y contra toda ley de amnistía, siguen empeñados en perseguir también a los representantes civiles, activistas anónimos, del movimiento independentista.

Ante estas críticas, a las asociaciones corporativas del poder judicial les faltó tiempo para saltar a la yugular de Míriam Nogueras y reprenderle unos "señalamientos públicos" y unas afirmaciones que, en su opinión, ponen en cuestión la separación de poderes en España. Más allá de constatar que, en democracia, la libertad de expresión debe ser para todos y no solo para la parte que le conviene a una parcela del poder, resulta sorprendente que se quejen de la "intromisión" de JxCat los mismos que, de la mano del PP, han contribuido a judicializar la política y a desprestigiar la carrera judicial y los mismos que, con esta manera de proceder, sí han vulnerado la separación de poderes interfiriendo en el poder político —tanto ejecutivo como legislativo— y arrogándose atribuciones que nunca les han correspondido. Durante todos estos años los tribunales españoles no se han cansado de impedir al Parlament que debatiera sobre el derecho de autodeterminación y la monarquía, de dictar al Govern la política lingüística que debía aplicar en las escuelas y, más grave si cabe, de enmendar la voluntad popular declarando inconstitucional el Estatut que la ciudadanía había votado y aprobado en referéndum. Y, por si no bastara, ahora mismo los vocales llamados conservadores del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), que no gozan de ningún tipo de crédito al hacer cinco años que tienen el mandato caducado, cuestionan las comisiones de investigación creadas por el Congreso y proponen que los togados se salten la ley y no comparezcan en ellas. ¿Les parece todo esto poca injerencia de la justicia en la política?

Tiene razón Míriam Nogueras cuando proclama que estos togados "en un país normal serían procesados y juzgados"

Todos los jueces que han llevado y llevan a cabo estas actuaciones se han dedicado a retorcer la legalidad en beneficio de unos intereses determinados, los de la sacrosanta unidad de España, y en nombre de ello han cometido auténticas barbaridades. La instrucción del caso del referéndum del Primer d’Octubre por parte del juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena es un ejemplo paradigmático de esta manera de actuar. Se inventó un relato para justificar el delito de rebelión, sabiendo que para cometerlo era necesario que hubiera violencia y que en este caso no había habido, salvo la ejercida por las fuerzas policiales españolas al reprimir a los miles de ciudadanos que salieron a votar el día 1. También calificó de tumultuaria la protesta del 20 de septiembre del 2017 ante la sede del Departament d'Economia por las detenciones y el registro practicados por la guardia civil, siendo consciente que se había desarrollado de forma absolutamente pacífica y que los presidentes de las entidades soberanistas —Jordi Sánchez (Assemblea Nacional Catalana) y Jordi Cuixart (Òmnium Cultural)— habían llamado a desconvocarla. Y con todo ello se cargó de un plumazo los derechos de participación, de representación política, de reunión y de manifestación, además del de libertad de expresión.

Del mismo modo, interpretó cómo le pareció la derogación del delito de sedición y la reforma del de malversación y en todos los casos —sentencia del juicio del Primer d’Octubre, aplicación de los indultos, revisión de las condenas— el también magistrado del Tribunal Supremo Manuel Marchena no hizo nada más que seguir y aplicar la doctrina que le había dictado. Ahora quien está retorciendo la ley a la medida de su gusto es el juez de la Audiencia Nacional, Manuel García-Castellón, que ha acusado a los miembros de los Comités de Defensa de la República (CDR) detenidos en la llamada Operación Judas y a Carles Puigdemont y Marta Rovira en el marco del caso de Tsunami Democràtic de terrorismo con el fin de que no puedan beneficiarse de la ley de amnistía pactada por el PSOE con JxCat y ERC cuando se apruebe y consiga entrar en vigor. El grado de persecución llega tan lejos que está intentando endosar al 130º presidente de la Generalitat y a la secretaria general de ERC la muerte de un viajero que se produjo el día de la protesta en el aeropuerto de Barcelona, pero que no tuvo nada que ver con los hechos, y que incluso ha preguntado a la OTAN (sic) por la afectación que había habido en el tráfico aéreo. Todo sea por la causa, aunque nada se corresponda con la realidad.

Prevaricar es la acción mediante la cual una autoridad, un juez o un funcionario dicta a sabiendas, deliberadamente, una resolución injusta. Y la prevaricación es delito. Que en todo lo que hace referencia al Procés catalán ha habido y hay jueces españoles que prevariquen, parece, a la vista de los hechos, bastante incontestable. Tiene razón, por tanto, Míriam Nogueras cuando proclama que estos togados "en un país normal serían procesados y juzgados". El problema es que los mismos hechos demuestran que España no es un país normal y que en especial su judicatura está anclada en un pasado que no tiene parangón en ningún sitio. Basta certificar cómo Europa no ha comprado ninguna de sus elucubraciones en contra del movimiento independentista: Alemania, Bélgica, Suiza lo han dejado más que claro. Lo mejor que podrían hacer todos estos representantes de la ley es atender la queja del presidente del CGPJ, Vicente Guilarte, que ha pedido a los políticos que "nos dejen en paz", y aplicársela a ellos mismos. Si no se quieren seguir poniendo en evidencia, estaría bien que la justicia dejara en paz a la política.

QOSHE - Los jueces que prevarican - Josep Gisbert
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Los jueces que prevarican

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19.12.2023

Ahora resulta que en el ordenamiento jurídico español no solo es inviolable el rey, sino que también lo son los jueces. Un privilegio, o más bien un anacronismo, que no casa ni con la democracia ni con el Estado de derecho. Pero como España ciertamente es diferente, se ve que no pasa nada si un togado pone el grito en el cielo porque ha sido víctima —¡pobre víctima!— de la crítica de un político. Y no solo eso, sino que encima osa amenazar a este político con represalias. Así es como actúa una parte de la judicatura que se resiste a perder el control de todos los resortes de poder que tenía durante el franquismo. Una parte de la judicatura que aún hoy es mayoritaria en el Estado español, la judicatura franquista.

El último cargo público en sufrir la ira de estos jueces ha sido la portavoz de JxCat en el Congreso, Míriam Nogueras, por haberles acusado de ser cómplices de la politización de la justicia en España y haberlos tachado de "personajes oscuros", "indecentes" y "togados franquistas". "En un país normal serían procesados y juzgados", dijo durante el debate en el pleno del Congreso de la creación de las comisiones de investigación sobre la Operación Cataluña, los atentados del 17 de agosto del 2017 en Barcelona y Cambrils, y el espionaje del caso Pegasus —los casos de supuesto lawfare— que forman parte del acuerdo con el PSOE para la investidura de Pedro Sánchez. Pero, "en lugar de eso —precisó—, en el reino de España toda esta gente tiene vía libre para seguir retorciendo la ley y retorciendo los derechos". La diputada de la formación de Carles Puigdemont aludía, entre otros, a los magistrados Pablo Llarena, Manuel Marchena, Carmen Lamela o Carlos Lesmes, bien conocidos en Catalunya por sus causas en contra de los dirigentes sociales y políticos catalanes, sobre todo de JxCat —antes PDeCAT y antes CDC— y de ERC, que........

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