Llegué a Egipto dispuesto a freír a preguntas a Atef, el guía que durante siete días nos acompañó por el país. Lo hice, con mayor o menor respuesta, incitado por una pulsión proveniente de las andanzas de Manu Leguineche por el país y presto a enfrentarme a algunos de mis prejuicios, pero sin pudor a confirmar otros.

Atef es un tesoro. Majo como él solo, renegó del islam en 2012 cuando se instaló en Valencia y descubrió que el cristianismo de hoy es uno digno del siglo XXI y que su religión, al fin y al cabo, irá siempre 600 años por detrás. Todo Egipto está plagado de carteles de Al Sisi, esta semana se celebraron las elecciones a neodictador. Al Sisi de perfil, Al Sisi de frente, Al Sisi sonriendo, Al Sisi serio, Al Sisi con gafas de aviador. La primavera árabe tal vez demostrase que el pueblo tiene garra y guarda dentro de sí impulsos de insumisión, pero subvertir continúa rimando con sustituir. Los comercios locales cuentan con carteles personalizados pagados por el Gobierno que Atef me traduce: “Ese dice: ‘El negocio de alfombras de Mohammed va a votar a Al Sisi’; ese otro: ‘La familia Salem apoya a Al Sisi’. Es como si una zapatería de Madrid pusiese un cartel diciendo que va a votar a Pidro Sanche”. Nos adentramos en un zoco y los vendedores tratan de captar nuestra atención lanzando vivas a Franco. “Sopresa, ¿eh?”, dice Atef riendo.

El sur del país es insoportablemente pobre. Desde el crucero de turista burgués en el que nos alojamos vemos a chavales enganchados a los cabos del barco que navegan por el Nilo en una pequeña tabla mientras cantan el Waka waka, Despacito y Macarena para que les lancemos dinero o comida. En Asuán, observamos a un crío sucio y empolvado, como si acabase de ser rescatado de entre los escombros, que sufre espasmos. “Los niños mendigos esnifan pegamento”, dice Atef con una naturalidad asombrosa. Al lado de casas derruidas que tendrán 70 años y en las que viven familias enteras se alzan templos majestuosos y perfectamente conservados de más de 3.000. Qué cruel paradoja.

Lo único que reconforta en este país, además de un tsunami cultural en el que ahogarte, es adoptar la actitud cínica del hombre civilizado y mirar al cielo, el más hermoso de todos los cielos del mundo. Egipto cambia envuelto en gamas inefables de naranjas, rosas y rojos. El desierto se convierte en un mar de fuego; el palmeral, en un sombrío ejército de gigantes perfectamente alineado; la Esfinge de Giza acentúa su media sonrisa consciente de que despiertan los espíritus de Keops, Kefrén y Micerino. Es el cielo de Ramsés II, Tutmés III, Julio César, Marco Antonio, Napoleón, Agatha Christie, Flaubert y Leguineche. Ese cielo que te hipnotiza y que te sumerge en un escapismo del que solo sales cuando una mano hambrienta te tira de la camiseta.

QOSHE - La paradoja egipcia - Alejandro Tobalina
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La paradoja egipcia

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16.12.2023

Llegué a Egipto dispuesto a freír a preguntas a Atef, el guía que durante siete días nos acompañó por el país. Lo hice, con mayor o menor respuesta, incitado por una pulsión proveniente de las andanzas de Manu Leguineche por el país y presto a enfrentarme a algunos de mis prejuicios, pero sin pudor a confirmar otros.

Atef es un tesoro. Majo como él solo, renegó del islam en 2012 cuando se instaló en Valencia y descubrió que el cristianismo de hoy es uno digno del siglo XXI y que su religión, al fin y al cabo, irá siempre 600 años por detrás. Todo Egipto está plagado de carteles de Al Sisi, esta semana se celebraron las elecciones a neodictador. Al Sisi de perfil, Al Sisi de frente, Al Sisi........

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